jueves, 6 de noviembre de 2008

¡Y que me cortan la cola! ( 1 )

Hace unos tres años estaba harto de un granito que me salía seguido justo en la región sacra de la espalda… O dicho en una forma menos propia; justo arriba de donde termina la raya que divide el trasero por la mitad.

La sensación de tener un granito infectado era sumamente molesta, especialmente durante los entrenamientos de Kung-Fu al momento de hacer flexiones o abdominales acostado sobre el piso, sin embargo me las arreglaba para capotear la molestia.

Un día durante una plática, mi papá me dijo que seguramente no era un granito, sino un quiste y que a mi primo Raúl lo habían operado de lo mismo. Yo no estaba convencido del veredicto que sonaba bastante aparatoso como para tener síntomas de grano en la cola, sin embargo decidí salir de dudas e ir a consultar a la clínica del Seguro Social.

-¿Y dice que el dolor es esporádico? –Sí, Doctor. Va y viene por temporadas, pero últimamente es más frecuente. –A ver, déjeme revisarlo. –Sí. –Descúbrase… -Está bien. –Inclínese y separe sus glúteos. –Para ese entonces yo ya había repasado mentalmente todos los chistes de proctólogos que me sabía y por alguna razón imaginaba lo peor: El sonido del elástico de un guante de látex ajustándose con dificultad sobre una grande, tosca y masculina mano, pero en vez de ese sonido escuché al doctor hablar: –Sí, es un quiste pilonidal. Le voy a dar cita con el cirujano para que valore y de ser necesario programar la cirugía. –¿Quiste pilo qué?...

-Yo todavía no acababa de asimilar que lo que yo había percibido como un grano en realidad era un triste pelo al que le dio la gana crecer hacia dentro de mi piel, para formar con el paso de los meses una maraña que terminó convirtiéndose en una cápsula que ahora había qué sacar. Supe que hombres caucásicos de veinte a treinta años y con mucho vello somos los más propensos a generar uno y aunque renegué de cada uno de los pelos que tengo y nunca pedí, no había nada qué hacer.

Mi cita con el cirujano fue similar a la que tuve con el médico general: Buen día, ¿Cuál es su nombre?, Descúbrase, empínese, ¿Quiere que le diga palabras bonitas?, No se preocupe, soy un profesional… A los veinte minutos ya tenía yo un pase a quirófano programado para dentro de ocho días, una lista de antibióticos qué tomar desde tres días antes de la operación, un pase para análisis de laboratorio preoperatorios y una recomendación: “Le sugiero que venga con el área rasurada, porque si no, las enfermeras lo tendrán que rasurar y a veces son un poco toscas”. ¡Caray! ¡Qué poder de convencimiento! Siendo así, más me valía llegar con pompis rasuradas que salir con pompis tasajeadas.

-Oiga y ¿Qué onda con la anestesia? –Va a ser local –¿No me pueden dormir completo? –No, para nada, no es necesario. En todo caso te pondríamos raquea. –¿Y eso qué es? -Es una inyección que va en la parte baja de la espalda, justo entre dos vértebras y te duerme de la cintura para abajo, pero no tiene caso. Genera mareos, es más dolorosa, etcétera. Mejor te ponemos local. –Me sentí aliviado de saber que sería anestesia local después de saber en lo que consistía la otra opción.

Le comenté a mi novia sobre lo que me dijo le Doctor, sobre la anestesia, sobre el procedimiento, día y hora de la operación y le pedí ayuda con la rasurada, a lo que me respondió que sí, pero que aprovechando la experiencia que su mamá había adquirido como enfermera hace casi treinta años, lo harían entre las dos.

Y ahí estaba yo la noche antes de la operación. Con mi futura esposa y mi futura suegra sentadas a un lado mío, que estaba boca abajo con rabo al aire. Después de carcajadas, comentarios como “Estás bien peludo”, “Trae mejor la podadora”, “No sabía que eras de barba partida” y demás cosas que ya veía venir, sentí el toque suave fresco de la espuma para rasurar y luego el rastrillo que al principio se deslizaba con dificultad, poca precisión y lentitud.

Poco después, tras el fallido intento de Aída y con un relevo, su mamá resultó más diestra con el rastrillo… Seguramente era gracias a su experiencia previa en hospitales y a haberse acostumbrado a contener la risa por tener a su futuro yerno en tan “poco decorosa” situación. Ahora el rastrillo se deslizaba con mayor decisión y contundencia y unos minutos más tarde escuché: “Hicimos lo que pudimos”.

Cuando la mitad de mi trasero quedó suavecito como el de un bebé, supe que estaba todo listo para el día de siguiente… Me miré al espejo antes de ir a dormir y me fui a acostar sin que los nervios se manifestaran todavía…

Continuará...

- el güey de junto -

3 comentarios:

MIG dijo...

Creo que primero debieron de haber chapoleado con tijeras y luego ya proceder a rasurar =P jajajjaa

Cheryl dijo...

Nooooooooooooooo! Por qué en partes? ya quiero saber el desenlace de la cirugia.

Jajajaja ya me imagino lo divertido del asunto de la rasurada (para los demás claro está).

Saluditos!!

Rodrigo dijo...

jaAJAJAJAJA

JAIMICOOOOOOOOO