Continua de aquí...
… Me imaginaba saliendo a escondidas del lugar antes de que él me viera, pero era tarde. Me miró con gesto adusto y me hizo señas para que me acercara a él…
“Ahorita regreso” dije a mis compañeros de farra mientras me levantaba de mi silla. Caminé con dirección a la mesa donde se encontraba mi actual maestro de historia de la preparatoria tomándose unas cubas con otros tres tipos… Me acerqué hasta llegar a un par de metros de él, quien a su vez, con ojos entrecerrados y un gesto que no le conocía, me hizo señas para que me acercara más. Señas que repitió Incluso cuando estaba a metro y medio y después a un metro de él. Fue cuando ya estábamos a una distancia un poco incómoda y yo inclinado hacia él cuando pude percibir el fuerte vapor etílico que se filtraba entre sus dientes mientras me dijo: “Tú no me viste aquí”… A lo que yo respondí asintiendo con la cabeza. Entonces él me puso la mano en la espalda y en una actitud propia de un borracho necio y con tintes de déjà vu me repitió: “Tú no me viste aquí… Si sueltas la sopa, cjjjj” dijo, acompañando la onomatopeya con un movimiento de su dedo índice que se deslizó de costado atravesando su cuello de lado a lado. –No se preocupe, yo no vi nada. –Y me levanté viendo cómo mi ilustre maestro que siempre se dio baños de pureza ahora apenas podía articular palabras y pese a que ya me empezaba a retirar seguía diciendo “Tú no me viste aquí”, sólo que ya no lo podía escuchar… Sólo le leía los labios.
Regresé a la mesa después de hacer escala en el baño e instantes después llegó la chica de rosa que se sentó entre Alberto y yo. Iniciaron una charla en la cual el Guillermo y yo participábamos muy esporádicamente, pues por alguna razón no se me ocurría nada interesante qué decir y Guillermo ya estaba demasiado tomado como para poder articular palabras a la velocidad a la que Alberto y nuestra acompañante lo hacían. Hablaron de la clase de cosas que generalmente se hablan con una chica de variedad, pues empezaron desde el “Yo lo hago para dar un mejor futuro a mis hijos” hasta el “Estoy ahorrando para poner una papelería”, sólo que a diferencia de lo que ocurría en muchas otras mesas, Alberto no le propuso matrimonio ni le ofreció sacarla de trabajar. Él era un viejo lobo de mar, ella lo sabía y se limitaron a disfrutar de los tragos y esporádicas caricias en las piernas.
Cuando llegó la hora de irnos y sugerí a Alberto que alguien menos alcoholizado debía manejar de regreso, tras lo cual de inmediato Guillermo se aferró a la idea de que podía manejar en cualquier estado y aludió a haberlo hecho muchísimas veces. Balbuceando Guillermo dijo: –Alberto, ¿Cómo me pides que les suelte el carro cuando precisamente me dijiste hace un par de horas que mujeres, autos y caballos no se prestan? –Resignados más por la necedad que por el argumento de película de Vicente Fernández, decidimos correr el riesgo… Alberto medio ebrio y yo completamente sobrio subimos al carro y tras ver mi cara de preocupación, Alberto me trató de tranquilizar: -No te preocupes, es tu primera vez, así que no te puede pasar nada… La suerte de principiante es my poderosa… -Y yo, pese a la carencia de fundamentos en sus palabras, decidí aceptar el hecho como cierto, aún en contra de mi lógica. Sin embargo no me tranquilicé del todo.
Tomamos carretera hacia Mixquiahuala y algo inusual sucedió. Un espeso banco de neblina redujo notablemente la visibilidad, lo que sumado al estado de Guillermo, le hacía rectificar la dirección del carro con más frecuencia que antes, como si esquivara obstáculos. La neblina nos devolvía la luz de color blanco amarillento de los faros del pequeño escarabajo hasta que empecé a distinguir destellos de luz roja y naranja que cada vez se hacían más presentes…
-¡Frena! ¡Hay algo enfrente! –Alcancé a decir con voz de alarma. Guillermo a diferencia del Capitán del Titanic, sí pudo frenar y desviarse oportunamente de la trayectoria de colisión. Al frenar a fondo y después de un sonoro rechinido nos detuvimos ante un volumen que rápidamente tomó forma de caja de trailer. Guillermo ahora con más susto que sueño, reanudó la marcha y rodeó la mole que estaba detenida con la cabina parcialmente fuera del acotamiento y cuyas luces intermitentes parecían hacer encandecer la neblina. El resto del trayecto lo hizo más despacio, con los ojos más abiertos y en silencio.
Después de dirigir a Guillermo sobre cómo llegar a mi casa, nos detuvimos sin apagar el motor. Alberto se bajo del carro para reclinar el respaldo de su asiento y dejarme bajar y después de un apretón de manos nos despedimos, entre a la casa y me fui a dormir.
-No, yo creo que me estás cuentiando. –No, es en serio güey –Le dije a Miguel Ángel. –Chale, pinche niño, ya te imagino ahí de calenturiento con la teibolera… No, se me hace que sí es puro cuento… -Oh, que la… -Y así terminó la narración de mi anécdota que fácilmente se podría camuflagear entre el repertorio de experiencias ficticias de cualquier otro exquinceañero, a las cuales de ahí en adelante tendría que darles el beneficio de la duda no importando lo hilarante o increíble de las mismas. Si me pasó a mí, ¿Por qué no habría de pasarle a alguien más?
- el güey de junto -
… Me imaginaba saliendo a escondidas del lugar antes de que él me viera, pero era tarde. Me miró con gesto adusto y me hizo señas para que me acercara a él…
“Ahorita regreso” dije a mis compañeros de farra mientras me levantaba de mi silla. Caminé con dirección a la mesa donde se encontraba mi actual maestro de historia de la preparatoria tomándose unas cubas con otros tres tipos… Me acerqué hasta llegar a un par de metros de él, quien a su vez, con ojos entrecerrados y un gesto que no le conocía, me hizo señas para que me acercara más. Señas que repitió Incluso cuando estaba a metro y medio y después a un metro de él. Fue cuando ya estábamos a una distancia un poco incómoda y yo inclinado hacia él cuando pude percibir el fuerte vapor etílico que se filtraba entre sus dientes mientras me dijo: “Tú no me viste aquí”… A lo que yo respondí asintiendo con la cabeza. Entonces él me puso la mano en la espalda y en una actitud propia de un borracho necio y con tintes de déjà vu me repitió: “Tú no me viste aquí… Si sueltas la sopa, cjjjj” dijo, acompañando la onomatopeya con un movimiento de su dedo índice que se deslizó de costado atravesando su cuello de lado a lado. –No se preocupe, yo no vi nada. –Y me levanté viendo cómo mi ilustre maestro que siempre se dio baños de pureza ahora apenas podía articular palabras y pese a que ya me empezaba a retirar seguía diciendo “Tú no me viste aquí”, sólo que ya no lo podía escuchar… Sólo le leía los labios.
Regresé a la mesa después de hacer escala en el baño e instantes después llegó la chica de rosa que se sentó entre Alberto y yo. Iniciaron una charla en la cual el Guillermo y yo participábamos muy esporádicamente, pues por alguna razón no se me ocurría nada interesante qué decir y Guillermo ya estaba demasiado tomado como para poder articular palabras a la velocidad a la que Alberto y nuestra acompañante lo hacían. Hablaron de la clase de cosas que generalmente se hablan con una chica de variedad, pues empezaron desde el “Yo lo hago para dar un mejor futuro a mis hijos” hasta el “Estoy ahorrando para poner una papelería”, sólo que a diferencia de lo que ocurría en muchas otras mesas, Alberto no le propuso matrimonio ni le ofreció sacarla de trabajar. Él era un viejo lobo de mar, ella lo sabía y se limitaron a disfrutar de los tragos y esporádicas caricias en las piernas.
Cuando llegó la hora de irnos y sugerí a Alberto que alguien menos alcoholizado debía manejar de regreso, tras lo cual de inmediato Guillermo se aferró a la idea de que podía manejar en cualquier estado y aludió a haberlo hecho muchísimas veces. Balbuceando Guillermo dijo: –Alberto, ¿Cómo me pides que les suelte el carro cuando precisamente me dijiste hace un par de horas que mujeres, autos y caballos no se prestan? –Resignados más por la necedad que por el argumento de película de Vicente Fernández, decidimos correr el riesgo… Alberto medio ebrio y yo completamente sobrio subimos al carro y tras ver mi cara de preocupación, Alberto me trató de tranquilizar: -No te preocupes, es tu primera vez, así que no te puede pasar nada… La suerte de principiante es my poderosa… -Y yo, pese a la carencia de fundamentos en sus palabras, decidí aceptar el hecho como cierto, aún en contra de mi lógica. Sin embargo no me tranquilicé del todo.
Tomamos carretera hacia Mixquiahuala y algo inusual sucedió. Un espeso banco de neblina redujo notablemente la visibilidad, lo que sumado al estado de Guillermo, le hacía rectificar la dirección del carro con más frecuencia que antes, como si esquivara obstáculos. La neblina nos devolvía la luz de color blanco amarillento de los faros del pequeño escarabajo hasta que empecé a distinguir destellos de luz roja y naranja que cada vez se hacían más presentes…
-¡Frena! ¡Hay algo enfrente! –Alcancé a decir con voz de alarma. Guillermo a diferencia del Capitán del Titanic, sí pudo frenar y desviarse oportunamente de la trayectoria de colisión. Al frenar a fondo y después de un sonoro rechinido nos detuvimos ante un volumen que rápidamente tomó forma de caja de trailer. Guillermo ahora con más susto que sueño, reanudó la marcha y rodeó la mole que estaba detenida con la cabina parcialmente fuera del acotamiento y cuyas luces intermitentes parecían hacer encandecer la neblina. El resto del trayecto lo hizo más despacio, con los ojos más abiertos y en silencio.
Después de dirigir a Guillermo sobre cómo llegar a mi casa, nos detuvimos sin apagar el motor. Alberto se bajo del carro para reclinar el respaldo de su asiento y dejarme bajar y después de un apretón de manos nos despedimos, entre a la casa y me fui a dormir.
-No, yo creo que me estás cuentiando. –No, es en serio güey –Le dije a Miguel Ángel. –Chale, pinche niño, ya te imagino ahí de calenturiento con la teibolera… No, se me hace que sí es puro cuento… -Oh, que la… -Y así terminó la narración de mi anécdota que fácilmente se podría camuflagear entre el repertorio de experiencias ficticias de cualquier otro exquinceañero, a las cuales de ahí en adelante tendría que darles el beneficio de la duda no importando lo hilarante o increíble de las mismas. Si me pasó a mí, ¿Por qué no habría de pasarle a alguien más?
- el güey de junto -
2 comentarios:
Muy interesante tu historia...
a mi se me hace ... que es puro choro jajajaja nTc... =D
Jajaja yo si te creo! es una buena historia, además si estuvieras mintiendo hubieras dicho que sedujiste a la chica de rosa, lo cual no te hubiera creído claro está.
Saluditos!!
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