miércoles, 11 de junio de 2008

Preparatorianos al grito de guerra ( 3 )

Continúa desde aquí...

... Todo indicaba que pasaríamos la noche ahí... Entre pasillos tapiados con sillas. Entre rincones con botellas vacías de cerveza... Pedro y yo ignorábamos en qué condiciones estaría el "hospedaje" que nos prometieron y sin embargo seguimos caminando. No pensamos en ninguna consecuencia o en algo que nos pudiera pasar...

Nos abrimos paso entre un zigzag de mobiliario deteriorado que recordaba un sin fin de trincheras improvisadas, hasta que en el tercer piso, el "contacto" del Diablo abrió una puerta de un salón que tenía adaptada una chapa de uso doméstico y dijo: "Diablo, los mandaron del Mexe a hacer el paro." "Cámara, escojan un salón de los del segundo piso de los que no están cerrados para quedarse ahí a dormir. Ahorita pueden cenar y mañana hacer sus tres comidas en el comedor. ¿Traen credenciales de estudiante?" Preguntó el Diablo. -Sí, sí traemos. -Dije. El Diablo sólo asintió con la cabeza y siguió platicando con el resto de la gente que estaba ahí.

Pedro y yo salimos y bajamos al segundo piso y vimos varios salones cuyas puertas tenían adaptadas muchos tipos de chapas domésticas que parecían decir “Este salón está ocupado”. Finalmente encontramos uno con la puerta abierta. Entré a inspeccionar y después de hacerme a la idea de que dormiríamos sobre el piso, escuché la voz de Pedro distante que decía "¡Aquí hay cobijas!". Salí corriendo y entré al siguiente salón de donde provenía la voz de Pedro. Al principio desconcertado y después riendo vi que habían cartones, pancartas y mantas con consignas políticas pintarrajeadas en ella. Era claro que nuestros anfitriones sólo nos proporcionarían el piso, tal vez comida y que el resto de las comodidades correrían por cuenta de nuestro bolsillo o como en este caso, de nuestro ingenio y habilidad para adaptarnos.

Después de instalarnos decidimos bajar y buscar el comedor para salir de dudas, ya que no sabíamos si nos esperaba una modesta comida corrida, o engrudo y cucarachas para saciar el hambre. Yo estaba emocionado con el ambiente. Muros pintados con murales haciendo mofa de los partidos políticos, propaganda socialista pegada en las paredes... Caminando te podías encontrar un muro pintarrajeado con la leyenda "Viva Trotsky" y a 4 metros otro que dijera "Mueran los Troskos". Enfrente de aquél, otro alabando al Marxismo y junto a él otro satanizándolo. Era como una licuadora ideológica en cuyo interior había ingredientes que competían por dar el sabor dominante al cocktail.

El excesivamente formal acento de Pedro me sacó de mi meditación. Con tono y palabras que usaría el más pulcro y letrado maestro de primaria de pueblo, preguntaba a una chica punk por el comedor. Ella, después de barrerlo de pies a cabeza, con una expresión divertida como de niña que se encuentra un bicho chistoso, le señaló en dirección a las escaleras mientras le sonreía pícaramente. -Creo que ya se dónde está el comedor. –Me dijo Pedro con voz fuerte, pero visiblemente nervioso ante la coqueta sonrisa de la chica de cabellera rosada. Lo seguí y atrás de las escaleras había un pequeño espacio como los típicos que adaptan como centros de fotocopiado o papelerías. Ahí, un señor con facha de carnicero estaba despachando comidas y nos formamos tras una fila con doce personas.

Al llegar al principio de la fila, el señor nos pidió nuestras credenciales de estudiante las cuales terminamos canjeando por platos hondos que más bien eran recipientes de plástico en colores vivos que uno podría encontrar en un mercado a cinco pesos. Dichos "platos" llenos hasta la mitad con una revoltura de frijoles, salsa verde y un par de piezas de pollo. Por otro lado, cuatro tortillas calientes y húmedas dentro de una servilleta de papel doblada. En ese momento desee ser Moisés para dividir la salsa de los frijoles como lo hubiera hecho con el Mar Rojo. -Oiga y ¿Cuándo nos regresan las credenciales? -Pregunté tímidamente... -Pus cuando me traigas tu plato rechinando de limpio. ¿Eres nuevo, verdad chavito? -Alcancé a Pedro que ya estaba sentado en las escaleras con un par de cucharas desechables y servilletas.

Después de comer, lavar nuestro plato en el baño de hombres en el tercer piso, entregar el plato, recibir credenciales equivocadas, cambiarlas y guardar celosamente nuestras credenciales, decidimos irnos a nuestra "habitación". Acomodamos nuestras mochilas como almohadas y no pudimos evitar platicar durante horas tratando de asimilar lo increíble de la experiencia que estábamos viviendo, hasta que me dieron ganas de ir al baño. Dejé a Pedro leyendo un periódico viejo que se había encontrado en el piso. Llegué al baño, abrí la puerta y fiel a mi instinto de supervivencia citadina, estaba dispuesto a tapizar el asiento del excusado con papel de baño, pero había un detalle. No había papel...

Pedro se sobresaltó cuando abrí la puerta de golpe. -¿Hay alguna hoja que hayas acabado de leer? -¿Te sirve una que no pienso leer, como la de deportes? -Lo que sea es bueno... -Pedro pensó que me daba igual leer cualquier cosa, hasta que vio que no me acosté sobre mi cartón para leer. Cuando abrí la puerta y dije nuevamente "Voy al baño", Pedro entendió todo. Me pareció escucharlo riendo en voz baja cuando iba yo por el pasillo.

Después de ver que la puerta de ningún baño podía cerrarse con seguro, escogí la más alejada del acceso. Me paré frente al excusado unos momentos como si estuviera estudiando a mi enemigo, hasta que empecé a cortar tiras de periódico para forrar el asiento. Siempre me he cohibido fácilmente cuando tengo que usar un excusado público. Si consideramos que en este la puerta no cerraba, es fácil adivinar estuve varios minutos escuchando pasos que se acercaban y alejaban de los sanitarios. Nadie entraba. Sólo pasaban por ahí robándome mi tranquilidad. Finalmente logré concentrarme y terminar. Decidí limpiarme con periódico y después de un incómodo dolor, caí en cuenta de que había omitido algo vital en estas circunstancias: Suavizar el papel. Todavía con los ojos cerrados y expresión de dolor, tomé otro pedazo de periódico y lo empecé a arrugar y a desarrugar una y otra vez. El miedo al dolor hizo que lo hiciera tantas veces, que nunca había visto un papel arrugado tan finamente en mi vida. Ahora mucho más suave que el anterior y sin sus aristas cortantes y hostiles.

Llegué al cuarto y Pedro se puso de pié tomando otro par de hojas de la sección de deportes. Iba a salir cuando lo tomé del brazo y le dije: "Pedro, por lo que más quieras, arruga muchísimo el papel antes de limpiarte"... Pedro asintió y con gesto nervioso salió del salón. Bastantes minutos más tarde regresó, platicamos un par de minutos y nos dormimos sin volver a mencionar algo sobre el baño.

A la mañana siguiente repetimos el ritual del canje de credenciales por comida y después el de platos limpios por credenciales llenas de grasa, resolviendo así el desayuno. "Vamos a que conozcas el Chopo", le dije a Pedro, quien aceptó lleno de curiosidad. Entramos a las entrañas de la ciudad a través del acceso al Metro. Esta vez sin la inmunidad de la horda de gente gritando "Metro popular", pagamos íntegro nuestro boleto. Me causó gracia ver con cuánto cuidado y titubeo usaba Pedro las escaleras eléctricas, las cuales hasta el día anterior había usado por primera vez y enseguida llegamos al andén. En cuanto vi las luces del vagón que se aproximaban desde la lejana oscuridad le dije a Pedro. -¡Hazle la parada! Se nos va a ir... -Y entonces Pedro que ignoraba que el Metro se detenía invariablemente en todas las estaciones, puso todo su empeño gritando “¡Suben!” y levantando y agitando la mano vigorosamente sin que el chofer siquiera le dirigiera la mirada.

Abordamos el vagón entre mis carcajadas y después de explicarle que al Metro no se le hacían señas parada, otras trivialidades de la ciudad que le parecieron fantásticas a Pedro y de un transbordaje, llegamos a nuestro destino. Pedro maravillado no daba crédito a ver cabello de tal variedad de colores. Siempre pensó que el pelo azul encrestado no era más que un cliché de caricaturas, así como no concebía que una sola persona se pudiera hacer tantos tatuajes. Dejé que él dirigiera el rumbo, que se detuviera donde quisiera y que curioseara a placer. Después de todo, quién sabe cuándo volvería Pedro a la Ciudad de México. Cuatro horas más tarde llegamos al Zócalo a comer hotdogs, de los de tres por diez pesos y de ahí a la calle Donceles, donde estuvimos cinco horas entrando y saliendo de librerías de segunda mano donde comprábamos lo que nuestros compañeros revolucionarios nos habían recomendado. Sobra decir que jamás terminé de leer las tesis filosóficas de Mao y que leer mis libros de Nietzsche sigue siendo un propósito que se sigue posponiendo.

Después, en la noche fuimos a un CGH, mejor conocido como Consejo General de Huelga. Ahí estábamos sentados en el auditorio de una preparatoria escuchando atentamente argumentos de distintos grupos: De fósiles de 40 años que decían que aunque les llamaran fósiles eran parte de la universidad, de jóvenes de preparatoria que gritaban que no era justo que las catalogaran como "Ultras de chocolate", de los que repetían una y otra vez que había que liberar a "nuestros" compañeros presos políticos, de los que proferían injurias contra todo y contra todos y de los que de tanta rechifla no pudieron ni hablar. En la madrugada, cuando Pedro y yo estábamos cabeceando de tanto sueño, decidimos seguir el ejemplo y escuchar al honorable Consejo por turnos. Uno escuchaba y otro se acostaba en el piso, como hacían decenas de personas que cargaban pilas entre sus intervenciones en el púlpito. Finalmente a las 5 de la mañana decidimos regresar a Ciudad Universitaria a dormir sobre cartones y rasposas mantas. Esa noche sólo cenamos cacahuates garapiñados.

Al despertar, después de quitarnos el sabor a huevo con jamón extra alto en sodio y colesterol del desayuno gratuito, dimos una vuelta por otras facultades que lucían desiertas. Íbamos todavía con cierta dosis de euforia por los acontecimientos de ayer y antier, la cual fue bajando conforme veíamos las condiciones deplorables en las que estaban las instalaciones. Después de pasar por lugares medianamente concurridos y escuchar cómo "El pinche Raúl" se enojó con su novia y del coraje aventó un monitor de computadora de un aula por la ventana, de cómo "La Tota" forzó una cerradura para adjudicarse un salón al cual le destrozaron el escritorio y de que "alguien" se había robado unas medallas de no se dónde, Pedro y yo no dijimos nada uno al otro. Sin embargo sabíamos que más allá de la diversión, de la marcha, del furor de insultar impunemente a los granaderos y de vivir nuevas experiencias limpiándonos el trasero con las noticias deportivas de hace un mes, lo que veíamos, lo que apoyamos y lo que días antes nos parecía justicia hoy había tomado su verdadero aroma y nos dimos cuenta de que apestaba desagradablemente. Cada uno a su manera entendimos cómo estos movimientos se alimentan de jóvenes como lo éramos nosotros. Personas que apoyan causas que no conocen con tal de estar en el ojo del huracán. Personas con ideales fuertes, pero visiones cortas. Personas influenciables a quienes se les convence fácilmente con argumentos que seguramente nuestros padres escucharon alguna vez en su adolescencia.

Al atardecer de ese día regresamos a nuestras casas en el pueblo de Progreso de Obregón, Hidalgo, con el consuelo de que al menos nuestra pequeña revolución sí tuvo principios justos y final feliz. No nos despedimos del Diablo y no dijimos a nadie que nos regresábamos. Como supongo que lo hicieron cientos de personas que vivieron dos, tres o cuatro días comiendo sobre recipientes de plástico y arrugando periódico fervorosamente antes de ir al baño.

De Pedro hasta la fecha no he sabido nada. Incluso no recuerdo haberlo visto el día de la graduación y mis pocos contactos que conservo de la Preparatoria Federal por Cooperación, Licenciado Benito Juárez, no lo han visto. Aunque a ninguno le extraña... Después de todo nunca se le vio en un lugar que no fuera en la escuela y con un atuendo que no consistiera en la camisa de vestir blanca con corbata azul marino del uniforme. Quiero pensar que él sí leyó todos los libros que compró en las librerías de Donceles y que el día de hoy anda por ahí luchando por causas justas o dando clases de primaria a niños de primaria en escuelas rurales... Tal vez casado y con "todos los hijos que Dios le mandó" o escribiendo libros... Tal vez tiene un Blog y ahora es experto subiendo por las escaleras eléctricas.

Un saludo a Pedro y a los integrantes de la Honorable Sociedad de Alumnos del ciclo 1999 - 2000 de mi querida Prepa, donde quiera que se encuentren.

- el güey de junto -

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