No piensen que esto se trata de aventar tres cuartillas hablando sobre la Selección Mexicana o sobre los dimes y diretes que se cuecen con la Federación Mexicana de Atletismo. Esto del fiasco deportivo está aterrizado a una serie de traumas que acarreo desde mi temprana juventud... Específicamente desde el kinder cuando después de los juegos de coordinación que nos ponía la maestra, mi mamá recibió una plática de la Miss donde le dijo que posiblemente tenía menos aptitud física que el promedio de mis compañeros.
Mi mamá me ocultó el dictamen. Pensó que decirme por anticipado que era una “papa” negada para las cuestiones atléticas podría predisponerme negativamente, así que dejó que creciera sin ese complejo... No tardaría mucho en encontrarlo por mi mismo...
Conforme iba cursando la primaria, fui tomando conciencia de que mis capacidades se encontraban abajo del promedio. No era el más rápido, ni el más ágil, me daba miedo atrapar una pelota... En resumidas cuentas, un pollo tenía más posibilidades de trepar un árbol que yo, aunque siempre tuve la fortuna de que había alguien más torpe en mi clase.
Pese a eso, mis papás pensaron que sería buena idea que practicara un deporte de una forma disciplinada y constante, es por eso que por aquellas fechas en que vivíamos en Guadalajara, me enlistaron en las fuerzas básicas de los Tecos. Obviamente ahí (como en la mayoría de los clubs infantiles) entra cualquiera que paga a pesar de ser carente de talento. Por eso pasaron por alto que evitaba la fricción en las jugadas donde pudiera recibir un balonazo, no completaba las rutinas de calentamiento y me tropezaba con mis propios pies. Es por eso que cuando mi padre orgulloso fue a tomarme fotos durante un entrenamiento, la foto que más recuerdo es donde todos los niños van corriendo hacia el balón que venía volando como centro al área y curiosamente yo soy el único que corre en sentido contrario... Alejándome del balón como si se tratara de un pañal asqueroso y rebosante amenazando con explotar al tocar el campo de juego.
Terminó el entrenamiento y mi papá le toma una foto al portero del equipo brincando en una atajada impresionante. Mi papá quiso que yo hiciera algo parecido y la foto tiene un resultado lastimero. Salgo tirándome al piso con una mueca de miedo espontáneo... La boca abierta, los ojos cerrados y desviando la cabeza de la trayectoria del balón el cual claramente se ve que viene rodando a una velocidad a la que un niño de tres años hubiera podido parar con un solo pié.
Mi mayor hazaña deportiva fue años después, en la secundaria, siendo defensa: Parar un tiro que iba a gol cuando el portero no estaba cuidando el arco. Sí, lo paré, pero con la cara... Prácticamente se me grabó "Voit" en la mejilla izquierda. Hubiera disfrutado de los gritos eufóricos que me vitoreaban si no me hubiera zumbando tanto el oído por el cañonazo.
Y así he ido por la vida. Me apena admitir que no sería capaz de cachar una pelota de baseball a menos que fuera un globito francamente fácil. (Y aún así existe el riesgo de que me pegue en la cara) Gran tarea tengo frente a mi, pues algún día seré padre de un hijo que buscará desesperadamente en mi al héroe deportivo al que debería admirar... Algún día tendré que participar en alguna olimpiada de padres de familia y no puedo decirle que su padre es una baba para los deportes. Al menos no mientras no tenga edad para comprender que el mejor papá no es el que corre más rápido, brinca más lejos, carga más peso y hace alarde de reflejos parando un potente cañonazo dirigido al ángulo. En fin… Algo se me ocurrirá para entonces.
- el güey de junto -
Mi mamá me ocultó el dictamen. Pensó que decirme por anticipado que era una “papa” negada para las cuestiones atléticas podría predisponerme negativamente, así que dejó que creciera sin ese complejo... No tardaría mucho en encontrarlo por mi mismo...
Conforme iba cursando la primaria, fui tomando conciencia de que mis capacidades se encontraban abajo del promedio. No era el más rápido, ni el más ágil, me daba miedo atrapar una pelota... En resumidas cuentas, un pollo tenía más posibilidades de trepar un árbol que yo, aunque siempre tuve la fortuna de que había alguien más torpe en mi clase.
Pese a eso, mis papás pensaron que sería buena idea que practicara un deporte de una forma disciplinada y constante, es por eso que por aquellas fechas en que vivíamos en Guadalajara, me enlistaron en las fuerzas básicas de los Tecos. Obviamente ahí (como en la mayoría de los clubs infantiles) entra cualquiera que paga a pesar de ser carente de talento. Por eso pasaron por alto que evitaba la fricción en las jugadas donde pudiera recibir un balonazo, no completaba las rutinas de calentamiento y me tropezaba con mis propios pies. Es por eso que cuando mi padre orgulloso fue a tomarme fotos durante un entrenamiento, la foto que más recuerdo es donde todos los niños van corriendo hacia el balón que venía volando como centro al área y curiosamente yo soy el único que corre en sentido contrario... Alejándome del balón como si se tratara de un pañal asqueroso y rebosante amenazando con explotar al tocar el campo de juego.
Terminó el entrenamiento y mi papá le toma una foto al portero del equipo brincando en una atajada impresionante. Mi papá quiso que yo hiciera algo parecido y la foto tiene un resultado lastimero. Salgo tirándome al piso con una mueca de miedo espontáneo... La boca abierta, los ojos cerrados y desviando la cabeza de la trayectoria del balón el cual claramente se ve que viene rodando a una velocidad a la que un niño de tres años hubiera podido parar con un solo pié.
Mi mayor hazaña deportiva fue años después, en la secundaria, siendo defensa: Parar un tiro que iba a gol cuando el portero no estaba cuidando el arco. Sí, lo paré, pero con la cara... Prácticamente se me grabó "Voit" en la mejilla izquierda. Hubiera disfrutado de los gritos eufóricos que me vitoreaban si no me hubiera zumbando tanto el oído por el cañonazo.
Y así he ido por la vida. Me apena admitir que no sería capaz de cachar una pelota de baseball a menos que fuera un globito francamente fácil. (Y aún así existe el riesgo de que me pegue en la cara) Gran tarea tengo frente a mi, pues algún día seré padre de un hijo que buscará desesperadamente en mi al héroe deportivo al que debería admirar... Algún día tendré que participar en alguna olimpiada de padres de familia y no puedo decirle que su padre es una baba para los deportes. Al menos no mientras no tenga edad para comprender que el mejor papá no es el que corre más rápido, brinca más lejos, carga más peso y hace alarde de reflejos parando un potente cañonazo dirigido al ángulo. En fin… Algo se me ocurrirá para entonces.
- el güey de junto -
2 comentarios:
Otra muy buena historia de vida, la vdd se oye mal, pero como me dió risa tus anecdotas, le das un toque chusco =)
Pues sí, espreferible que sea un chiste para todos que un trauma pa mi solito... ja ja ja ja....
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