jueves, 16 de octubre de 2008

Oda al ocio

¡Qué rollo carnales!

Estaba metido bien denso en el rollo de la ociosidad... Tanto, que ni un buen churro de la buena me hizo distraerme, aunque de haberlo hecho, no habría hecho mi recién magnífico descubrimiento... He he he...

Me da mucha pena con la raza el no haberlo hecho antes, ya que al menos así, el fruto de mi ocioso descubrimiento hubiera servido más tiempo, pero pues... Ya ni llorar es bueno... he he he...

Iba caminando cuando pasé por un pasillo en el cual colgaba un calendario del dos mil tres con imágenes bien chidas de la capilla Sixtina... Lo empecé a hojear... Le di una fumada al churro... Seguí hojeando... Le di otra fumada... Entonces cedí ante el ocio que me hizo preguntarme por la fecha de hoy y cuando unas neuronas se pusieron en plan camarada y apoyaron a la causa dije: "Jueves dieciséis"... ¡Y cuál va siendo mi sorpresa cuando descubro que en el calendario que venía hojeando coincidía con Octubre, Jueves, dieciséis!

Así que raza, ya saben cómo está el rollo... ¡A quitarle las telarañas a sus calendarios del dos mil tres pa usarlos de aquí a fin de año!... He he he he...

♠ Hommo Cannabis ♠

lunes, 13 de octubre de 2008

Ojos que no ven...

Cuatro compañeros de la oficina tuvimos que asistir a una reunión del trabajo que por cuestiones de logística tuvo lugar en la fábrica de la empresa, ubicada en el municipio de Los Ramones, un pueblo pequeño ubicado a casi noventa kilómetros de Monterrey.

Cuando llegó la hora de la comida suspendimos temporalmente la reunión para salir a comer, así que los cuatro decidimos ir a comer a un establecimiento que vendía tacos tras escuchar un par de comentarios positivos sobre el lugar... Y que posiblemente era el único lugar abierto ese día a esa hora.

Lupita y Juan Pablo se adelantaron con alguien que los llevaría al lugar, mientras que Víctor y yo los tuvimos qué alcanzar en mi carro siguiendo sencillas instrucciones de cómo llegar. Cuando llegamos, vimos que el establecimiento era una especie de local rodante que ostentaba algunas décadas de uso.

Para cuando Víctor y yo nos terminamos de acomodar nuestro banquito, Lupita ya le estaba poniendo salsa a sus tacos y Juan Pablo dándole los primeros tragos a su refresco, así que para no atrasarnos de más, Víctor y yo tratamos de pedir nuestras órdenes al instante. -¿De qué son los tacos? –El señor que atendía a quien fácilmente le calculé más de setenta años no contestó… -¿De qué son los tacos? –Pregunté más fuerte, a lo que con ronca y cansada voz: –De pollo y picadillo. –Bueno, me da tres y tres, por favor. –Para mí igual –Pidió Víctor también.

El señor, que se movía con la lentitud típica de la gente de su edad, tomaba con toda la mano el jitomate o la cebolla y con un cuchillo que limpió con un trapo que no se veía muy limpio que digamos empezó a picar apoyándose sobre una tabla soportada sobre dos ménsulas de metal que alguna vez estuvieron pintadas de blanco. Yo prestaba atención mientras veía cómo la altura de la tabla que le quedaba muy arriba y cerca del pecho sumada a la falta de precisión de sus manos le hacía apachurrar el jitomate antes de partirlo, pero no me importó… “Al fin que lo voy a masticar”, pensé.

Cuando el señor sacó los tacos del aceite los distribuyó sobre dos platos que “limpió” con el mismo trapo que usó con el cuchillo. Acomodó cuidadosamente los seis tacos de cada plato y cuando les empezaba a esparcir el tomate y ante nuestra mirada, el señor empezó a toser de manera aparatosa sobre los tacos, sobre sus manos y por poco y sobre nosotros. Mis compañeros y yo nos mirábamos atónitos sin que nadie atinara a hacer o decir nada. Después mientras el señor les ponía la cebolla y el repollo (así le llaman aquí en el norte a la col) de nuevo sufrió otro ataque de tos que pasó sin hacer un intento por taparse la boca o toser en otra dirección. Yo sin ser quien tosía, por el puro sonido sabía que al toser se le removían todas las flemas y demás fluidos corporales de su garganta.

El señor con toda naturalidad nos entregó nuestros platos como si no lo hubiéramos visto, escuchado y casi sentido toser… O más bien como si toserle a la comida de los clientes haciendo alarde de congestión bronquial fuera algo de lo más normal. El señor se estaba dando la vuelta cuando de pronto se detuvo, volvió hacia nosotros y preguntó: -¿Qué quieren de tomar? –Refresco de naranja. –Uno de toronja… -Namás hay Coca… -Nos dijo. –Pues Coca. –Dijimos encogidos de hombros.

Todavía con restos de cebolla, jitomate, pollo y la brisa de su tos en las manos, destapó nuestras botellas tomándolas muy cerca de la corcholata para colocarlas frente a nuestros platos. El cuello de mi botella tenía un pedacito de pollo… O de algo así, por lo que pedí inmediatamente un popote. –No hay… -¿Y servilletas? –Tampoco… -Quité el pedazo con las manos, terminé de limpiar la botella con mi playera y traté de comer sin pensar en todo lo que vi o lo que escuché. Hice acopio de toda la paciencia posible para no devolverle los tacos, el refresco y quedarme con hambre y la impotencia de estar a pocos minutos de que terminara la hora de comer, así que decidí comer y tomar mi refresco mientras disfrutaba del hermoso paisaje desértico norestense de Los Ramones… Total… Ojos que noven… Estómago que no se enferma. ¿O cómo iba ese refrán?

- el güey de junto -

lunes, 6 de octubre de 2008

Primera vez ( 3 )

Continua de aquí...

… Me imaginaba saliendo a escondidas del lugar antes de que él me viera, pero era tarde. Me miró con gesto adusto y me hizo señas para que me acercara a él…

“Ahorita regreso” dije a mis compañeros de farra mientras me levantaba de mi silla. Caminé con dirección a la mesa donde se encontraba mi actual maestro de historia de la preparatoria tomándose unas cubas con otros tres tipos… Me acerqué hasta llegar a un par de metros de él, quien a su vez, con ojos entrecerrados y un gesto que no le conocía, me hizo señas para que me acercara más. Señas que repitió Incluso cuando estaba a metro y medio y después a un metro de él. Fue cuando ya estábamos a una distancia un poco incómoda y yo inclinado hacia él cuando pude percibir el fuerte vapor etílico que se filtraba entre sus dientes mientras me dijo: “Tú no me viste aquí”… A lo que yo respondí asintiendo con la cabeza. Entonces él me puso la mano en la espalda y en una actitud propia de un borracho necio y con tintes de déjà vu me repitió: “Tú no me viste aquí… Si sueltas la sopa, cjjjj” dijo, acompañando la onomatopeya con un movimiento de su dedo índice que se deslizó de costado atravesando su cuello de lado a lado. –No se preocupe, yo no vi nada. –Y me levanté viendo cómo mi ilustre maestro que siempre se dio baños de pureza ahora apenas podía articular palabras y pese a que ya me empezaba a retirar seguía diciendo “Tú no me viste aquí”, sólo que ya no lo podía escuchar… Sólo le leía los labios.

Regresé a la mesa después de hacer escala en el baño e instantes después llegó la chica de rosa que se sentó entre Alberto y yo. Iniciaron una charla en la cual el Guillermo y yo participábamos muy esporádicamente, pues por alguna razón no se me ocurría nada interesante qué decir y Guillermo ya estaba demasiado tomado como para poder articular palabras a la velocidad a la que Alberto y nuestra acompañante lo hacían. Hablaron de la clase de cosas que generalmente se hablan con una chica de variedad, pues empezaron desde el “Yo lo hago para dar un mejor futuro a mis hijos” hasta el “Estoy ahorrando para poner una papelería”, sólo que a diferencia de lo que ocurría en muchas otras mesas, Alberto no le propuso matrimonio ni le ofreció sacarla de trabajar. Él era un viejo lobo de mar, ella lo sabía y se limitaron a disfrutar de los tragos y esporádicas caricias en las piernas.

Cuando llegó la hora de irnos y sugerí a Alberto que alguien menos alcoholizado debía manejar de regreso, tras lo cual de inmediato Guillermo se aferró a la idea de que podía manejar en cualquier estado y aludió a haberlo hecho muchísimas veces. Balbuceando Guillermo dijo: –Alberto, ¿Cómo me pides que les suelte el carro cuando precisamente me dijiste hace un par de horas que mujeres, autos y caballos no se prestan? –Resignados más por la necedad que por el argumento de película de Vicente Fernández, decidimos correr el riesgo… Alberto medio ebrio y yo completamente sobrio subimos al carro y tras ver mi cara de preocupación, Alberto me trató de tranquilizar: -No te preocupes, es tu primera vez, así que no te puede pasar nada… La suerte de principiante es my poderosa… -Y yo, pese a la carencia de fundamentos en sus palabras, decidí aceptar el hecho como cierto, aún en contra de mi lógica. Sin embargo no me tranquilicé del todo.

Tomamos carretera hacia Mixquiahuala y algo inusual sucedió. Un espeso banco de neblina redujo notablemente la visibilidad, lo que sumado al estado de Guillermo, le hacía rectificar la dirección del carro con más frecuencia que antes, como si esquivara obstáculos. La neblina nos devolvía la luz de color blanco amarillento de los faros del pequeño escarabajo hasta que empecé a distinguir destellos de luz roja y naranja que cada vez se hacían más presentes…

-¡Frena! ¡Hay algo enfrente! –Alcancé a decir con voz de alarma. Guillermo a diferencia del Capitán del Titanic, sí pudo frenar y desviarse oportunamente de la trayectoria de colisión. Al frenar a fondo y después de un sonoro rechinido nos detuvimos ante un volumen que rápidamente tomó forma de caja de trailer. Guillermo ahora con más susto que sueño, reanudó la marcha y rodeó la mole que estaba detenida con la cabina parcialmente fuera del acotamiento y cuyas luces intermitentes parecían hacer encandecer la neblina. El resto del trayecto lo hizo más despacio, con los ojos más abiertos y en silencio.

Después de dirigir a Guillermo sobre cómo llegar a mi casa, nos detuvimos sin apagar el motor. Alberto se bajo del carro para reclinar el respaldo de su asiento y dejarme bajar y después de un apretón de manos nos despedimos, entre a la casa y me fui a dormir.

-No, yo creo que me estás cuentiando. –No, es en serio güey –Le dije a Miguel Ángel. –Chale, pinche niño, ya te imagino ahí de calenturiento con la teibolera… No, se me hace que sí es puro cuento… -Oh, que la… -Y así terminó la narración de mi anécdota que fácilmente se podría camuflagear entre el repertorio de experiencias ficticias de cualquier otro exquinceañero, a las cuales de ahí en adelante tendría que darles el beneficio de la duda no importando lo hilarante o increíble de las mismas. Si me pasó a mí, ¿Por qué no habría de pasarle a alguien más?

- el güey de junto -

domingo, 5 de octubre de 2008

Primera vez ( 2 )

Continúa de aquí...

Entonces nos dejaron pasar bajo ese misterioso y casi lujurioso velo de luz roja que por primera vez no vi desde lo lejos. Ahora por primera vez me bañaba de esa luz que vaticinaba nuevas experiencias...

Entramos y me desilusioné un poco por no ver inmediatamente a alguna mujer desnuda y llevando una charola con bebidas como en las películas. Sólo vi parejas en una pista de baile de las cuales sólo unas pocas eran conformadas por una mujer ligeramente atractiva, porque el resto más bien me recordaba a una feria de pueblo donde la señora de las tortillas bailaba con el chofer o a la señora cuarentona que atendía el mostrador de la tienda (y que más bien rayaba en los cincuenta) bailaba con el compadre del vecino.

Atravesamos gran parte del lugar y nos sentamos en una mesa y de inmediato Alberto, el líder de la manada y quien pagaría la cuenta de nuestro consumo, pidió una botella de Whiskey acompañada con varias botellas de agua mineral. Tras recibir y abrir la botella me descubrió volteando hacia todos lados y me preguntó: -¿Es la primera vez que vienes a un putero, verdad? –Sí. –Respondí con cierta reserva, pero sin mostrar pena. –Está bien, para que vayas conociendo… -En ese momento todas las parejas en la pista de baile, sin excepción, pasaron a sentarse a su lugar.

Tras una pintoresca presentación narrada por el encargado de luz y sonido del lugar, salió la chica de la variedad, la cual por comentarios que escuchamos, supimos que era “La especial” de ahí… La “Mera mera” de la Camorra… Afortunadamente era bastante más atractiva que el resto de las mujeres que había visto en el lugar y en medio de un ritual de coquetería, comenzó su baile.

La chica, de estatura regular, cuerpo estético y cabello lacio pintado de rubio claro, tenía un pequeño y entallado vestido de color rosa que frotaba con sus manos levantándolo poco a poco de la parte de abajo y conforme la música continuaba iba haciendo ademanes que delataban que se lo quitaría. Yo para entonces cruzaba la pierna para disimular la tienda de campaña que se alzaba bajo mi pantalón…

Como parte de la variedad, la chica iba interactuando con los clientes, lo cual era facilitado por el hecho de que la pista de baile estaba a nivel del piso. Noté que el tiempo que dedicaba a “seducir” a los presentes era directamente proporcional al consumo que se reflejaba por la cantidad de botellas bebidas o bien, por la calidad de las mismas. También pude notar su habilidad para identificar al individuo clave de cada mesa, pues dedicaba toda su atención al que venía mejor vestido o que daba alguna señal de poder económico…

Seguían pasando las canciones y el vestido terminó de escurrir por sus muslos para dejar ver un diminuto traje de baño de color blanco en dos piezas. Yo estaba muy emocionado por estar viviendo mi primera experiencia en un lugar así y tal vez gran parte de esa emoción venía de la clandestinidad… Del contraste entre mi edad y la del resto de los clientes que visiblemente tenían mucha más primaveras vividas que yo.

Cuando la música dejó de tener aires bailables y empezó a tornarse más y más sensual, la pieza de arriba del traje de baño cayó al suelo entre alaridos y chiflidos… Yo estaba tan concentrado en el espectáculo que pasé por alto lo vulgares de los comentarios y piropos que le gritaban... Veía embelesado cómo la luz ahora violeta de la pista de baile le daba un toque etéreo e inmaculado a la piel de la dama que ahora ya se encontraba dedicando sus encantos a las mesas de las botellas más caras… Tres mesas después, la chica regresó a la pista y después de un par de movimientos coreográficos que la dejaron gentilmente recostada en el duro suelo de azulejo, terminó de desvestirse por completo.

Mi respiración se agitó cuando sentí que se dirigía a nuestra mesa y yo, a pesar de estar viendo fijamente su vello púbico, su pecho y el contraste del entorno oscuro con su piel lechosa, pude percibir cómo sus ojos escudriñaban la mesa. Era interesante ver cómo toda una artista de la seducción, tenía la capacidad de conservar esa mirada seductora y al mismo tiempo tener a su cerebro haciendo apresuradas cuentas para determinar qué tan redituable sería dedicarnos tiempo.

Caminó sigilosamente alrededor de la mesa rozando nuestras espaldas, cabello y orejas con sus uñas… Guillermo sólo la seguía con la mirada, mientras que el Alberto seguía tomando Whiskey con gesto de Don Juan mirando al infinito. Yo en cambio, estaba siguiéndola con la mirada, el pensamiento y con la cabeza al grado de casi torcerme el cuello a pesar de su indiferencia hacia mí.

Cuando la chica estaba a punto de empezar el toqueteo con Alberto que denotaba rápidamente ser el más adinerado, él la detuvo y le dijo mientras me señalaba: -No, conmigo no. Quiero que vayas con mi sobrino. Hoy cumple dieciocho años y lo trajimos aquí para festejarlo… -Entonces súbitamente su indiferencia hacia mí se transformó en un ritual de cortejo: Empezó a caminar alrededor de mi silla acariciando mis hombros, mi cuello y mi cabeza hasta que se detuvo enfrente de mí, se sentó a horcajadas sobre mis piernas viéndome a la cara, tomó mis manos y con ellas empezó a frotar sus piernas, su cadera, su cintura y su pecho mientras me decía. “Hola sobrino, feliz cumpleaños… No seas tímido, no te voy a comer”…

Y entonces todo se nubló…

No precisamente porque me fuera a desmayar, sino porque perdí visibilidad cuando ella pegó su pecho contra mi cara mientras ponía mis manos en su cadera y luego en su trasero mientras me guiaba a acariciarla con movimientos circulares… Yo sólo escuchaba chiflidos, gritos, carcajadas y música, pero no entendía ninguno de aquellos sonidos que estaban mezclados como en una especie de plasta acústica... Incluso no entendía las señales que recibía mi cerebro por medio del tacto, pues no podía concentrarme en la textura que sentían mis manos, en la suavidad y temperatura que percibía mi rostro, en lo que captaba mi olfato…

No se cuánto tiempo pasé inmerso en esa suavidad, oscuridad y bullicio… Pudieron ser veinte segundos o tal vez tres minutos… Lo que sí sé es que cuando se levantó de mis piernas me dejó con la mente en blanco... Como si al despegarse de mí, el aire frío hubiera me hubiera dado una bofetada en el rostro causándome un shock. Cuando recuperé la conciencia, ella estaba saliendo de la pista de baile hacia los vestidores.

Empezamos a platicar los tres en la mesa. Hablamos sobre la vida de las bailarinas, de las sexo-servidoras y demás variantes… Hablamos también sobre a lo que nos dedicábamos cada uno de nosotros y festejamos la coincidencia que descubrimos al saber que Alberto tenía treinta y seis, Guillermo veintiséis y yo dieciséis. De pronto me enteré que Alberto ya había hecho arreglos para que la estrella de la variedad viniera a tomarse unos tragos en nuestra mesa.

En ese momento mientras gozaba de mi experiencia clandestina vi a alguien que me pareció conocido… ¿Acaso era él? ¿Era posible?... ¡Sí, era él!... Parecía que todo estaba por perder su toque de crimen perfecto… Me imaginaba saliendo a escondidas del lugar antes de que él me viera, pero era tarde. Me miró con gesto adusto y me hizo señas para que me acercara a él…

Continuará...

- el güey de junto -