Aprovechando el fresco contexto de la crónica sobre el deportivo rojo de control remoto, retomo tiempo y espacio. Mismo año, misma ruta de regreso a casa...
Habituado a mis largas caminatas de regreso a casa desde la Secundaria, me fui volviendo experto en distractores y en evasión de sucesos indeseables en el camino. Me distraía no pisando las líneas que se formaban por las juntas del concreto de la banqueta o de la calle e incluso brincaba las trayectorias imaginarias que tendrían algunas líneas si no remataran en otras. También me distraía detectando las minúsculas franjas de sombra de quince centímetros de ancho que quedaban en el piso después de escurrir por algunos muros y que me obligaban a caminar de lado si quería aprovechar ocho segundos de sombra.
Como sucesos indeseables podría mencionar a los perros que por el simple hecho de estar acostados o dormidos sobre la banqueta, me hacían rodear la cuadra completa o esperar a que más gente pasara por ahí para tener esa sensación de seguridad que me faltaba para no concentrarme en el dichoso perro. También las esquinas en donde algunos vagos te pedían dinero “pal taco” eran estratégicamente evitadas de mi ruta diaria.
Un puesto de periódicos de la colonia Otilio Montaño era una de mis paradas obligadas. Me pasaba unos cinco minutos viendo las portadas de revistas exhibidas y otros cinco minutos analizando e imaginando el contenido de la revista “Club Nintendo” de la cual fui lector aferrado durante varios años y que ese mes en particular mi mamá no me podría comprar, pues las vacas estaban anormalmente flacas.
Me disponía a seguir con la caminata, cuando una estupidez pasó por mi mente: Ya que la Club Nintendo estaba exhibida junto con otras revistas sobre las ventanas del puesto que abrían hacia fuera, la señora que atendía el puesto no tenía visibilidad hacia mí o hacia la revista. No sería difícil tomarla, esconderla, salir de ahí con naturalidad y quedarme con la revista. El problema es que una cosa era robar dulces del minisuper con mis primos en la ciudad de México y otra muy diferente, robar una revista que costaba mucho más y estando yo solo. Bueno, no era diferente en cuanto a principio. Ambos escenarios eran igual de reprobables, sin embargo el segundo me parecía mucho más difícil y me traía más cargos de culpa.
Me tardé diez minutos en agarrar valor para tomar esa revista. Voltee hacia ambos lados de cada calle del crucero donde se encontraba el puesto de periódicos unas treinta veces como mínimo. Cuando veía a una persona que se acercaba, sentía el alivio de tener un pretexto para no robar en ese momento, pero cuando la persona pasaba de largo, no era capaz de tomarla. Finalmente di un gran respiro, la tomé y la metí bajo mi camisa del uniforme.
Salí caminando de ahí, pero no en la dirección hacia donde estaba mi casa, sino hacia la izquierda con la intención de rodear la manzana y despistar mi ruta. Cuando di vuelta en la siguiente esquina, saqué la revista de debajo de mi camisa, la guardé rápidamente entre mis libros dentro de la mochila, me la volví a colgar y seguí caminando. Finalmente terminé el rodeo de la cuadra y volví a salir a la calle que era parte de mi ruta original en un punto en el que el puesto de periódicos se veía lejano y apacible. Seguí caminando confiado hasta que un niño en bicicleta me habló: -Oye, te habla una señora… -¿Mi mamá? –Pregunté confundido. –No se, es una señora que me dijo que te hablara. Ahí viene… -Me quedé helado cuando vi que a lo lejos venía la señora que atendía le puesto de periódicos. Sólo veía que levantaba una mano como si estuviera haciendo la parada a un camión y escuchaba el estruendo de sus chanclas golpeando y arrastrando contra el ardiente concreto. También alcanzaba a oír que decía algo que no lograba entender.
No me pude mover. Me pareció eterno el tiempo en que la señora se acercó lo suficiente como para ver los hilos de sudor que le enmarcaban la cara, su frente roja y brillante y para entender que efectivamente me llamaba a mí: -¡Chavo! Dice la señora de la paletería de enfrente que te robastes una revista. –Yo sólo pude decir “No” de una forma tan débil y titubeante que más bien sonó a “Sí”, mientras recordaba la paletería que estaba en contraesquina del puesto. –¡Abre la mochila! –Me exigió la señora. Yo sin saber qué hacer la abrí y lo primero que resaltó a la vista era el logotipo de Club Nintendo que sobresalía ostentosamente entre mi libro de “Matemáticas II” y el de “Morelos, espacio y tiempo”. -¿Ya vistes? ¡Cómo me dices que no, si la estoy viendo! –Le dí la revista con la mano temblorosa –¡Le voy a decir a mi hijo que te madrié para que se te quite! –En cuando le di la revista, me puse la mochila y salí caminando rápidamente. Recuerdo bien que no corrí.
La vergüenza que me invadió en los segundos siguientes fue inmensa. Recordaba la mirada atónita del niño de la bicicleta que me había dicho que me hablaba una señora, así como la mirada fúrica de la señora que con toda la razón del mundo me había puesto como chancla. Lo bueno del asunto es que fue tal mi escarmiento que esa fue la última vez que tomé algo que no fuera mío y con intenciones de robo.
Desde ese día, tuve que rodear otras seis cuadras para no pasar cerca del puesto de periódicos. Al menos hasta el siguiente año en el que me regresaría con un vecino recién ingresado a la Secundaria y que su papá iba a recoger.
He aquí otra más desde el baúl de mis vergüenzas personales.
- el güey de junto -
Habituado a mis largas caminatas de regreso a casa desde la Secundaria, me fui volviendo experto en distractores y en evasión de sucesos indeseables en el camino. Me distraía no pisando las líneas que se formaban por las juntas del concreto de la banqueta o de la calle e incluso brincaba las trayectorias imaginarias que tendrían algunas líneas si no remataran en otras. También me distraía detectando las minúsculas franjas de sombra de quince centímetros de ancho que quedaban en el piso después de escurrir por algunos muros y que me obligaban a caminar de lado si quería aprovechar ocho segundos de sombra.
- el güey de junto -
2 comentarios:
"Pena es robar y que te vean" chale que cruel escarmiento, me recordó cuando me tomé un jugo dentro del super y depués de pasar la caja y pagar lo q no me comí dentro jaja un vigilante me pidió que pagara el jugo q me tomé :(
¡ Agárrenlo que es ratero!!!
Kitty
Yo creo que todos en algún momento de nuestra vida, generalmente en la infancia, hemos cometido un robo. Recuerdo haber "tomado prestado" jajaja un paquete de pinguinos una vez, aunque no fui descubierta es algo penoso.
Me gusta mucho la forma como escribes, tu capacidad descriptiva y la manera en como utilizas tu vocabulario.
Felicidades por tu talento. Saludos!!!
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