viernes, 15 de agosto de 2008

Corazón de pollo

Cada dos, tres o hasta cuatro semanas mi papá iba a visitarnos un fin de semana. Así fue durante los años que trabajó ejerciendo ingeniería civil dirigiendo obra. Caminos, cortes y nivelaciones lo tenían ocupado en esas semanas en las que estaba fuera y en contraparte; tomar fotos familiares, ayudar con el desayuno y salir algunas veces eran las otras tareas para él en esos fines de semana que esperábamos con ansia para poder verlo.

Cierto domingo como aquellos cuando yo tendría tal vez unos seis años de edad, me acerqué curioso a ver cómo mi papá se disponía a preparar unos huevos revueltos. Encendió el fuego de la estufa, puso el sartén de aluminio encima, preparó los otros ingredientes que combinaría y sacó seis huevos del refrigerador.

Con gran velocidad pero poca precisión, estrelló los cuatro primeros cascarones consiguiendo con suerte que la mayor cantidad de producto cayera dentro del sartén. Luego sacó gran parte de los pequeños trozos de cascarón que cayeron dentro y finalmente estrelló los dos últimos huevos, los cuales escurrieron para posarse con singular alegría sobre el sartén sin que sus yemas se desbarataran.

Antes de que mi papá empezara a revolver los huevos sobre el sartén, lo detuve para preguntarle qué era esa manchita blanquecina que estaba junto a una yema. Yo lleno de curiosidad e inocencia típicas de los niños de mi edad, lo miré a los ojos esperando su respuesta… Y mi papá, con su característico sentido del humor pero sin medir consecuencias me dijo: “Es un pollito que estaba dentro del cascarón”… Y dicho eso, empezó a batirlos vigorosamente mientras hacía sonidos como de gallina alterada… “¡Cloc! ¡Cloc! ¡Cloc!”…

En ese momento mis ojos se humedecieron e instantes después volteé a ver el sartén que sólo mostraba una amorfa mancha amarilla sin dar señales de tener por ahí algún pollito con vida… Me puse a llorar con gran sentimiento y mi mamá que para entonces ya estaba ahí, me abrazó y le recriminó a mi papá su falta de tacto, cosa que realmente era rara en él, ya que si bien tiene el sentido del humor un poco negro, nunca ha sido propenso a comentarios crueles o insensibles… Ese día se le resbaló y aunque no creo haber generado algún trauma a favor o en contra de los huevos o los pollos, hoy en día recuerdo con hilaridad las onomatopeyas que hacía mi papá mientras movía rápidamente la pala sobre el sartén.

- el güey de junto -

4 comentarios:

Cheryl dijo...

Cuando uno es niño ve las cosas de una manera diferente, a veces los adultos nos hacen comentarios o bromas que nosotros, como tú mismo dices, llenos de ingenuidad, tomamos muy en serio.

Me alegra que ese episodio con tu papá no te dejara trauma alguno respecto a los huevos o pollitos jeje. Y me da gusto saber que fuiste un niño sensible que no se decicaba a atormentar animalitos indefensos.

Saludos!!!

MIG dijo...

Ya veo de que lado de la familia viene el humor negro jeje.

Rodrigo dijo...

mmm... desde niño eras ñoño jajajaja

Anónimo dijo...

Jajaja... Me cae bien tu papá, me recordó a mi mamá... suele hacer cosas de ése tipo...