viernes, 16 de enero de 2009

Coincidencias y reflejos en la ventana ( 2 )

Continúa desde aquí.

En fin… Nada de eso sucedería porque no volvería a verla… O eso pensaba yo…

Pasaron los días y la casualidad no convino en ponerme en los mismos camiones que a ella y aunque eso hizo que fuera perdiendo el interés en vivir otro destello de casualidad, alguna vez me reproché el haber desaprovechado las dos oportunidades que tuve para intercambiar direcciones de correo o al menos preguntarle su nombre a quien a todas luces sería una persona interesante.

Finalmente hace pocos días subí a un camión al salir del trabajo y habituado a no encontrarla, no hice mucho por tratar de reconocerla de entre los demás pasajeros y me enfoqué más bien hacia el primer asiento vacío que vi. Caminé hacia él y casi al llegar, un flashazo castaño y turquesa me dijo que ahí estaba a quien yo buscaba… Justo a mi lado, aunque el flashazo llegó un poco tarde porque yo ya estaba prácticamente atrás de ella y nuevamente esa combinación de sentimientos que oscilan entre la pena, la mesura y la odiosa culpa me hicieron no dar esos dos pasos en reversa para poder verla a los ojos y hablarle, sin embargo el asiento al que me dirigía era uno de aquellos asientos individuales y estaba justo atrás del de ella.

Creo que no me vio. Yo confirmé que era ella tras tratar de distinguir sus facciones a través del pálido reflejo de la ventana y pensé que todo el viaje transcurriría así: Yo con la intención de conocerla pero conteniéndome y ella sin voltear atrás y tal vez ignorando que sentado atrás de ella venía la persona a la que le había cargado la mochila, saludado, sonreído y topado por segunda vez en un ridículo alarde de casualidad.

Minutos más tarde otra señorita se paró junto a mí. Volteé hacia atrás y al percatarme de que no habían asientos vacíos, me puse de pié y le cedí el asiento, entonces como si fuera un ritual karmático, aquella joven también atractiva y de piel canela me dijo ¿Te ayudo con tu mochila? Y entonces recordé que así había comenzado aquel peculiar contacto unas semanas atrás y respondí que sí, le di las gracias, una sonrisa y el aviso de que la mochila que estaba por encomendarle estaba un poco pesada y que esperaba que no fuera molestia. En ese momento como si mis palabras hubieran sido un detonador, la joven de castaño y turquesa volteó a verme y con la familiaridad de alguien que habla con su vecino me dijo: “No te vi subir”… ¿Hoy saliste más tarde?”.

En ese momento no supe exactamente qué contestar, pues por un lado mi horario de trabajo no es tan riguroso y aunque tengo una hora de salida, no salgo siempre a la misma hora aunque esas eran demasiadas explicaciones y no tenía sentido hacérselas saber. Por otro lado el hacerme ese comentario implicaba que además de reconocerme, ella no intentaba disimular que de haberme visto subir al camión, me lo habría hecho saber… Después de pensar en eso me limité a decir “Sí, un poco tarde y ¿Tú?” y ella me dijo que sí, que había salido un poco tarde y me reiteró que no me había visto subir.

Los siguientes minutos transcurrieron dando marco a una conversación común y corriente, aunque se percibía interés por la plática, pues ella venía con la cabeza torcida y yo me inclinaba un poco para escucharla mejor, aunque a pesar del interés, los temas eran tan triviales como hablar del clima o comentar el hecho de que tenemos qué atravesar la ciudad para ir de nuestra casa a nuestros respectivos trabajos. Después pasamos a preguntas que aunque más personales, seguían siendo triviales, así que supe que ella se llamaba Edith, que tomaba el camión un kilómetro antes que yo y que no era asistente de cirujano o instrumentista en algún quirófano, sino que trabajaba en una clínica de depilación láser y ella supo que yo tomaba el camión bajo el puente Miravalle y que vivo con mi esposa. Luego supe que era madre soltera y que vivía en una colonia cerca de la mía y ella supo que yo vivía en la colonia que está pegada al cine y antes de saber algo más de lo que yo le iba a decir, quiso saber por qué me bajaba del camión antes de llegar a donde vivía o que si lo hacía porque me gustaba caminar… Y supe que cuando me bajo antes del centro comercial, el camión da vuelta a la derecha y después de cinco cuadras se regresa por la misma calle y da vuelta en el centro comercial y sigue su camino pasando por enfrente del camellón de la colonia donde vivo, lo que me ahorraría medio kilómetro de caminata. Entonces ella supo (o más bien dedujo) que yo no conocía bien el rumbo, ni las rutas de camión de la zona y que aunque me gustaba caminar, ahora bajaría del camión frente al camellón.

En ese momento la joven que me ayudaba con mi mochila y a quien pude observar que nos miraba a ambos sin entender si nos acabábamos de conocer o no, me avisó que iba a bajar en la próxima parada, así que tomé mis cosas y le di las gracias. Cuando dejó el asiento me senté en su lugar y seguí platicando con Edith.

Catorce cuadras después cedí nuevamente mi asiento a una señora que no se ofreció a cargar mi mochila, pero dos cuadras más adelante, se bajó el señor que venía sentado junto a Edith y aproveché para sentarme junto a ella.

Lo curioso es que conforme seguimos platicando, me fui dando cuenta de que la había idealizado: La forma en la que hablaba, las repetidas ocasiones en las que me decía que tal cosa “le daba hueva”, su timbre de voz, los temas de conversación que se tocaban y el saber que su máximo era salir con sus amigos sin un latoso esposo que le anduviera pidiendo cuentas me convenció de ello. De hecho tras muchos de aquellos comentarios similares yo sólo preguntaba “¿En serio?” para así no pronunciarme a favor ni en contra y evitar entrar en polémica… Y no es que no me guste la polémica, de hecho me gusta debatir y exponer mis puntos pero en ese momento no me interesaba. No tenía el más mínimo interés en recomendarle aprender a manejar estándar en lugar de automático ni tenía ganas de saber dónde estaba la casa que iba a comprar con su mamá con los puntos de Infonavit de ambas.

Resultó que ella distaba mucho de lo que había imaginado… Y tal vez el chasco nos lo llevamos ambos. Tal vez yo esperaba a alguien más interesante con quien pudiera intercambiar correos y tener amenas pláticas sobre temas interesantes y tal vez ella esperaba a alguien que le hablara de antros, de salir a echar relajo y que aún casado compartiera la idea de que el matrimonio “daba hueva”.

Cuando me paré para hacerle la parada al camión y bajar justo enfrente del camellón, me despedí de Edith con una sonrisa cordial y entendí que tal vez lo único que aprendería de ella sería precisamente dónde debía bajarme para no caminar de más y esta vez, a diferencia de las otras dos ocasiones en las que viajamos juntos, no me pregunté si algún día habría de verla de nuevo… Incluso conforme recorría el frío pasillo de metal del camión iluminado con barras de luz neón, no me preocupó en lo más mínimo el estar próximo a usar auto todos los días y entonces sí no volver a verla jamás.

- el güey de junto -

3 comentarios:

Cheryl dijo...

Si, definitivamente me ha pasado. Esa tendencia de imaginar que una persona desconocida y, hasta cierto punto, misteriosa puede llegar a ser del tipo que nosotros deseamos conocer es muy propia de los seres humanos.

Gracias por publicar la continuación con rapidez, la estaba esperando.

Saludos!

el Khaos! dijo...

Hijole!, yo estoy al borde de plantear al aire todo un analisis de tu aventura nomas basandome en las suposiciones ke me dejan ver tus lineas... chan chan chan chaaaan!(musica de suspenso)Trucha eh!

Anónimo dijo...

ya recordé!! las posibilidades siempre son variables, pero lo mejor es intentarlo, por lo menos no te quedas con la "espinita" del "¿si lo hubiera hecho?". Ah! lo que recordé el la canción de "jueves" de la Oreja de Ven Gogh, no se relaciona al 100% pero si con las posibilidades de als que hablo. Saludos!!

Kitty♥♥♥♥