viernes, 7 de noviembre de 2008

¡Y que me cortan la cola! ( 2 )

Continúa desde aquí...

Me miré al espejo antes de ir a dormir y me fui a acostar sin que los nervios se manifestaran todavía…

Desperté veinte minutos antes de que sonara el despertador, me metí a bañar y me lavé cuidadosa y dedicadamente cada centímetro cuadrado de piel. Al salir del baño me vestí, bajé a la cocina, abrí el refrigerador, vi todo lo que no podía qué comer por tener qué llegar en ayunas a la operación y sin embargo moría de hambre. Cincuenta y cinco minutos después de cerrar el refrigerador ya estaba yo en la recepción de la clínica mostrando un papel a una señorita que me dijo: "Espere en aquellas sillas un momento. Yo le hablo en un par de minutos".

Cuando ese par de minutos se convirtieron en once, escuché mi nombre, me puse de pié, pasé junto con otras dos personas que habían sido nombradas al mismo tiempo que yo y como si nos estuvieran equipando para ir a la guerra nos dieron a cada uno una bolsa con provisiones de supervivencia: Una bata, un par de algo que parecían bolsas hechas del mismo material de la bata para calzar como si fueran pantuflas y direcciones de dónde pasar a cambiarnos.

Entre a un pequeño cubículo, me desvestí rápidamente, me puse la batita ridícula y luego intenté guardar mis pertenencias en la bolsa… Y digo “Intenté” porque lo que me dijeron que era una bolsa, no parecía más que un cuadro de plástico transparente. Abrí la puerta del cubículo y tímidamente llamé a la enfermera que nos había dado “el equipo” y le comenté del incidente. Ella con cierto gesto de impaciencia tomó el plástico, lo frotó vigorosamente y ante mi expresión de extrañeza que le provocó una sonrisa me demostró que sí era una bolsa, que simplemente no había sabido despegarla.

Salí de ahí con una mano sosteniendo mi bolsa que contenía mi ropa pulcramente doblada y con la otra sosteniendo la bata para que no se abriera de par en par por la parte de atrás. Instintivamente me paré cerca y de espaldas a la pared y cuando las otras dos señoras salieron de sus cubículos hicieron lo mismo que yo, hasta que otra enfermera nos pidió que la siguiéramos.

Ahí íbamos los tres caminando, intimidados por las ráfagas de viento que se nos colaban por debajo de la bata y por el frío suelo que íbamos pisando sin más protección que la telita del remedo de pantuflas que nos dieron. Finalmente llegamos a una sala donde habían dos personas en cama, frías bancas de metal, atriles para sostener suero, biombos y cosas por el estilo las cuales yo escudriñaba con detenimiento para matar el tiempo, hasta que me sacaron de trance: -A ver, deje le pongo la aguja para el suero. –Este… ¿A-aguja? –Sí, ¿no me diga que le tiene miedo a las agujas? –Pues, sí le digo… ¿Es muy necesario el suero? –Sí, porque si tenemos qué administrarle un medicamento durante la operación lo hacemos a través de esa línea. –Híjole y de necesitarlo, ¿no me podrían poner eso hasta entonces? –No, señor. Además no duele. Es un piquetito nada más… En todo caso es más dolorosa la raquea que le van a poner. –Pero el Doctor me dijo que no iba a ser raquea, que iba a ser local. –¡No!, ¿Cómo cree? No daría tiempo usando pura anestesia local. Va a ser raquea.

-Conforme la mano de la enfermera se iba acercando a la mía, me fui poniendo pálido y tuve un mareo muy fuerte. Sin querer, me empecé a escurrir por el respaldo de la banca y sólo escuché que la enfermera gritó: -Mirna, ¿tienes camillas a la mano? Este señor se va a desmayar y no va a poder llegar caminando al quirófano… -Y de pronto escuché las llantitas de la camilla, me paré lentamente y me recosté sin importar que la maniobra me pudiera descubrir mis partes pudendas. Sólo extendí la mano, sentí un ligero piquetito y escuché: “¿Ya vio? Fue todo”. E instantes después ya iba yo sobre la camilla en movimiento, viendo lámparas, cirujanos, enfermeras y asistentes yendo de un lado a otro hasta que llegué al quirófano. No podía parar de pensar en la raquea, en el sonido que hace la aguja al abrirse paso entre los cartílagos que separan las vértebras según la versión de mi papá vía telefónica la noche anterior…

-Ruédese. –Me dijo una voz de mujer mientras que con la mano me hizo señas de cómo rodas rodar de la camilla a la plancha. –Nada más tenga cuidado con la manguerita del suero. Yo voy a ser su anestesista. –Oiga, ¿verdad que es anestesia local lo que va a usar? –Y como si escuchara una reproducción grabada de hace unos minutos, dijo: –¡No!, ¿Cómo cree? No daría tiempo usando pura anestesia local. Va a ser raquea. –Ay no…


-Continuará...

- el güey de junto -

5 comentarios:

MIG dijo...

jajaja que miedosos son los hombres en verdad jajajajajaa

Cheryl dijo...

Tssssssss! dicen que la raquea es dolorosa y no sólo en el momento en que te la aplican, si no que tiempo después sigue molestando.

Pero ahora tú debes saberlo. Es verdad eso? Jiji.

Saludos!

Anónimo dijo...

Miedoso este!!! jajaja yo con los dolores de parto no sentí la raquea, ní sabía q me iban a hacer, sólo recuerdo que el anestesiólogo también se presentó y me dijo "hágase bolita" y yo le contesté ¿más?. Pareces Jack el destripador, siempre vas por partes :P

Kitty♥

Anónimo dijo...

...acabo de recordar la promesa que me hizo el cirujano, me dijo: va a quedar como Barbie, de inmediato le contesté: pues de hecho ya quedé, no siento las rodillas ni las puedo doblar. Espero no te hayan ello esa promesa tipo comercial de Mattel :S porque es mentira!!
Kitty

Rodrigo dijo...

jajajaja pinche JC

no puedocreer que te hayas querido desmayar!