lunes, 30 de junio de 2008

Omisión

¿Es la omisión un mal necesario? ¿Qué hay detrás de la acción consciente de omitir información al rendir cuentas sobre los hechos? ¿Una omisión premeditada deambula en un éter ubicado entre la indiferencia y la mentira?

A lo largo de nuestra vida (o a lo ancho de las misma, si se es muy corpulento), nos vemos obligados a omitir explicaciones, detalles, comentarios y en casos con tintes más verduleros, incluso se llegan a omitir saludos. Cada una de estas omisiones traperas que se disfrazan de omisiones sin dolo, generalmente son maquinadas con un fin específico. Ya depende de la circunstancia si el fin es bueno o malo… Y digo eso porque aunque sabiendo que el bien y el mal son relativos, hay omisiones que a todas luces delatan la intención de salir bien librado de lo que coloquialmente llamamos “Una metida de pata”.

Recuerdo que cuando compré una máquina para cortar el cabello, le pedía a mi esposa que me cortara el cabello. Ella de manera honesta me dijo en un par de ocasiones que no sabía cortar cabello y yo le resté importancia al asunto, aludiendo en forma misógina al hecho de que ella debía tener en alguna parte de su código genético la información necesaria para adquirir esa habilidad con rapidez.

Terminó de cortarme el cabello por primera vez y lo que alcancé a ver con el espejo me gustó. Tenía tintes de un trabajo bien hecho y del mismo modo sucedió con las ocho ocasiones sucesivas en que me ayudó con el corte de cabello, sólo que la última vez hubo algo diferente: Cuando mi esposa terminó el corte, con un sincero gesto de felicidad infantil me dijo: “¡Ya no me quedó chistoso de atrás!” Yo sonreí instantáneamente en muestra de felicitación, pero de inmediato entendí que ese comentario equivalía a decir “Te has visto innecesariamente más chistoso de lo normal durante todos estos meses”...

Analizando el ejemplo, podemos suponer en forma forzada, ilógica e innatural que la omisión tuvo buenas intenciones, como por ejemplo, no mermar mi autoestima o mi seguridad por el resultado de un corte de cabello del cual tal y como se me advirtió, podía tener resultados desfavorables… O podemos suponer en forma racional, simple, clara y en base a la evidencia evolutiva de miles de años sobre el comportamiento del hombre, que la omisión tuvo la intención de enmascarar hechos que no favorecen al que le omitieron información privilegiada o que perjudican al afectado u ofendido… ¡Qué va! ¡Ofendidísimo!... Porque de haber sabido del grado de jocosidad que había tomado mi cuero cabelludo de detrás de la cabeza, pude haber pagado una “compostura” con algún peluquero o estilista o bien pude haber decidido adelantar mi moda de invierno al verano y haber usado gorro de estambre bajo el sol y los cuarenta grados centígrados característicos de la época en esta ciudad… Incluso pude no haber hecho nada y seguir así por la vida, pero hubiera sido mía la decisión.

En lugar de decidir en base a los hechos y precisamente por esa omisión, permanecí inerte ante las risas aparentemente inexplicables y las murmuraciones a mis espaldas… Fui caminando por el mundo con una falsa seguridad que contrastaba hilarantemente con mi peinado… ¿Fue justo? ¿La omisión fue dolosa? ¿Hubo mala intención de por medio? ¿Sí? ¿No? ¿O me van a decir que fue una simple omisión?

Ojo por ojo… Omisión por omisión… Me toca pintarle el cabello…

- el güey de junto -

2 comentarios:

Rodrigo dijo...

luego luego.. el desquite... gacho!

Cheryl dijo...

Jajaja el verse chistoso no es tan malo como parece, a menos que te enteres después que los demás.

Pero ya lo dijo el Chavo del 8: la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena.

Saludos!!jeje