Un Vocho 1974 fue mi primer auto... bueno, el primer auto de mi papá del cual disponía casi como si fuera mío. Estudiaba la preparatoria y por esos tiempos vivía en un pueblo llamado Progreso de Obregón, en el estado de Hidalgo. Mi famoso vocho era característico. Estaba medio desvencijado, pintura quemada color negro ya opacado de tanto rayón. El toldo color rojo óxido con textura de brochazos por la mala aplicación del primer que ayudaba a que no se siguiera oxidando. Rin 13 cromado, pero ya con mucho óxido... Chulada digna pal museo de muéganos rodantes.
Un día, dando la vuelta en el Vocho con un amigo, nos estacionamos frente a una tienda para comprar provisiones. Nos subimos al carro y nos quedamos platicando un buen rato incluso hasta que la tienda cerró, pues ya era tarde. Cuando quisimos ir a otro lado, mi super auto no encendía. Hice varios intentos en vano hasta que vimos a media cuadra una gasolinera con rampa, la que según mis cálculos era lo suficientemente grande como para empujar, tomar vuelo y tratar de prender el Vocho. Llegamos a la gasolinera y aunque era pesado empujarlo cuesta arriba para empezar con las maniobras de resucitación.
-Empujamos, me trepo y lo trato de prender... Una... Dos... ¡Tres!... -Traca traca traca ¡tum!.... -De nuevo a empujar cuesta arriba, ahora más cansados que la vez anterior. -Va la buena... Una... Dos... ¡Tres!... -Trcaca tracacaca tra tra tra ¡tum!... ¡Carajo! ¡Cómo de la nada me hacía eso! Después de vociferar maldiciones y tres puntapiés a las llantas para descargar la frustración, hicimos otro intento más... Y otro... Y otro más, cuando de repente, un niño de esos que venden chicles en las gasolineras como de unos cinco años se nos quedó viendo y dijo unas palabras muy ciertas, que se me quedaron grabadas para siempre, por la verdad incómoda que transmitían: -¿Qué le haces a la cagada si ni va a arrancar?... ¿Cómo un niño de esa edad se atrevía a decirme a mi, casi un mayor de edad, semejante blasfemia? ¿Qué sabía un niño como ese sobre cómo echar a andar un carro de empujón?... Pero los hechos respaldaban la intención de sus palabras. La verdad es que sólo nos hizo ver de forma incómoda lo inútil de nuestros esfuerzos.
Veinte minutos después de la resignación en forma de "Charla bajo las estrellas dentro de Vocho muerto" vimos pasar a un amigo que sí sabía de mecánica... Tocamos el fregadísimo claxon que sonó a quejido lastimero. Fue como si el Vocho implorara con la misma fuerza que nosotros para que mi amigo nos viera y así fue. Cofre abierto, tres minutos, mi amigo moviendo fierros y mi amado muégano resucitó. Le dimos las gracias... ¡Caray! ¡Si me gustaran los hombres hasta lo hubiera besado! Mi amigo se fue a donde iba, llevé a mi compañero de penas a su casa y llegué a la mía donde estuve tratando de dormir sin dejar de escuchar las sabias palabras del niño de la gasolinera... "¿Qué le haces a la cagada si ni va a arrancar?"...
- el güey de junto -
Un día, dando la vuelta en el Vocho con un amigo, nos estacionamos frente a una tienda para comprar provisiones. Nos subimos al carro y nos quedamos platicando un buen rato incluso hasta que la tienda cerró, pues ya era tarde. Cuando quisimos ir a otro lado, mi super auto no encendía. Hice varios intentos en vano hasta que vimos a media cuadra una gasolinera con rampa, la que según mis cálculos era lo suficientemente grande como para empujar, tomar vuelo y tratar de prender el Vocho. Llegamos a la gasolinera y aunque era pesado empujarlo cuesta arriba para empezar con las maniobras de resucitación.
-Empujamos, me trepo y lo trato de prender... Una... Dos... ¡Tres!... -Traca traca traca ¡tum!.... -De nuevo a empujar cuesta arriba, ahora más cansados que la vez anterior. -Va la buena... Una... Dos... ¡Tres!... -Trcaca tracacaca tra tra tra ¡tum!... ¡Carajo! ¡Cómo de la nada me hacía eso! Después de vociferar maldiciones y tres puntapiés a las llantas para descargar la frustración, hicimos otro intento más... Y otro... Y otro más, cuando de repente, un niño de esos que venden chicles en las gasolineras como de unos cinco años se nos quedó viendo y dijo unas palabras muy ciertas, que se me quedaron grabadas para siempre, por la verdad incómoda que transmitían: -¿Qué le haces a la cagada si ni va a arrancar?... ¿Cómo un niño de esa edad se atrevía a decirme a mi, casi un mayor de edad, semejante blasfemia? ¿Qué sabía un niño como ese sobre cómo echar a andar un carro de empujón?... Pero los hechos respaldaban la intención de sus palabras. La verdad es que sólo nos hizo ver de forma incómoda lo inútil de nuestros esfuerzos.
Veinte minutos después de la resignación en forma de "Charla bajo las estrellas dentro de Vocho muerto" vimos pasar a un amigo que sí sabía de mecánica... Tocamos el fregadísimo claxon que sonó a quejido lastimero. Fue como si el Vocho implorara con la misma fuerza que nosotros para que mi amigo nos viera y así fue. Cofre abierto, tres minutos, mi amigo moviendo fierros y mi amado muégano resucitó. Le dimos las gracias... ¡Caray! ¡Si me gustaran los hombres hasta lo hubiera besado! Mi amigo se fue a donde iba, llevé a mi compañero de penas a su casa y llegué a la mía donde estuve tratando de dormir sin dejar de escuchar las sabias palabras del niño de la gasolinera... "¿Qué le haces a la cagada si ni va a arrancar?"...
- el güey de junto -
1 comentario:
Muy buena historia jeje
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