Cuando mi primo Luís vino de vacaciones a casa de mi abuelita, nos sorprendió a mi primo Jorge y a mí con una novedad... un programa de radio llamado "La mano peluda".
La mano peluda era (o es... ignoro si todavía existe) salía al aire cerca de la media noche. En ese programa la gente llamaba a la estación para contar en vivo alguna historia de terror "verídica"... Si las comillas más grandes no hicieran desentonar el párrafo, usaría comillas enormes para enmarcar la palabra "verídica", pues se trataba de churros mal armados y con unas exageraciones tan descaradas que de pronto parecía que los que contaban las historias eran niños de 10 años y la historia un guión de una película de terror de los 80's.
Mis primos y yo teníamos de 8 a 10 años, así que esas historias garnacheras y corrientes dignas del más burdo "Libro Vaquero", al menos llegaban a inquietarnos. Cosa típica para la edad en donde para donde volteas, ves una sombra con ojos rojos... La edad donde a un primo del vecino de cada uno de tus compañeros de la escuela ha muerto de alguna forma tan horrible como inexplicable.
Cuando Luís, el primo que nos iluminó compartiendo la frecuencia radiofónica del programa se regresó a la ciudad donde vivía, Jorge y yo seguimos como radioescuchas asiduos de La mano peluda. No había noche de ese día de la semana en la que no apagáramos las luces de la sala para en escuchar el programa en una oscuridad casi absoluta. Mi abuelita dormida, mis papás fuera, el tío cascarrabias en su cuarto independiente al departamento de mi abuelita y un teléfono.... ¡Si! ¡Un teléfono! ¿¡Cómo no se nos ocurrió antes!?
Jorge y yo convenimos en inventar una historia de terror. A estas alturas recuerdo que tenía algo que ver con un nahual, un bosque y una sarta de íconos trillados de los trillers infantiles, sin embargo para nosotros tenía un alto grado de credibilidad. El ciclo mágico se cerraría al contactar a la radiodifusora para contar nuestra terrorífica historia...
Marcamos el número que repetían al final de cada bloque del programa. Al principio lo leíamos, pero después de marcar 20 veces y seguir escuchando la intermitencia típica de la línea ocupada, marcábamos de memoria. Después acordamos que sería más eficiente marcar y pese al tono de ocupado esperar en la línea, pues en algún momento escucharíamos cómo descolgarían del otro lado de la línea desde la mítica radiodifusora.
Me cansé. Me dolió la oreja de tener el auricular presionado contra mi emocionada cabeza. Cada mínima señal de interferencia me hacía saltar esperando haber hecho contacto... Empezamos a hacer relevos para descansar las orejas. Yo veía la mirada enajenada de mi primo escuchando la línea ocupada... viendo al infinito... casi babeando. Seguramente yo me veía igual cuando era mi turno de sostener el auricular. Estábamos por darnos por vencidos cuando mientras Jorge esperaba, escuchamos un sonido mágico... sonido que se propagó hasta mis oídos por el silencio de la noche... -Click -¿¡La mano peluda!?... -¡Jorge! ¡Carajo! ¡Cuelga ese teléfono!... -Sonó desde el auricular. Rápidamente todo encajó... ¡Mi tío cascarrabias había descolgado el otro auricular desde su recámara! Salimos corriendo hacia la recámara de nuestra abuelita tan rápido que nuestros calcetines derrapaban sobre el suelo cerámico. Nos hubiéramos ido a estrellar contra la pared si no es que mi tío nos sostuvo... De las patillas... Y se acabó el radio... Se acabó el teléfono... Se acabó la mano peluda y la terrorífica historia del nahual.
- el güey de junto -
La mano peluda era (o es... ignoro si todavía existe) salía al aire cerca de la media noche. En ese programa la gente llamaba a la estación para contar en vivo alguna historia de terror "verídica"... Si las comillas más grandes no hicieran desentonar el párrafo, usaría comillas enormes para enmarcar la palabra "verídica", pues se trataba de churros mal armados y con unas exageraciones tan descaradas que de pronto parecía que los que contaban las historias eran niños de 10 años y la historia un guión de una película de terror de los 80's.
Mis primos y yo teníamos de 8 a 10 años, así que esas historias garnacheras y corrientes dignas del más burdo "Libro Vaquero", al menos llegaban a inquietarnos. Cosa típica para la edad en donde para donde volteas, ves una sombra con ojos rojos... La edad donde a un primo del vecino de cada uno de tus compañeros de la escuela ha muerto de alguna forma tan horrible como inexplicable.
Cuando Luís, el primo que nos iluminó compartiendo la frecuencia radiofónica del programa se regresó a la ciudad donde vivía, Jorge y yo seguimos como radioescuchas asiduos de La mano peluda. No había noche de ese día de la semana en la que no apagáramos las luces de la sala para en escuchar el programa en una oscuridad casi absoluta. Mi abuelita dormida, mis papás fuera, el tío cascarrabias en su cuarto independiente al departamento de mi abuelita y un teléfono.... ¡Si! ¡Un teléfono! ¿¡Cómo no se nos ocurrió antes!?
Jorge y yo convenimos en inventar una historia de terror. A estas alturas recuerdo que tenía algo que ver con un nahual, un bosque y una sarta de íconos trillados de los trillers infantiles, sin embargo para nosotros tenía un alto grado de credibilidad. El ciclo mágico se cerraría al contactar a la radiodifusora para contar nuestra terrorífica historia...
Marcamos el número que repetían al final de cada bloque del programa. Al principio lo leíamos, pero después de marcar 20 veces y seguir escuchando la intermitencia típica de la línea ocupada, marcábamos de memoria. Después acordamos que sería más eficiente marcar y pese al tono de ocupado esperar en la línea, pues en algún momento escucharíamos cómo descolgarían del otro lado de la línea desde la mítica radiodifusora.
Me cansé. Me dolió la oreja de tener el auricular presionado contra mi emocionada cabeza. Cada mínima señal de interferencia me hacía saltar esperando haber hecho contacto... Empezamos a hacer relevos para descansar las orejas. Yo veía la mirada enajenada de mi primo escuchando la línea ocupada... viendo al infinito... casi babeando. Seguramente yo me veía igual cuando era mi turno de sostener el auricular. Estábamos por darnos por vencidos cuando mientras Jorge esperaba, escuchamos un sonido mágico... sonido que se propagó hasta mis oídos por el silencio de la noche... -Click -¿¡La mano peluda!?... -¡Jorge! ¡Carajo! ¡Cuelga ese teléfono!... -Sonó desde el auricular. Rápidamente todo encajó... ¡Mi tío cascarrabias había descolgado el otro auricular desde su recámara! Salimos corriendo hacia la recámara de nuestra abuelita tan rápido que nuestros calcetines derrapaban sobre el suelo cerámico. Nos hubiéramos ido a estrellar contra la pared si no es que mi tío nos sostuvo... De las patillas... Y se acabó el radio... Se acabó el teléfono... Se acabó la mano peluda y la terrorífica historia del nahual.
- el güey de junto -
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