Cuando estudiaba arquitectura en Cuernavaca recién recibido el año dos mil, el horario que teníamos era bastante peculiar. Teníamos clases desde las siete de la mañana, algunas horas muertas a medio día y clases desde la tarde hasta las seis u ocho de la noche según el día de la semana. La Universidad La Salle se preocupaba porque sus estudiantes desayunaran, comieran y cenaran arquitectura.
Por lo extenso del horario, a los que no teníamos auto y vivíamos lejos nos era más práctico comer en alguna de las fondas de los alrededores. Mis amigos y yo ya teníamos ubicada una que no era precisamente la más cercana, pero era la que a nuestro juicio ofrecía mejor valor por lo que pagabas. Raciones grandes, comida bien sazonada, agua fresca de sabor ilimitada y tortillas hechas a mano. Sin embargo, los primeros meses, a veces por premura de tiempo pero más frecuentemente por cuestiones de flojera íbamos a una que estaba a contra esquina de la universidad. No recuerdo el nombre oficial del local. Sólo recuerdo que tenía unas cuantas mesas adentro y otras afuera bajo un toldo de lona de color rojo.
La comida de ese lugar no era de lo mejor de la colonia. El arroz era sumamente grasoso y la variedad de guisados no era extensa, sin embargo aunque nos extrañaba que a la gente que comía ahí era solamente de primer semestre y que la que no comía ahí se refería al lugar como "La fonda de Doña Pelos" (nos extrañaba porque no era una señora particularmente greñuda), comer ahí no era del todo malo.
Una de esas tardes, me preparaba para saborear un filete de pechuga de pollo empanizado con guarnición de frijoles refritos y ensalada. El agua de jamaica que acompañaba al platillo estaba un poco insípida, pero estaba "potable", como diría mi compañero Iván, así que me concentré en devorar con furia al pobre filete de pollo antes de que se terminara de enfriar. Una vez terminado el pollo, seguí con los frijoles para al final comenzar a disfrutar la ensalada.
La ensalada de lechuga picada en tiritas cumplía las expectativas que se podrían tener de una ensaladita de fonda. La lechuga tenía un color decente y no estaba aguada. Le puse muchísimo jugo de limón y un poco de sal, para después tomar el tenedor y poner manos a la obra. Estaba yo por engullir un poco de lechuga que tenía ensartada en el tenedor cuando noté que algo se movía abajo sobre el plato. De primera impresión no supe qué era, pues de reojo sólo alcancé a ver que algo verde se movía arriba de mi plato. Cuando alejé el tenedor de mi cara, vi de qué se trataba: ¡Era una tira de lechuga columpiándose de mi tenedor!... ¡Sostenida por un enorme cabello!
Entonces todo encajó: Los conceptos de "Fonda de Doña Pelos" y "Lechuga equilibrista" embonaban como piezas de rompecabezas y develaban el misterio del porqué sólo los alumnos de primer semestre comíamos ahí. Todos nos quedamos serios por un momento. Si no hubiera sido por la expresión de "¡No mames!" y las carcajadas de mi compañero Memo, la escena hubiera sido impactante y sombría.
A partir de ese momento empezaron a revisar todos sus platillos y más de dos detectaron cabellos de Doña Pelos (válgase la asquerosa redundancia). Pero no todos tuvieron la misma relativamente "buena" suerte que yo, ya que algunos cabellos encontrados en sus respectivas comidas tenían características suficientes como para sembrar pánico y duda, por no ser claramente identificados como "cabellos" (entiéndase cabello como "Pelo de la CABEZA")...
Sobra decir que jamás regresamos ahí, sin embargo recomendamos el lugar a todo aquél que no era de nuestro agrado... Eso da continuidad al ciclo sin fin en el que los de segundo semestre se desquitan de Doña Pelos a costa de los de primer semestre. A su vez los de tercero terminan compadeciéndose de los de primero, pero justificando a los de segundo. Los de cuarto semestre para arriba sólo consideran la "Fonda de Doña Pelos" como una parada en el tour de "Te voy a dar un paseo por lo más característico de mi Universidad y sus alrededores".
No me queda duda sobre el hecho de que si Doña Pelos hubiera usado una red sobre la cabeza al preparar y servir alimentos, su fonda habría crecido más que la que ofrecía agua fresca de sabor ilimitada aunque se encontraba a tres cuadras de la Universidad. A fin de cuentas, sus clientes son estudiantes universitarios. Íconos de pereza por excelencia...
- el güey de junto -
Por lo extenso del horario, a los que no teníamos auto y vivíamos lejos nos era más práctico comer en alguna de las fondas de los alrededores. Mis amigos y yo ya teníamos ubicada una que no era precisamente la más cercana, pero era la que a nuestro juicio ofrecía mejor valor por lo que pagabas. Raciones grandes, comida bien sazonada, agua fresca de sabor ilimitada y tortillas hechas a mano. Sin embargo, los primeros meses, a veces por premura de tiempo pero más frecuentemente por cuestiones de flojera íbamos a una que estaba a contra esquina de la universidad. No recuerdo el nombre oficial del local. Sólo recuerdo que tenía unas cuantas mesas adentro y otras afuera bajo un toldo de lona de color rojo.
La comida de ese lugar no era de lo mejor de la colonia. El arroz era sumamente grasoso y la variedad de guisados no era extensa, sin embargo aunque nos extrañaba que a la gente que comía ahí era solamente de primer semestre y que la que no comía ahí se refería al lugar como "La fonda de Doña Pelos" (nos extrañaba porque no era una señora particularmente greñuda), comer ahí no era del todo malo.
Una de esas tardes, me preparaba para saborear un filete de pechuga de pollo empanizado con guarnición de frijoles refritos y ensalada. El agua de jamaica que acompañaba al platillo estaba un poco insípida, pero estaba "potable", como diría mi compañero Iván, así que me concentré en devorar con furia al pobre filete de pollo antes de que se terminara de enfriar. Una vez terminado el pollo, seguí con los frijoles para al final comenzar a disfrutar la ensalada.
La ensalada de lechuga picada en tiritas cumplía las expectativas que se podrían tener de una ensaladita de fonda. La lechuga tenía un color decente y no estaba aguada. Le puse muchísimo jugo de limón y un poco de sal, para después tomar el tenedor y poner manos a la obra. Estaba yo por engullir un poco de lechuga que tenía ensartada en el tenedor cuando noté que algo se movía abajo sobre el plato. De primera impresión no supe qué era, pues de reojo sólo alcancé a ver que algo verde se movía arriba de mi plato. Cuando alejé el tenedor de mi cara, vi de qué se trataba: ¡Era una tira de lechuga columpiándose de mi tenedor!... ¡Sostenida por un enorme cabello!
Entonces todo encajó: Los conceptos de "Fonda de Doña Pelos" y "Lechuga equilibrista" embonaban como piezas de rompecabezas y develaban el misterio del porqué sólo los alumnos de primer semestre comíamos ahí. Todos nos quedamos serios por un momento. Si no hubiera sido por la expresión de "¡No mames!" y las carcajadas de mi compañero Memo, la escena hubiera sido impactante y sombría.
A partir de ese momento empezaron a revisar todos sus platillos y más de dos detectaron cabellos de Doña Pelos (válgase la asquerosa redundancia). Pero no todos tuvieron la misma relativamente "buena" suerte que yo, ya que algunos cabellos encontrados en sus respectivas comidas tenían características suficientes como para sembrar pánico y duda, por no ser claramente identificados como "cabellos" (entiéndase cabello como "Pelo de la CABEZA")...
Sobra decir que jamás regresamos ahí, sin embargo recomendamos el lugar a todo aquél que no era de nuestro agrado... Eso da continuidad al ciclo sin fin en el que los de segundo semestre se desquitan de Doña Pelos a costa de los de primer semestre. A su vez los de tercero terminan compadeciéndose de los de primero, pero justificando a los de segundo. Los de cuarto semestre para arriba sólo consideran la "Fonda de Doña Pelos" como una parada en el tour de "Te voy a dar un paseo por lo más característico de mi Universidad y sus alrededores".
No me queda duda sobre el hecho de que si Doña Pelos hubiera usado una red sobre la cabeza al preparar y servir alimentos, su fonda habría crecido más que la que ofrecía agua fresca de sabor ilimitada aunque se encontraba a tres cuadras de la Universidad. A fin de cuentas, sus clientes son estudiantes universitarios. Íconos de pereza por excelencia...
- el güey de junto -
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