Continuación desde aquí...
A plena luz de día y sin una décima de grado de alcohol en la sangre las señoritas se veían diferentes. Menos interesantes por no decir más comunes, pero no le dimos importancia y después de las formalidades del saludo caminamos hacia el departamento.
Me apena decir que la luz del día nos hizo evitar ir abrazados de las señoritas que si bien no las consideramos tan poco agraciadas, pensamos que no era conveniente irlas presumiendo por nuestros rumbos, así que con paso disimuladamente acelerado llegamos pronto al departamento y empezamos a platicar hasta que pronto llegó la hora de la comida.
Oswaldo hizo gala de habilidad preparando la pasta con su toque de hojas de laurel y aceite de oliva y yo la boloñesa con su pizca de orégano, pimienta blanca y chorizo estilo Cantimpalo. Jorge en su papel de anfitrión, aprovechó para no hacer nada en la cocina y se quedó platicando con ellas, aunque al final le tocó poner la mesa. Nos esmeramos cocinando, sazonando y sin sonar presuntuoso puedo asegurar que el espagueti a la boloñesa que preparamos se veía y sabía muy bien. Lo servimos en los seis platos, pasamos a la mesa y como niños pequeños, Oswaldo y yo esperábamos una muestra de atención hacia el platillo, algún comentario sobre lo agradable que resulta que un hombre sepa cocinar o algo por el estilo, pero esperamos en vano. Las tres comieron el platillo como si fuera sopa de fideo de fonda corriente servido en plato de plástico.
Terminando de comer, saqué la guitarra y me puse a tocar, así que pese al desaire que sufrimos Oswaldo y yo ante la indiferencia de las chicas hacia nuestro arte culinario, el ambiente se empezó a poner romántico. Después de decirle algo en voz baja, Jorge se llevó a su pareja a su cuarto entre risas y miradas de complicidad. Instintivamente Oswaldo y yo hicimos lo mismo.
La siguiente hora transcurrió con cada pareja en una habitación entre caricias, besos, manos aquí, labios acá, risas, piel erizada y uñas surcando la piel de la espalda… Pero sin llegar al sexo explícito. Aunque debo aclarar que el hecho de que la ropa siguiera ahí no era por mi iniciativa. Al contrario. Yo lo último que quería era que la ropa estuviera ahí estorbando y aunque no la pude convencer de darme ese gusto, nos la estábamos pasando bien.
Supe que ella estudiaba Biología, que iba en séptimo semestre, que le gustaba salir a bailar y que le gustaba de todo tipo de música. Ella supo que yo estudiaba arquitectura, que sólo bailaba en defensa propia y que era melindroso con ciertos géneros musicales. Seguíamos con nuestra plática de elevador cuando de pronto proveniente de la habitación contigua escuchamos la voz de la pareja de Oswado que decía entre risas: “Qué onda sister… ¿Estás ocupada?” Y desde el cuarto de Jorge se escuchó: “Más o menos sister… ¿y tú?”… Entonces nosotros nos echamos a reír y entendimos que no éramos los únicos que estábamos vestidos ni ella la única cohibida por la falta de una buena puerta.
Cuando nos dimos cuenta los seis estábamos platicando entre nosotros como si el ver simultáneamente hacia el techo nos conectara. Hablábamos en voz alta y reíamos aunque mis primos y yo entendíamos que el sexo tendría que esperar. Conforme la plática seguía nosotros recuperábamos compostura y nuestras manos regresaban a lugares más decorosos.
La “novia fugaz” de Jorge rompió el aislamiento yendo a tomar un vaso de agua a la cocina. Poco a poco los demás volvimos a la sala, platicamos otros minutos y cuando llegó la hora de que se fueran a sus casas no las tratamos de persuadir a que se quedaran ni las acompañamos a sus casas… Sólo las dejamos abajo del edificio hasta que subieron a un taxi y nunca más las volvimos a ver. Mientras el taxi se alejaba, nosotros como buenos patanes de dieciocho años nos divertíamos comentando que la compañera de Jorge parecía secretaria de oficina de escasos recursos, la de Oswaldo vendedora de flores y la mía parecía despachadora de tortillería.
Cinco días después por una llamada de Jorge a la chica que lo había acompañado, se enteró de que las tres querían que las acompañáramos a un reconocido antro de buena fama, cosa que Jorge rehusó con un par de pretextos y mentiras. Me dijo divertido: “¡Cómo ves! ¡Nos han de querer llevar para presumirnos!” y entre risas y comentarios a la orden de “Se tragaron el espagueti como puercos que no ven lo que comen” dimos punto final al asunto ya no supimos nada más de ellas, aunque en el fondo sabíamos que no había nada de qué enorgullecerse, pues más allá del hecho de que de noche todos los gatos son pardos, todos sabemos que con la vara que mides algún día serás medido.
- el güey de junto -
A plena luz de día y sin una décima de grado de alcohol en la sangre las señoritas se veían diferentes. Menos interesantes por no decir más comunes, pero no le dimos importancia y después de las formalidades del saludo caminamos hacia el departamento.
Me apena decir que la luz del día nos hizo evitar ir abrazados de las señoritas que si bien no las consideramos tan poco agraciadas, pensamos que no era conveniente irlas presumiendo por nuestros rumbos, así que con paso disimuladamente acelerado llegamos pronto al departamento y empezamos a platicar hasta que pronto llegó la hora de la comida.
Oswaldo hizo gala de habilidad preparando la pasta con su toque de hojas de laurel y aceite de oliva y yo la boloñesa con su pizca de orégano, pimienta blanca y chorizo estilo Cantimpalo. Jorge en su papel de anfitrión, aprovechó para no hacer nada en la cocina y se quedó platicando con ellas, aunque al final le tocó poner la mesa. Nos esmeramos cocinando, sazonando y sin sonar presuntuoso puedo asegurar que el espagueti a la boloñesa que preparamos se veía y sabía muy bien. Lo servimos en los seis platos, pasamos a la mesa y como niños pequeños, Oswaldo y yo esperábamos una muestra de atención hacia el platillo, algún comentario sobre lo agradable que resulta que un hombre sepa cocinar o algo por el estilo, pero esperamos en vano. Las tres comieron el platillo como si fuera sopa de fideo de fonda corriente servido en plato de plástico.
Terminando de comer, saqué la guitarra y me puse a tocar, así que pese al desaire que sufrimos Oswaldo y yo ante la indiferencia de las chicas hacia nuestro arte culinario, el ambiente se empezó a poner romántico. Después de decirle algo en voz baja, Jorge se llevó a su pareja a su cuarto entre risas y miradas de complicidad. Instintivamente Oswaldo y yo hicimos lo mismo.
La siguiente hora transcurrió con cada pareja en una habitación entre caricias, besos, manos aquí, labios acá, risas, piel erizada y uñas surcando la piel de la espalda… Pero sin llegar al sexo explícito. Aunque debo aclarar que el hecho de que la ropa siguiera ahí no era por mi iniciativa. Al contrario. Yo lo último que quería era que la ropa estuviera ahí estorbando y aunque no la pude convencer de darme ese gusto, nos la estábamos pasando bien.
Supe que ella estudiaba Biología, que iba en séptimo semestre, que le gustaba salir a bailar y que le gustaba de todo tipo de música. Ella supo que yo estudiaba arquitectura, que sólo bailaba en defensa propia y que era melindroso con ciertos géneros musicales. Seguíamos con nuestra plática de elevador cuando de pronto proveniente de la habitación contigua escuchamos la voz de la pareja de Oswado que decía entre risas: “Qué onda sister… ¿Estás ocupada?” Y desde el cuarto de Jorge se escuchó: “Más o menos sister… ¿y tú?”… Entonces nosotros nos echamos a reír y entendimos que no éramos los únicos que estábamos vestidos ni ella la única cohibida por la falta de una buena puerta.
Cuando nos dimos cuenta los seis estábamos platicando entre nosotros como si el ver simultáneamente hacia el techo nos conectara. Hablábamos en voz alta y reíamos aunque mis primos y yo entendíamos que el sexo tendría que esperar. Conforme la plática seguía nosotros recuperábamos compostura y nuestras manos regresaban a lugares más decorosos.
La “novia fugaz” de Jorge rompió el aislamiento yendo a tomar un vaso de agua a la cocina. Poco a poco los demás volvimos a la sala, platicamos otros minutos y cuando llegó la hora de que se fueran a sus casas no las tratamos de persuadir a que se quedaran ni las acompañamos a sus casas… Sólo las dejamos abajo del edificio hasta que subieron a un taxi y nunca más las volvimos a ver. Mientras el taxi se alejaba, nosotros como buenos patanes de dieciocho años nos divertíamos comentando que la compañera de Jorge parecía secretaria de oficina de escasos recursos, la de Oswaldo vendedora de flores y la mía parecía despachadora de tortillería.
Cinco días después por una llamada de Jorge a la chica que lo había acompañado, se enteró de que las tres querían que las acompañáramos a un reconocido antro de buena fama, cosa que Jorge rehusó con un par de pretextos y mentiras. Me dijo divertido: “¡Cómo ves! ¡Nos han de querer llevar para presumirnos!” y entre risas y comentarios a la orden de “Se tragaron el espagueti como puercos que no ven lo que comen” dimos punto final al asunto ya no supimos nada más de ellas, aunque en el fondo sabíamos que no había nada de qué enorgullecerse, pues más allá del hecho de que de noche todos los gatos son pardos, todos sabemos que con la vara que mides algún día serás medido.
- el güey de junto -
3 comentarios:
Mmmm Hombres!!! Por lo leído no sirvieron tus arreglos de última hora para los fines que tenías en mente jeje. Pero al parecer todos se divirtieron.
Aunque no sabría decir quien se divirtió más, si ellas o ustedes jaja.
Saludos!
Si no fuera por la calentura, nunca hubieras arreglado esa cama vdd ... jeje XD Saludos
Ah! asi ke eras tu! Yo recuerdo muy bien esa noche en ke un grupillo de forajidos lidereados por un barbon greñudo, nos birlaban la "merienda" en akel antro del norte de Cuernavaches!...
Algun dia he de saber donde te ocultar ahora y te reconocere por tus Barbas!
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