Por ahí del año 1999, de las personas con las que me junté durante mi época de preparatoriano, dos eran payasos... No me refiero a payasos en el sentido de hacer notar que fueran sangrones, altaneros o intratables, sino que ejercían el oficio de entretener a la gente; niños y adultos por igual.
"Sam" era el payaso más experimentado. Hombre de cabello levemente canoso, corpulento y como de un metro ochenta de estatura. Aún caracterizado de payaso usaba anteojos, no usaba peluca y se maquillaba de tal forma en que su espeso bigote no desentonara con la imagen que sin atuendo de payaso bien pudo pasar por político o Juez de la Suprema Corte. Era divertido ver a Sam llegando a la fiesta de un niño en su pequeño Vocho verde, recordado a dos plazas, convertible, con grandes lunares de colores en el cofre. "John", cuyo verdadero nombre es Juan, era un payaso con menos kilometraje (experiencia), pero tenía el plus de que hacía buenos trucos de magia. Chaparrito y un poco pasado de peso, invertía ahorros en comprar cajas dónde meter la cabeza para hacerse atravesar por sables, cuerdas mágicas, trapos que se convierten en rosas al acercarles un cerillo y barajas modificadas. Recuerdo varias tardes viéndolo practicar sus nuevos trucos para ver si no se notaba el secreto...
Como payasos, a veces trabajaban cada quién por su lado y algunas veces juntos. Cuando compartían público, la rutina se basaba en el "Payaso Mago John" haciendo trucos de magia y justo antes del increíble truco maestro, llegaba Sam interrumpiendo con un silbato mientras marchaba y aplaudía... Juan corría a patadas a Sam, pero Sam siempre regresaba, con lo que terminaba siempre sacando de sus casillas a Juan... Entonces la rutina se desarrollaba con Sam echando a perder "accidentalmente" sus trucos y Juan enojado, golpeándolo cada vez que tenía oportunidad.
El día del niño, a Sam se le ocurrió hacer un show para gente grande en un antro en el pueblo de Progreso de Obregón, Hidalgo. Me pidieron ayuda para pequeños detalles del espectáculo. Me explicaron paso a paso qué tendría yo qué hacer... Y esa noche pusimos manos a la obra...
La gente estaba animada bailando en la pista. De pronto la música empezó a bajar de intensidad y las luces a encenderse. La gente desconcertada empezó a acomodarse y salí yo con un micrófono inalámbrico, con un reflector apuntándome mientras caminaba hacia el centro de la pista e instintivamente la gente fue haciendo más espacio al centro de la misma. Encendí el micrófono y dije: -Buenas noches tengan todos Ustedes. Hoy que celebramos el día del niño, Dreams Discotheque se complace en presentarles un espectáculo organizado por la casa hogar "Quetzal" que cuida a niños abandonados y a niños con síndrome down. Recibamos con un fuerte aplauso a estos niños que vienen a mostrarnos un gran espectáculo... -La gente siguiendo la inercia empezó a aplaudir al momento en que las luces empezaron a atenuar un poco y a virar hacia un tono oscilante entre naranja y amarillo.
Por las bocinas se empezó a escuchar música con cantos gregorianos del grupo "Era" y de las escaleras que llevaban a la cabina del DJ, bajaron dos personas cubiertas con túnicas cafés, como si fueran monjes... Con la cabeza agachada y la poca luz del lugar era imposible identificar facciones. Cuando llegaron a la pista, se colocaron al centro y cuando la música empezó a tomar un ritmo más bailable, empezaron a hacer una ridícula coreografía. La gente desconcertada pero consciente de que se trataba un par de niños down, contuvieron cualquier tipo de reacción, aunque les pareció raro que de pronto, "el niño" alto abandonó el escenario.
De pronto, el encapuchado de menor estatura levantó los brazos hacia arriba, tomó su capucha y con un movimiento rápido de despojó de la túnica que lo cubría y reveló su identidad. La gente tardó en entender que lo que parecía un niño down disfrazado de monje y que bailaba pésimamente se había convertido en un payaso. Juan, rápidamente anticipando la rechifla que iniciaría instantes después, tomó a alguien del público y empezó a hacer un par de trucos rápidos de magia. Cuando empezó a narrar en lo que consistiría su gran truco maestro, la gente dejó de chiflar y murmurar. Finalmente había captado el interés del público y cuando se disponía a develar el mentado truco maestro, un ruido de silbato que provenía del la orilla de la pista interrumpió el truco. Era la rutina de Sam. Interrumpir a Juan hasta sacarlo de sus casillas, aunque la gente no esperó a entender la rutina y rápidamente volvieron a empezar a chiflar, esta vez más fuerte... Golpeaban los vasos de plástico contra las mesas y como si fuera partido de soccer gritaban con tono de porra: "¡A chingar a su madre el payaso!... ¡A chingar a su madre el payaso!... ¡A chingar a su madre el payaso!..."
Sam y Juan cada vez más nerviosos, dejaron de escucharse entre sí. La rechifla era apabullante y el coro descalificativo aún más. Sam volteó a ver a la gente que estaba rodeándolo, a la gente que estaba en los palcos del lugar y con una expresión como de perrito que ve venir el periodicazo, bajó la cabeza y salió caminando cabizbajo del lugar.
Mientras salían los payasos del recinto, la gente aplaudía enérgicamente y volvía a poblar la pista. Cuando salí del lugar, vi en la banqueta de enfrente a Sam dentro de su pequeño escarabajo. Me impactó mucho ver a ese hombre grande, corpulento, alegre y bigotón, llorando con tanto sentimiento... Lloraba como un niño al que se le acabara de estropear su regalo recién estrenado de navidad. -Le echamos muchas ganas... Le invertimos horas a planear algo de calidad que pudiera gustarle a la gente... -Yo no supe qué decirle. Sólo atiné a darle un par de palmadas en la espalda y solidarizarme con su pena...
Por lo que supe, Sam nunca hizo algún otro intento por divertir a adultos alcoholizados en un antro. Y aunque hace años que no se nada de él, no dudo que a la fecha siga entrando a las fiestas infantiles haciendo sonar sonoramente su silbato mientras aplaude y marcha hacia un "enfadado" mago con poca paciencia, que sólo espera el momento para estamparle un manotazo en la nuca.
¡Gracias, Juan y Sam, por su amistad y por enseñarme a hacer perros, cisnes y espadas con globos!
- el güey de junto -
"Sam" era el payaso más experimentado. Hombre de cabello levemente canoso, corpulento y como de un metro ochenta de estatura. Aún caracterizado de payaso usaba anteojos, no usaba peluca y se maquillaba de tal forma en que su espeso bigote no desentonara con la imagen que sin atuendo de payaso bien pudo pasar por político o Juez de la Suprema Corte. Era divertido ver a Sam llegando a la fiesta de un niño en su pequeño Vocho verde, recordado a dos plazas, convertible, con grandes lunares de colores en el cofre. "John", cuyo verdadero nombre es Juan, era un payaso con menos kilometraje (experiencia), pero tenía el plus de que hacía buenos trucos de magia. Chaparrito y un poco pasado de peso, invertía ahorros en comprar cajas dónde meter la cabeza para hacerse atravesar por sables, cuerdas mágicas, trapos que se convierten en rosas al acercarles un cerillo y barajas modificadas. Recuerdo varias tardes viéndolo practicar sus nuevos trucos para ver si no se notaba el secreto...
Como payasos, a veces trabajaban cada quién por su lado y algunas veces juntos. Cuando compartían público, la rutina se basaba en el "Payaso Mago John" haciendo trucos de magia y justo antes del increíble truco maestro, llegaba Sam interrumpiendo con un silbato mientras marchaba y aplaudía... Juan corría a patadas a Sam, pero Sam siempre regresaba, con lo que terminaba siempre sacando de sus casillas a Juan... Entonces la rutina se desarrollaba con Sam echando a perder "accidentalmente" sus trucos y Juan enojado, golpeándolo cada vez que tenía oportunidad.
El día del niño, a Sam se le ocurrió hacer un show para gente grande en un antro en el pueblo de Progreso de Obregón, Hidalgo. Me pidieron ayuda para pequeños detalles del espectáculo. Me explicaron paso a paso qué tendría yo qué hacer... Y esa noche pusimos manos a la obra...
La gente estaba animada bailando en la pista. De pronto la música empezó a bajar de intensidad y las luces a encenderse. La gente desconcertada empezó a acomodarse y salí yo con un micrófono inalámbrico, con un reflector apuntándome mientras caminaba hacia el centro de la pista e instintivamente la gente fue haciendo más espacio al centro de la misma. Encendí el micrófono y dije: -Buenas noches tengan todos Ustedes. Hoy que celebramos el día del niño, Dreams Discotheque se complace en presentarles un espectáculo organizado por la casa hogar "Quetzal" que cuida a niños abandonados y a niños con síndrome down. Recibamos con un fuerte aplauso a estos niños que vienen a mostrarnos un gran espectáculo... -La gente siguiendo la inercia empezó a aplaudir al momento en que las luces empezaron a atenuar un poco y a virar hacia un tono oscilante entre naranja y amarillo.
Por las bocinas se empezó a escuchar música con cantos gregorianos del grupo "Era" y de las escaleras que llevaban a la cabina del DJ, bajaron dos personas cubiertas con túnicas cafés, como si fueran monjes... Con la cabeza agachada y la poca luz del lugar era imposible identificar facciones. Cuando llegaron a la pista, se colocaron al centro y cuando la música empezó a tomar un ritmo más bailable, empezaron a hacer una ridícula coreografía. La gente desconcertada pero consciente de que se trataba un par de niños down, contuvieron cualquier tipo de reacción, aunque les pareció raro que de pronto, "el niño" alto abandonó el escenario.
De pronto, el encapuchado de menor estatura levantó los brazos hacia arriba, tomó su capucha y con un movimiento rápido de despojó de la túnica que lo cubría y reveló su identidad. La gente tardó en entender que lo que parecía un niño down disfrazado de monje y que bailaba pésimamente se había convertido en un payaso. Juan, rápidamente anticipando la rechifla que iniciaría instantes después, tomó a alguien del público y empezó a hacer un par de trucos rápidos de magia. Cuando empezó a narrar en lo que consistiría su gran truco maestro, la gente dejó de chiflar y murmurar. Finalmente había captado el interés del público y cuando se disponía a develar el mentado truco maestro, un ruido de silbato que provenía del la orilla de la pista interrumpió el truco. Era la rutina de Sam. Interrumpir a Juan hasta sacarlo de sus casillas, aunque la gente no esperó a entender la rutina y rápidamente volvieron a empezar a chiflar, esta vez más fuerte... Golpeaban los vasos de plástico contra las mesas y como si fuera partido de soccer gritaban con tono de porra: "¡A chingar a su madre el payaso!... ¡A chingar a su madre el payaso!... ¡A chingar a su madre el payaso!..."
Sam y Juan cada vez más nerviosos, dejaron de escucharse entre sí. La rechifla era apabullante y el coro descalificativo aún más. Sam volteó a ver a la gente que estaba rodeándolo, a la gente que estaba en los palcos del lugar y con una expresión como de perrito que ve venir el periodicazo, bajó la cabeza y salió caminando cabizbajo del lugar.
Mientras salían los payasos del recinto, la gente aplaudía enérgicamente y volvía a poblar la pista. Cuando salí del lugar, vi en la banqueta de enfrente a Sam dentro de su pequeño escarabajo. Me impactó mucho ver a ese hombre grande, corpulento, alegre y bigotón, llorando con tanto sentimiento... Lloraba como un niño al que se le acabara de estropear su regalo recién estrenado de navidad. -Le echamos muchas ganas... Le invertimos horas a planear algo de calidad que pudiera gustarle a la gente... -Yo no supe qué decirle. Sólo atiné a darle un par de palmadas en la espalda y solidarizarme con su pena...
Por lo que supe, Sam nunca hizo algún otro intento por divertir a adultos alcoholizados en un antro. Y aunque hace años que no se nada de él, no dudo que a la fecha siga entrando a las fiestas infantiles haciendo sonar sonoramente su silbato mientras aplaude y marcha hacia un "enfadado" mago con poca paciencia, que sólo espera el momento para estamparle un manotazo en la nuca.
¡Gracias, Juan y Sam, por su amistad y por enseñarme a hacer perros, cisnes y espadas con globos!
- el güey de junto -
1 comentario:
Ahhh...
Kitty ♥
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