viernes, 27 de junio de 2008

Filosofía

En la preparatoria me tocó cursar la materia de Filosofía que era impartida por una maestra muy peculiar. Tendría tal vez entre sesenta y setenta años y era alta, de cabello muy corto y blanco por las canas, con una nariz pequeña que era enmarcada por unos grandes lentes redondos de cristales bastante gruesos. Dueña de un par de decenas de kilos de más y con una voz de abuelita dulce como de cuentos de hadas.

La maestra nos hablaba de Kant, de Marx, de Engels, sobre el devenir, la dialéctica y el linaje filosófico que Sócrates enseñó a Platón, Platón a Aristóteles y este último a Alejandro Magno, de los pajaritos de su vecina, de su esposo, de sus nietos y de su excelsa receta de enchiladas caseras. Todo aquello envuelto en una serie de infantiles onomatopeyas que nos soltaban risas o carcajadas cuando la onomatopeya era acompañada de gesticulaciones y pantomima. Algo curioso que también tenía es que cuando la maestra regañaba a alguien y esa persona argumentaba excusas, la maestra apuntándole con el dedo inquiría en voz alta: "¡SOFISTA!", lo que equivalía a un "Jaque mate" de ajedrez.

Cierto día mientras la maestra calificaba los trabajos de varios compañeros que hacían fila a un lado de su escritorio, había un bullicio anormal en el salón ya que generalmente se respiraba cierto aire de disciplina y respeto en esa clase de Filosofía. Yo, por alguna estúpida razón, pensé que el bullicio era suficientemente alto como para poder hablar con mi típico florido lenguaje en un volumen de voz considerable… “¡No! ¡Ni madres!” Dije. En eso, como si se hubieran puesto de acuerdo, un silencio se hizo presente, hasta que fue roto por la maestra que en repetidas ocasiones se declaró en contra del lenguaje soez: -¿Quién dijo eso? –Yo todavía no había entendido que preguntaba dirigiéndose a lo que yo había dicho… -Contéstenme… ¿Quién dijo eso?No te hagas güey, tú fuiste… -Me dijo mi compañero de atrás y entonces todo me quedó claro.

Tímidamente levanté la mano, mostré un gesto auténtico de pena y con un hilito de voz alcancé a decir “yo”. –¡Pase para adelante! –Dijo la maestra con seriedad, pero con ademanes exagerados, como si regañara a un niño de cuatro años. Cuando llegué al frente, la maestra ya había puesto al frente del pizarrón una silla. Yo llegué, me paré junto a la silla y me disponía a sentarme cuando la maestra entre empujones me dijo: “¡Shu! ¡Shu! ¡Shu! ¡Shu! ¡Fuera! ¡Esta es mía!”, ahora usando un tono de voz como le hablaría una viejecita a las palomas que comen migajas en el parque. La maestra se sentó en la silla, me volteó a ver a los ojos con una mirada que tenía algo de cómica y algo de inquisidora y con sus manos se palmeó las piernas, cosa que yo interpreté como “Siéntate en mis piernas”. Puse mi mano izquierda en su hombro y me acomodé para sentarme en sus piernas cuando de nuevo los “¡Shu! ¡Shu!” y los empujones me hicieron ponerme de pie. –¡No lo estoy invitando a sentarse! ¡Déme sus manos! -Yo, confundido, le di mis dos manos y ella con la fuerza de una mujer de su tamaño me jaló hacia ella haciéndome perder el balance para terminar cayendo de panza sobre sus piernas…

Levantó su mano amenazadora ante la vista atónita de todos mis compañeros. Parecería que iba a rendir juramento a la bandera, pero en lugar de eso, con un movimiento rápido y fulminante estampó su mano sobre mi trasero emitiendo un fuerte sonido. Yo en mi postura no vi venir la nalgada, por lo que sólo al sentir el golpe abrí más los ojos tratando de entender lo que estaba pasando.

Me soltó las manos, me levanté y vi su expresión de enojo infantil, nuevamente exagerando su gesto con tintes de berrinche de niño. Sin embargo el mensaje era muy claro: “NO VUELVAS A DECIR GROSERÍAS EN MI CLASE”. No lo dijo con palabras, pero se me grabó en la piel de una forma más contundente que el rojizo tono que había tomado mi rostro.

Las carcajadas que iniciaron mis compañeros cuando me dijo “¡Shu! ¡Shu!” las primeras veces, cesaron de golpe al escuchar el impacto de la piel de su palma contra la tela de mis pantalones. Aunque era una situación risible por donde se le viera, el contexto de mi orgullo adolescente arrastrado por los suelos fue suficientemente marcado como para que todo tomara tintes fúnebres… Ahí va la dignidad de nuestro compañero… Que en paz descanse…

- el güey de junto -

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En estos días la hubieras demandado y no existiría esa lección que te dió.
Por cierto.. ¿te dolió? jejeje... lero lero lero lero

Kitty ☺

Pasajeros enmascarados dijo...

No dolió el trasero... Dolió el ego...

- el güey de junto -

Cheryl dijo...

Que mala onda ser descubierto cuando uno se esta desestresando jeje. ¿Dónde queda el derecho a la libre expresión cuando uno está en clases?.

Yo siempre fui una persona tranquila en la escuela, excepto que siempre hablaba demasiado y eso me causaba problemillas con algunos maestros que optaban por sacarme de la clase jajaja.