martes, 29 de julio de 2008

¿Yo soy?

A punto de empezar la carrera de Arquitectura en Cuernavaca me mudé al departamento que tenían mis papás, el cual había sido prestado a mi tío Carlos quien lo habitaba con dos de sus hijos, su yerno y su nieto de año y medio de edad. Mi tío habitaba en una recámara junto con mi primo, mi prima su esposo y su hijo se quedaban en otra habitación y yo en otra; y de las tres recámaras del departamento, sólo la que compartían mi prima Dora, su esposo y mi sobrino tenía puerta.

Como todo estudiante de arquitectura promedio de dieciocho años, mi cuarto estaba plagado de toda clase de objetos frágiles o que por lo menos requerían cierto manejo que un niño de la edad de mi sobrino no podía dar, así que para contrarrestar su curiosidad natural por descubrir el mundo apoyado en sus primeros pasos, la entrada de mi cuarto estaba “sellada” con una pieza de triplay la cual tenía yo qué brincar cada vez que entraba o salía de mi cuarto.

Como era de esperarse, mi recámara se fue convirtiendo gradualmente en un lugar de deseo para mi sobrino, descubriendo que no hay nada más codiciado que lo que nos es prohibido. Por lo mismo nos vimos varias veces envueltos en la rutina de escuchar al pequeño Andor llorando unos minutos hasta que mi prima lo cargaba, entraba a mi cuarto y mientras le decía: “¿Ves? Aquí no hay nada que te guste. No hay juguetes” y le iba mostrando las cosas que estaban en la recámara.

En principio, hacer eso funcionaba hasta que finalmente la guitarra, un poster, mi regla “T” o alguna maqueta a medio fabricar le llamaban suficientemente la atención como para desatar otro berrinche al ver que se le negaba el contacto con aquellos objetos. Entonces mi prima decía: “Eso no es tuyo. Es de tu tío y se enoja si lo agarras”. Salía del cuarto, dejaba llorar a mi sobrino unos minutos más hasta que se dormía o se distraía con algo menos frágil.

Un sábado por la mañana, cuando me despertó el delicioso aroma a huevo con chorizo que cocinaba mi prima, abrí los ojos y lo primero que vi fueron las manitas de Andor agarradas del triplay que obstruía la entrada a mi recámara. Podía yo ver sus dos ojitos muy abiertos y su enmarañada cabellera rubia que se movía conforme el seguía haciendo esfuerzos por escalar aquella muralla que le llegaba a la altura de la nariz. En ese momento, aunque no podía verla, oí a mi prima verter salsa sobre el sartén al mismo tiempo en que decía: –No, Andor, te va a salir el “Uy”… -Y cuando decía “Uy”, prolongaba el monosílabo con cierto tono tenebroso como si se refiriera al mítico, ancestral y popular “Coco” con el que espantan a los niños. Mi prima seguía diciendo: –Andor, te va a salir el “Uy”… ¿Quieres que te salga el “Uy”? –Y mi sobrino titubeaba mientras me miraba a los ojos y luego volteando a ver (supongo) a su mamá…

Tal vez esa mirada y titubeo del pequeño niño, me hizo suponer de pronto que tal vez yo sería el tal “Uy”… Me levanté de la cama y Andor dio un par de pasos hacia atrás… Mi prima desde la cocina seguía tratando de amedrentar a mi sobrino con la inminente aparición del “Uy” y finalmente cuando me dispuse a salir del cuarto, Andor salió corriendo a abrazar a su mamá entre sus carcajadas de niño nervioso que se sabe inmerso en una travesura.

Brinqué la barricada de acceso a mi recámara y en dos pasos ya estaba yo entre el comedor y la cocina. Saludé a mi prima y ella devolvió el saludo preguntando: -¿Ya te fue a despertar Andor? -No, fue más bien el olor del desayuno… Así hasta da gusto despertarse. –Le contesté. Mi primo Oswaldo que había estado en la sala todo ese rato le dijo a Andor entre risas: -¿Ya viste? Ya salió el “Uy”… -Yo me reí y mi prima interrumpió aclarando que yo no era el “Uy” y que el “Uy” era una polilla grande de esas que parecen mariposas cafés y que un día había espantado a Andor y después entrado a mi cuarto, pero mi primo Oswaldo insistía riendo: -No te hagas, él es el “Uy”, ¿Verdad Andor?... –Andor reía y yo seguía pensando que independientemente de que mi prima en verdad se hubiera inspirado en la polilla para inventar al “Uy”, Andor me veía a mí como el “Uy”… Una escalofriante criatura de la que debía alejarse o atenerse a unas misteriosas consecuencias. Por cierto, jamás vi viva o muerta a aquella mítica polilla que supuestamente huyó a refugiarse a lo alto de mi armario…

Hoy, a ocho años de distancia cuando platico con mi primo Oswaldo llega a salir a la plática entre risas el tema de la identidad del “Uy” con el que asustaban a mi sobrino; y hasta la fecha ignoro si cuando mi prima hablaba del “Uy”, se refería a mí. Lo que sí se es que por ubicarme varios puntos por debajo de lo que podría considerarse un hombre apuesto, la idea de ser la mismísima encarnación del “Uy” no me parece para nada descabellada.

Pobre de mi sobrino… Aunque debe ser feo saber que cerca de tu casa vive el “Señor del costal” o que debajo de tu cama vive el Coco, debe ser mucho más horripilante saber que tu propio tío con quien viviste casi un año es el mismísimo escalofriante y terrorífico “Uy”.

- el güey de junto -

viernes, 18 de julio de 2008

Fiestas infantiles

Está de moda desde hace muchos años que cuando el primer hijo o hija cumple sus primeros años, los padres echan la casa por la ventana para armar un fiestón apoyados en toda clase de servicios que existen hoy en día para este tipo de ocasiones. Hay renta de inflables, de disfraces, de servicios de banquetes infantiles, de shows con superhéroes o heroínas de moda, musicales y la lista sigue…

Sin embargo algo curioso del asunto no es la variedad o lo costoso que pueden llegar a ser estos servicios, sino que muchas veces lo hacen pensando en darle un recuerdo a su hijo o hija que finalmente acabará olvidado en un mohoso rincón de su subconsciente.

¿Acaso un niño de dos años recuerda cuántos invitados hubo en su fiesta? Sin querer generalizar ni herir susceptibilidades (porque no falta el “contreras” que asegura acordarse hasta de su nacimiento y te dice a qué sabía el líquido amniótico), yo creo que no. A lo mucho podría recordar si fue feliz o no. Por lo tanto invertir doscientos, dos mil o veinte mil pesos en una fiesta que celebra la primera, segunda o tercera primavera de una criaturita, es a fin de cuentas lo mismo. O no… Más bien, cada uno es un caso diferente que si bien puede traer recuerdos gratificantes (como en las telenovelas) también puede ser la raíz de traumas que veinte años después lo privarán de cubrir esa vacante de trabajo donde le cerraron la puerta en la nariz después de que su examen psicológico delataba a un “Mr. Hyde” en potencia (como ocurre con frecuencia en la vida real)…

Quiero ejemplificar lo que les comento de una forma lo más palpable posible, así como también que para el éxito o efectos que puede tener una fiesta en un niño de esa edad, si la fiesta es austera o muy costosa es irrelevante:

Caso 1-A.
Imaginemos una fiesta modesta en casa para celebrar los dos años de Pánfilita. Sólo los papás, a lo mucho la abuela, un pastelito, y ochenta pesos para comprar 6 madejitas de estambre de colores. La familia ríe, satura la tarjeta de treinta y dos megas de su ahora obsoleta cámara digital unas siete veces y cuando ven las fotos todos recuerdan lo divertida que se veía Panfilita jugando con todos esos estambres de colores. Ella no come paste, sin embargo se entretiene mordiendo los estambres, la pata de la silla, el celular de papá y finalmente se queda dormida. El único sobresalto para Panfilita es que su mamá al arrebatarle un estambre rojo que casi se traga, le lastimó un dientito. Cuando pasan los años, Pánfila se convierte en toda una mujer, lleva una vida profesional, familiar, social y sexual muy sana y encuentra a un hombre que la respeta. Sin embargo, desarrolla una extraña fobia al estambre de color rojo.

Moraleja: No se requiere de una fiesta ostentosa para generar recuerdos felices en un niño de tan corta edad. Sin embargo, eventualmente Panfilita llegará a la horrible adolescencia y le reclamará a sus padres el no haber hecho algo más memorable en su honor.


Caso 1-B.
La misma fiesta de Panfilita, sólo que en lugar de la abuela, está el tío ebrio que sin querer tira el refresco sobre el pequeño pastel. Los papás se enojan con el borrachín, se gritan y Panfilita llora, porque aunque a Panfilita le vale madres el pastel, el refresco, el tío borracho, la Reforma Energética y la estadística de la multimentada Selección Nacional, percibe esos gritos, el enojo… No entiende los manoteos de sus papás ni el porqué se escucha tanto ruido después de ver que su papá y su tío se revuelcan en el suelo en un extraño abrazo. Cuando Pánfila crece y se recupera de su tercera intoxicación por exceso de cocaína debido a su depresión causada por el encierro de su padre que accidentalmente mató a su tío, se da cuenta que está embarazada. Seguramente eso afectará el “negocio”, pues pocos establecimientos contratarían a una bailarina exótica en estado tan delicado. Eso lleva a Pánfila a una depresión y termina tirándose de un paso peatonal.

Moraleja: No porque se carezca de presupuesto todo será miel sobre hojuelas. Eso sólo sucede en las telenovelas de Televisa.


Caso 2-A.
Imaginemos que Panfilita nace en el seno de una familia muy bien acomodada. Panfilita se alborota cuando ve el color rosa en sus decenas de juguetes, kilos de ropa y en la pantalla de plasma de alta definición de la estancia de la residencia donde vive, por lo tanto, papi y mami deciden hacerle una fiesta temática de “Rosita Fresita” en un reconocido salón de eventos que con todo y payasos, show de Rosita Fresita, buffet infantil y para adultos y otras sorpresas, terminarán pagando lo que un clasemediero pagaría por un auto compacto. Pánfila crece, se convierte en toda una mujer de mundo, se aumenta el busto, estudia “Modas” en Europa y tendrá una vida profesional, social y sexual sana. Sin embargo mucha gente le tiene envidia y no la ve con buenos ojos.

Moraleja: Las niñas ricas no siempre son malas personas… Aunque cueste verlo, tienen cualidades ajenas a lo que pueden pagar por verse mejor.


Casi 2-B.
La misma fiesta “nice” de Pánfilita en un salón de fiestas, sólo que su papá no pudo ir porque está de viaje de negocios (léase viviendo un amorío con su asistente personal en una playa del Caribe) y seguramente jamás verá las fotos de la fiesta, lo cual no será del todo malo, pues no sería gratificante ver fotos donde Panfilita llora desconsoladamente cuando los niños apalean una piñata de Rosita Fresita. Panfilita viste de color rosa igual que su piñata. Seguramente no puede evitar asociar la agresión de los niños hacia su heroína favorita, lo que le causa un trauma irreversible. Ella crece y se convierte en “Panfis” (porque tiene fama de golpear a los que le dicen secamente “Pánfila”). Ahora es toda una mujer que vive pensando que los hombres son una basura, lo que la motiva a vivir tortuosas relaciones cuyo único interés es maltratar y humillar a su pareja en turno. Con el paso de los años se da cuenta de lo vacía que es su vida y que ya no la puede llenar ni con el chorro de píldoras que paga en Euros. Frecuentemente tiene pesadillas de hombres pegándole con un palo de madera mientras la gente canta “Dale, dale, dale, no pierdas el tino”… No soporta la situación y termina suicidándose en la bañera de una lujosa suite.

Moraleja: … Bueno, esta era predecible y sí es como en las novelas. La típica niña fresa antipática con muchísima lana que acaba mal.


Si analizamos detalladamente estos cuatro relatos omitiendo las inconsistencias, la intención deliberada de manipular su resultado, los factores externos que pudo vivir Panfilita en su infancia, las frustraciones de su servidor por nunca tener una fiesta temática de los Thundercats y lo hilarante de este texto, descubriremos que pase lo que pase, inviertas lo que inviertas y del tamaño que hagas la fiesta para tus hijos, como quiera ni se va acordar y de todos modos puedes arruinarle la vida. Yo por eso criaré a mis hijos ocultándoles la navidad, desmintiendo fantasías absurdas, demeritando el valor de un aniversario y haciéndoles ver desde temprana edad que la vida no es justa.

¿Amargado yo? ¡Ja! ¡Es que no todo es color de rosa!

>> Grinch <<

martes, 15 de julio de 2008

Blasfemia automotriz

Algo que mi esposa y yo no compartimos es la pasión por los autos o las motocicletas, lo cual no me parece mal si partimos de la idea de que personas diferentes se complementan y que esos diferentes acervos que cada uno tiene, dan pie a horas de conversaciones cuando estamos juntos.

Con este antecedente, es de esperarse que mi esposa no distinga ciertos vehículos de otros “parecidos” o al menos así lo creía yo. Eso me parecía muy normal e incluso pensé también que seguramente muchas mujeres compartirían el mismo nivel de percepción automotriz que ella. Sin embargo, fue hasta el sábado anterior cuando tuve la certeza de la magnitud de su indiferencia hacia el mundo automotriz:

Al dar una vuelta en “U” en un transitado camellón del municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, me detuve ante la luz roja junto con varios carros que ocupábamos los tres carriles de ese retorno. De repente como si hubiera visto “La piedad” de Miguel Ángel o a Hendrix en carne y hueso tocando “Purple Haze” en la banqueta, un hermoso Porsche Carrera 4S de color rojo me robó la atención súbitamente.

-¡Amor! ¡Mira! ¡Un Porsche Carrera! –Dije emocionado. -¿Cuál? ¿El de color negro que está junto a nosotros? –… Finalmente después de una pausa de unos segundos y tras la sensación de que alguien te acaba de arruinar una sorpresa le dije: -No amor, ese es un Cavalier…

-Me dolió que la reputación de tan hermosa obra de ingeniería fuera rebajada al nivel de un auto común y corriente, pero… ¿Qué le vamos a hacer si no distingue entre un deportivo de doscientos mil dólares y un auto de de ciento cincuenta mil pesos?...

Nada. Así es ella y así la quiero.

- el güey de junto -

lunes, 7 de julio de 2008

Naturaleza inexplicable

Durante algunas épocas de la niñez de mi esposa convivió con entornos naturales. Alguna vez la casa donde vivió tuvo una huerta y tuvo la experiencia de jugar entre pastizales, de criar patos y seguramente recibió a lo largo de su vida algunos piquetes de hormiga.

Lo que me llama mucho la atención es la secuela de una de estas vivencias y no me refiero a la huerta, a los pastizales ni a los patos. Me refiero específicamente a los piquetes de hormiga… ¿Qué por qué llama mucho mi atención? No tiene mucho que ver con el hecho de que un día repentinamente se volvió alérgica y que cuando le llegaba a picar una hormiga se le producía una aparatosa inflamación alrededor de la picadura, pues esa “reacción alérgica” no es nada del otro mundo.

Mi atención que también pudiera decirse que es curiosidad, va más de la mano con el hecho de que por un lado (el menos interesante) parece que poco a poco dejó de ser alérgica a los piquetes de hormiga. Ahora Aída no se aleja apresurada de los hormigueros temiendo una hinchazón del tamaño de un puñado de lentejas en algún tobillo, pues el incidente no pasaría del dolorcito característico que sentiría cualquier persona. Sin embargo, por otro lado, (el que me parece más interesante) Aída recibe picaduras de hormiga con una frecuencia mayor a la que recibiría una persona común y de manera hasta cierto punto “sospechosa”.

¿Cómo se explican que en una casa donde vive una pareja, sólo una persona recibe todos los piquetes de hormiga? Y no hablamos de un piquete cada mes… ¡Hablamos de mínimo tres o cuatro piquetes o más bien mordidas por semana!

Un día Aída está sentada leyendo y siente un dolor en un dedo del pie. Cuando revisa el área dolorida, se encuentra a una hormiga frenética cuyas fauces mantiene clavadas sobre su epidermis. Aída la aplasta con su dedo índice y después junto con el pulgar la convierte en una pelotita y la avienta hacia el suelo…

Otro día Aída está sentada frente a la mesa usando su computadora y siente un dolor en el brazo. Cuando revisa el área dolorida, se encuentra a una hormiga aferrada a devorar su brazo. Aída hace otra pelotita de hormiga…

Una noche Aída duerme plácidamente junto a mí… Suponiendo que se le puede llamar “plácidamente” a presenciar mi soberbio concierto de ronquidos. Finalmente lo que la despierta de repente no son mis ronquidos, sino un dolor agudo en la piel del abdomen. Aída todavía con los ojos cerrados pero lúcida, se toca con la mano, siente un pequeño objeto bajo sus dedos y al hacerlo pelotita entre su índice y su pulgar reconoce las proporciones de una hormiga…

Y así pasan los días desde hace varios meses. Yo sin recordar un piquete de hormiga en muchos meses y mi esposa recibiendo uno tras otro. –¡Pero yo no les hago nada! ¿Por qué se ensañan conmigo? –Me dice con molestia aunque con cierto aire de diversión por lo hilarante del asunto. –No se, pero como estás muy suavecita, si yo fuera hormiga también te trataría de morder a cada rato… -O a veces le digo jugando: “Es que hueles muy feo”… Pero en verdad aunque me extraña el asunto, no puedo darle una respuesta más seria porque simplemente no tengo idea.

¿Qué tendrá Aída que nos parece tan irresistible a las hormigas y a mí? ¿Acaso será su suave piel? ¿Será que es una mujer muy dulce? ¿Habré sido yo en mi otra vida una hormiga, o ella una galleta con chispas de chocolate?

¡Hormigas montoneras! ¡Con mis mordidas ya tiene suficiente!

- el güey de junto -

miércoles, 2 de julio de 2008

Cuarta exposición del Colectivo Contraluz...

Todos hemos leído algunos libros en nuestra vida... Al menos uno... Bueno, al menos todos hemos hojeado uno... O al menos detenido una puerta o nivelado un sillón con alguno... El punto es que el libro tiene un valor importante en nuestra cultura a pesar de que dicho valor va cambiando día con día.

Alguna vez fueron símbolo de poder. Quien controlaba los libros, controlaba el conocimiento. Después se convirtieron en distingos de clases privilegiadas y para nuestra fortuna se fueron popularizando hasta abarcar toda clase de nichos, usos y finalidades que podemos encontrar en la literatura de hoy en día.

¿Pero qué hay de los usos "alternativos"? ¿Cuántos no hemos además de leer, recostado nuestra cabeza con un libro? ¿Cuántos no corrimos a guarecernos hacia esa marquesina de aquella fachada de la calle tapándonos la cabeza con un libro?

Sin intención por demeritar al libro con la etiqueta de "comodín volumétrico", estos usos alternativos así como los tradicionales que se le dan al libro son el tema de la cuarta exposición fotográfica del Colectivo Contraluz de Monterrey. Se titula "Clic punto y aparte." y será montada en la Biblioteca Central del Estado Fray Servando Teresa de Mier, en la Macroplaza de la Sultana del Norte.

La inauguración tendrá lugar en la misma biblioteca el 18 de julio del presente año a las 18:30hrs.

¡Pasen la voz!



& Luchógrafo &