viernes, 30 de mayo de 2008

Preparatorianos al grito de guerra ( 2 )

Continúa desde aquí...

Hicimos consenso para ver quienes íbamos a apoyarlos y con sorpresa descubrí que sólo cuatro estábamos dispuestos a ir. Viajaríamos dispuestos a luchar por nuestros ideales... Bueno, más bien a pagar el favor... Bueno, siendo honestos nada más íbamos a la aventura y la cita era a la mañana siguiente a las ocho de la mañana... Nos dirigíamos a las ligas mayores...

Viernes 17 de diciembre de 1999, 8:00am... Ahí estábamos José Luís, Pedro, Manuel y yo, parados en el cruce entre las dos avenidas más transitadas del pueblo, esperando a la persona que nos llevaría a la marcha. José Luís era de mi grupo de amigos de la prepa: chaparrito, moreno, dicharachero... Ubicado fácilmente como el bohemio de la rondalla de la prepa. Manuel y yo nos llevábamos bien aunque rara vez convivíamos. Era el típico compañero que pasaba de panzazo y llegaba crudo los lunes, martes, miércoles y... Vaya, llegaba crudo prácticamente todos los días. Pedro... Pedro es todo un personaje. No lo conocía porque de los cuatro estudiantes que íbamos, él era el único que venía del turno vespertino, pero tenía una curiosa fama de ser exageradamente religioso. Cargaba una Biblia todos los días y aunque el régimen de la prepa nos exigía ir los lunes uniformados con camisa y corbata y de martes a jueves se nos permitía ir con ropa de calle... Pedro no. Pedro iba de uniforme todos los días. De lunes a viernes.

Llegó una camioneta de doble rodada con redilas con varios jóvenes dentro. Rápidamente nos acomodamos al frente de la caja y nos subimos a una especie de canastilla que quedaba arriba de la cabina. Nos dijeron que nos dirigiríamos a la Escuela Normal rural "Luís Villarreal", mejor conocida como "El Mexe"... Un tiempo famosa por aquél incidente en el que los estudiantes desarmaron, amagaron y semidesnudaron a 64 policías que trataron de tomar el control del plantel, tras el anuncio de que la Normal se cerraría.

Los normalistas del Mexe no se andaban por las ramas. A fuerza de paros, huelgas, sombrerazos y presión política consiguieron becas, internados y cuanta cosa se les ocurrió. Incluso recuerdo perfectamente que cada edificio del lugar remataba en un muro sin ventanas ostentando algún mural con motivos revolucionarios, idealistas y descarados tintes comunistas. Murales que iban desde Zapara hasta Mao Tse Tung, pasando por personalidades como Ernesto Guevara de la Serna... Todo un semillero de revolucionarios produciendo a todo vapor... Sin embargo unos años después, efectivamente cerraron la Normal del Mexe para abrir la Universidad Politécnica de Francisco I. Madero (UPFIM), pero eso ya es harina de otro costal.

Después de deambular por las instalaciones del Mexe, comprar botana para el trayecto y nuestros refrescos de 500ml, los cuatro preparatorianos abordamos un autobús que se dirigía a la ciudad de México. Yo me senté junto a Pedro y empezamos a platicar, con lo que me enteré que a sus diecisiete años de edad jamás había salido de Progreso de Obregón y de su pueblo vecino, Mixquiahuala. Era la primera vez que hacía un viaje tan largo y jamás había visto un edificio mayor a tres o cuatro pisos, cosa que me llamó muchísimo la atención y que me hizo prometerle que lo llevaría al tianguis del Chopo para que se encontrara con lo más contrastante a lo que había vivido en el pueblo... A medio camino se acercó a nosotros Pascual, el alumno de Derecho de la UNAM quien nos había invitado a la megamarcha y en ese momento nos explicó a grandes rasgos que se trataba de llegar, organizarnos, que él nos colocaría en un contingente para marchar y que luego nos presentaría con el "Diablo", que era de los cabecillas del movimiento y de la Facultad de Economía, para que nos ayudara con el hospedaje.

El camión llegó a la Ciudad de México y se detuvo al llegar a la Plaza Tlatelolco. Cuando bajamos de él, vimos a miles de estudiantes agrupados en distintas manchas que destacaban entre otras por sus atuendos. Algunas donde la mayoría se veía gente punk, otros donde predominaban los darquetos, otros que se veían más o menos como estudiantes habituales... En fin, todo un mosaico cultural que en momentos daba más la pinta de ser una convención de artículos de moda para minorías que una manifestación estudiantil. Pedro no sabía a dónde mirar. Todo le llamaba la atención en una forma exagerada. Yo escuchaba sus exclamaciones de júbilo y emoción mientras veía cómo le temblaban los puños cerrados enmarcados por su formal y anticuado sweater a cuadros grises y cafés.

A los pocos minutos, Pascual llegó con nosotros e inmediatamente nos llevó con los del ENEP Acatlán, donde él estudiaba. Nos acomodaron en el contingente y cuando nos dimos cuenta, ya íbamos José Luís, Manuel, Pedro y yo, sosteniendo una manta con el rostro de Emiliano Zapata pintado como de cuatro por cuatro metros, junto con otros diez o quince estudiantes. Nosotros veníamos exactamente sosteniendo la orilla superior de la manta, así que prácticamente éramos los últimos del contingente del ENEP Acatlán. Empezamos a avanzar todos los grupos, formando una columna de varios cientos de metros de longitud aunque mis tres compañeros y yo, no sabíamos a dónde íbamos pero tampoco nos importaba. Sólo íbamos gritando las consignas que nos iban diciendo y recuerdo que me daba muchísima risa ir por la calle gritando nombres de políticos ligados a floridas y pintorescas alusiones a sus madres. Incluso entre todo el tumulto me animé a quitarme la gorra mostrando con cierto orgullo mi enmarañada cabellera que tenía dos años creciendo silvestre y que mantenía oculta mientras crecía lo suficiente como para poder amarrarla completa.

Cuando me di cuenta, ya estábamos frente a la embajada norteamericana frente a una larga fila de granaderos. En ese momento recuerdo que sentí una rara mezcla entre euforia, miedo, adrenalina... Ahí estábamos enseñándoles el dedo a los granaderos, gritando consignas que nos daban risa contra la embajada. Recuerdo mucho la que decía: "Uno, dos tres... ¡Apunten!... ¡HUEVOS!", acompañada de la característica configuración de dedos y movimiento de brazo. A los 10 minutos de estar ahí, un espantapájaros caracterizado como el Tío Sam y un par de banderas americanas estaban ardiendo entre un par de contingentes más adelante. Yo no decía nada, pero cuando Pedro, José Luís y Manuel nos volteábamos a ver, intuíamos el miedo mutuo. Sólo José Luís atinó a exteriorizar sus pensamientos en forma de un "Yo creo que esto ya valió madres" que nos puso en nuestras marcas, listos para salir corriendo...

Después de un rato de gritos y afortunadamente cero violencia entre granaderos y estudiantes, seguimos marchando ahora hacia el zócalo capitalino. Todo era prácticamente igual que la previa caminata hasta que el que dirigía los gritos del contingente ENEP Acatlán dijo por su megáfono: "!Un diez! ¡Un diez!"... Nosotros cuatro nos volteamos a ver tratando de descifrar qué significaba "Un diez"... Notamos que nuestro contingente se detuvo y que los que iban al frente de nosotros se iban alejando. No sabíamos si el diez era una clave policíaca, si se iban a armar las golpizas campales o algo por el estilo. Cuando el contingente que iba frente a nosotros ya iba retirado unos 100 metros de nosotros, empezó el dirigente a gritar por el megáfono: "¡Diez... Nueve... Ocho...¡". Pedro me volteó a ver como si hubiera visto a lo lejos a los jinetes del Apocalipsis. Estábamos desconcertados e instintivamente nos aferramos a la manta de Zapata que íbamos sosteniendo.

Cuando la cabalística cuenta regresiva llegó a cero, sentimos un fuerte tirón en la manta. Tan fuerte que mi cabeza latigueó hacia atrás y por poco y me escurre saliva por ambas comisuras de la boca. Sin dar tiempo a reaccionar, nos dimos cuenta que íbamos corriendo con todo el contingente a toda velocidad gritando "¡Uh! ¡Uh! ¡Uh! ¡Uh!" Cual horda de vikingos en pos de lucha, o bien, perros en brama que aprendieron a gritar "Uh". Atrás de nosotros, el contingente del CCH Vallejo poblado con punks de facha hostil fue un excelente incentivo para no dejar de correr y rogar que no tropezáramos por tremenda correteada. Al final alcanzamos al contingente que se había adelantado y los cuatro nos volteamos a ver emocionados. Con la cara sonrojada y la frente sudorosa, pero un frenesí de sensaciones a flor de piel.

Conforme seguíamos avanzando, noté algo curioso. Fotógrafos de algunos medios de comunicación nos tomaban fotos y todo el contingente se tapaba la cara, menos nosotros cuatro. Es más, cínica pero inocentemente volteábamos sonriendo a las cámaras, como si esperáramos salir en algún periódico para comprarlo y atesorarlo para mostrarlo a nuestros nietos. Finalmente llegamos al Zócalo y estuvimos un rato ahí. No recuerdo si media hora o incluso dos. Sólo recuerdo que para cuando terminamos de gritar y empezamos a dispersarnos todos los grupos, ya había encendido el alumbrado público. Empezamos a buscar al "Diablo" y cuando lo encontramos, nos mandó con otra persona que nos llevaría a donde nos íbamos a quedar.

José Luís y Manuel titubearon y pese a un par de recriminaciones de mi parte, decidieron regresar al pueblo. A la tranquilidad. Al conformismo social... A vivir de rodillas... Y otras condiciones más a las que aludí en un lapso de ceguera y estupidez con raíz hipnótica... Pero no Pedro. Pedro todavía estaba maravillado con la idea de hacer historia, con la magnitud de los edificios, con la bulliciosa ciudad, con las personas con cabellos erizados y pintados de colores y con la idea de que en la calle de Donceles había librerías donde podías encontrar miles de libros usados a precios de risa.

Pedro, el "contacto" del Diablo y yo fuimos junto con toda la masa de manifestantes hacia el metro y entre gritos de "¡Me-tro po-pu-lar... Me-tro po-pu-lar!", nos brincamos los torniquetes sin que los guardias hicieran algún intento por interrumpir el paso de cientos de personas que en una inercia casi acuosa, se desbordaba hacia los andenes.

Después del viaje, de haber transbordado en la estación Hidalgo y de haber bajado una estación antes de "Universidad", llegamos al edificio de la facultad de Economía. Todo indicaba que pasaríamos la noche ahí... Entre pasillos tapiados con sillas. Entre rincones con botellas vacías de cerveza... Pedro y yo ignorábamos en qué condiciones estaría el "hospedaje" que nos prometieron y sin embargo seguimos caminando. No pensamos en ninguna consecuencia o en algo que nos pudiera pasar...

Continuará...

- el güey de junto -

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos los días abro la página esperando la continuación :(

Kitty♀