Cuando uno piensa en la dieta de un joven soltero, común y corriente, es casi imposible no asociar alimentos como pizzas, pollo frito, costillas asadas a la BBQ, todo tipo de derivados del maíz y el almidón convertido en frituras, nuggets de toda especie animal legal disponible y waffles para tostador… Claro, siempre y cuando el joven soltero no viva en casa de sus papás.
Durante el último año de la preparatoria tuve la oportunidad de vivir solo, a un par de cientos de kilómetros de mis papás y sin supervisión adulta, sin embargo mi dieta distaba bastante de lo que mencioné como común denominador de lo que comen los jóvenes solteros, por una sencilla razón… Falta de dinero.
Cuando tus padres te dicen que o te alcanza el poco dinero que te dan o te vas con ellos, te vuelves muy creativo con tal de no perder tus libertades, aunque para mi desgracia todo lo creativo que pude ser no fue suficiente comparado con la flojera de preparar comida casera… Al menos aquella que implica más de quince minutos frente a la estufa. De hecho mi despensa semanal se basaba en dos litros de yogurt de fresa cuya marca era de dudosa reputación y procedencia, tres paquetes de sopa de pasta (con forma de radiador), cereal de trigo inflado comprado a granel y tres cubitos de consomé de tomate de la marca más económica...
El éxito de aquella despensa estaba basado en el racionamiento metódico de las partes exceptuando el cereal de trigo inflado del cual tenía casi un costal de cuatro kilos.
Los desayunos consistían en beber yogurt hasta llegar a la siguiente marca de plumón en el envase, con el fin de no beber más de una séptima parte cada día. El resto del desayuno eran unos tres o cuatro puños de cereal. Trastes por lavar: Cero.
Para resolver el almuerzo compraba en la escuela una charolita con tres mini tacos dorados con alma de pollo (o con un poco más de suerte, una hebra un poco más gruesa que un cordón) y agua de los bebederos… Bueno, no había bebederos en la escuela… Era más bien agua del lavamanos, pues no podía costearme el pago de un refresco y era demasiado flojo como para hervir agua en casa y embotellarla para traerla a la escuela… En fin. Trastes por lavar: Cero.
La comida era algo más sencillo, pues se trataba de otro ritual repetitivo que consistía en ir a “Las tortas de Satus” y pedir una de pierna con milanesa, un Boing de guayaba en botella de vidrio y después uno de mango… Y cuando me ponía rebelde tomaba primero el de mango y luego el de guayaba. Trastes por lavar: Cero.
La cena era lo más pintoresco del día, pues era la única ocasión donde potencialmente estaba comprometido a ensuciar y lavar trastes y ahí era donde usaba mi creatividad. También era ahí el único momento en el que encendía una hornilla de la estufa:
El ritual consistía en llenar una olla a poco más de la mitad con agua, ponerla a calentar y cuando hervía, vertía casi exactamente medio paquete de sopa y medio cubito de consomé. Mientras la pasta se cocía me iba a ver la televisión y aprovechaba para comer unos puños de cereal. Diez minutos después, apagaba la hornilla, me esperaba otros minutos a que se enfriara la sopa un poco y luego con una cuchara me comía la sopa directamente de la olla. Trastes por lavar: Una cuchara.
¿Y la olla? La olla todavía no, ya que al día siguiente, la rellenaba sólo hasta la mitad, un par de centímetros por debajo de al costra de sopa del día anterior… Y al día siguiente la rellenaba por debajo de la última marca, pues irónicamente aunque no me daba asco cocinar en una olla sucia, me daba asco que la costra de consomé y pasta seca se mezclara con la sopa que estaba cocinando. Finalmente, hasta después del tercer día, además de una cuchara lavaba una olla. Entonces recapitulando la cena diría que trastes por lavar: Una cuchara y cero punto tres, tres, tres, tres ollas.
Los domingos en la noche derrochaba el dinero comprando una orden de tacos de bistec en el puesto que estaba a un lado de mi casa en lugar de cenar sopa.
Meses después de comer lo mismo religiosamente me diagnosticaron anemia y tras cumplir el tratamiento basado en un suplemento de hierro me diagnosticaron gastritis causada precisamente por el tratamiento contra la anemia… Desde entonces tengo qué comer a mis horas, cuando no he comido me pongo de malas… ¡Asústame panteón!
- el güey de junto -
Durante el último año de la preparatoria tuve la oportunidad de vivir solo, a un par de cientos de kilómetros de mis papás y sin supervisión adulta, sin embargo mi dieta distaba bastante de lo que mencioné como común denominador de lo que comen los jóvenes solteros, por una sencilla razón… Falta de dinero.
Cuando tus padres te dicen que o te alcanza el poco dinero que te dan o te vas con ellos, te vuelves muy creativo con tal de no perder tus libertades, aunque para mi desgracia todo lo creativo que pude ser no fue suficiente comparado con la flojera de preparar comida casera… Al menos aquella que implica más de quince minutos frente a la estufa. De hecho mi despensa semanal se basaba en dos litros de yogurt de fresa cuya marca era de dudosa reputación y procedencia, tres paquetes de sopa de pasta (con forma de radiador), cereal de trigo inflado comprado a granel y tres cubitos de consomé de tomate de la marca más económica...
El éxito de aquella despensa estaba basado en el racionamiento metódico de las partes exceptuando el cereal de trigo inflado del cual tenía casi un costal de cuatro kilos.
Los desayunos consistían en beber yogurt hasta llegar a la siguiente marca de plumón en el envase, con el fin de no beber más de una séptima parte cada día. El resto del desayuno eran unos tres o cuatro puños de cereal. Trastes por lavar: Cero.
Para resolver el almuerzo compraba en la escuela una charolita con tres mini tacos dorados con alma de pollo (o con un poco más de suerte, una hebra un poco más gruesa que un cordón) y agua de los bebederos… Bueno, no había bebederos en la escuela… Era más bien agua del lavamanos, pues no podía costearme el pago de un refresco y era demasiado flojo como para hervir agua en casa y embotellarla para traerla a la escuela… En fin. Trastes por lavar: Cero.
La comida era algo más sencillo, pues se trataba de otro ritual repetitivo que consistía en ir a “Las tortas de Satus” y pedir una de pierna con milanesa, un Boing de guayaba en botella de vidrio y después uno de mango… Y cuando me ponía rebelde tomaba primero el de mango y luego el de guayaba. Trastes por lavar: Cero.
La cena era lo más pintoresco del día, pues era la única ocasión donde potencialmente estaba comprometido a ensuciar y lavar trastes y ahí era donde usaba mi creatividad. También era ahí el único momento en el que encendía una hornilla de la estufa:
El ritual consistía en llenar una olla a poco más de la mitad con agua, ponerla a calentar y cuando hervía, vertía casi exactamente medio paquete de sopa y medio cubito de consomé. Mientras la pasta se cocía me iba a ver la televisión y aprovechaba para comer unos puños de cereal. Diez minutos después, apagaba la hornilla, me esperaba otros minutos a que se enfriara la sopa un poco y luego con una cuchara me comía la sopa directamente de la olla. Trastes por lavar: Una cuchara.
¿Y la olla? La olla todavía no, ya que al día siguiente, la rellenaba sólo hasta la mitad, un par de centímetros por debajo de al costra de sopa del día anterior… Y al día siguiente la rellenaba por debajo de la última marca, pues irónicamente aunque no me daba asco cocinar en una olla sucia, me daba asco que la costra de consomé y pasta seca se mezclara con la sopa que estaba cocinando. Finalmente, hasta después del tercer día, además de una cuchara lavaba una olla. Entonces recapitulando la cena diría que trastes por lavar: Una cuchara y cero punto tres, tres, tres, tres ollas.
Los domingos en la noche derrochaba el dinero comprando una orden de tacos de bistec en el puesto que estaba a un lado de mi casa en lugar de cenar sopa.
Meses después de comer lo mismo religiosamente me diagnosticaron anemia y tras cumplir el tratamiento basado en un suplemento de hierro me diagnosticaron gastritis causada precisamente por el tratamiento contra la anemia… Desde entonces tengo qué comer a mis horas, cuando no he comido me pongo de malas… ¡Asústame panteón!
- el güey de junto -