Guillermo y Miguel Ángel, dos entrañables amigos que conozco desde mis épocas de preparatoriano, iban hacia Mixquiahuala en una combi de esas que funcionan como transporte público. Había un par de asientos vacíos y otros ocupados. Dos de ellos por una pareja joven que empezaba a discutir acaloradamente.
A pesar de que pronto empezaban a gritarse, ni el chofer, ni la señora con rostro apático que venía pintándose las uñas, el puberto con su mochila estampada con la silueta del Che Guevara, Miguel o Guillermo hicieron comentario alguno. Todos se limitaron a ser cómplices de la discusión y alimentaron el morbo con las razones de él y las razones de ella, aunque seguramente todos coincidían con la apreciación de mis amigos que después compartieron conmigo: "La verdad, estaban discutiendo por una pendejada"...
Cuando el tono de los gritos estaba fuera de proporción, empezaron los jaloneos y los "¡Suéltame!", los pasajeros se empezaron a mirar unos a otros. Como si cada uno buscara rectificar lo válido de su postura al pensar que alguien más debía intervenir en auxilio de la joven. "¡Bajan!" dijo el novio al chofer en forma tajante. El chofer, más nervioso que preocupado por el hecho de que se iba a detener en una zona no autorizada para descenso de pasaje, rápido se orilló y accionando el sofisticado sistema de cordón anudado a la chapa que abre la puerta lateral de la combi, los dejó bajar.
El tipo ya tenía a su pareja tomada del brazo y la sacudía levemente como una anticipación de zarandeo. Mis dos amigos y el puberto se voltearon a ver uno a otro y Guillermo le dijo a Miguel: "Qué onda. ¿Le hacemos el paro a la chava?" Y antes de que Miguel contestara algo, el puberto que daba por hecho que contaba con el respaldo de dos personas más, bajo de un brinco de la combi y al mismo tiempo en que le decía "¡Ya suéltala cabrón!" le dio un empujón al tipo que zarandeaba a su pareja quien la soltó e inmediatamente después, de cuatro puñetazos tiró al puberto para luego darle un par de puntapiés en el estómago.
Guillermo y Miguel se voltearon a ver y en un acuerdo implícito, coincidieron en no bajar de la combi y voltearse a ver hacia otro lado. El chofer los volteó a ver por el retrovisor y estuvo a punto de decir "Qué ojetes... ¿Porqué no le ayudaron?", pero como tampoco tuvo el valor de bajar a defender a la jovencita, sólo lo pensó para sí mismo.
La combi arrancó y todos voltearon a ver a través del vidrio trasero a la pareja que seguía discutiendo y forcejeando. El chofer deseó que alguien recapacitara y le pidiera hacer la parada para ir a defender a la señorita. El puberto empanizado todavía en el piso que seguía escuchando la pelea deseó que le dejara de punzar la nariz y le parara la hemorragia. La señora deseó que se secara pronto el barniz de uñas. Miguel y Guillermo desearon haber podido ayudar en algo... O por lo menos que el puberto hubiera tenido éxito en sus aires de justiciero... Pero esos sólo eran deseos.
- el güey de junto -
A pesar de que pronto empezaban a gritarse, ni el chofer, ni la señora con rostro apático que venía pintándose las uñas, el puberto con su mochila estampada con la silueta del Che Guevara, Miguel o Guillermo hicieron comentario alguno. Todos se limitaron a ser cómplices de la discusión y alimentaron el morbo con las razones de él y las razones de ella, aunque seguramente todos coincidían con la apreciación de mis amigos que después compartieron conmigo: "La verdad, estaban discutiendo por una pendejada"...
Cuando el tono de los gritos estaba fuera de proporción, empezaron los jaloneos y los "¡Suéltame!", los pasajeros se empezaron a mirar unos a otros. Como si cada uno buscara rectificar lo válido de su postura al pensar que alguien más debía intervenir en auxilio de la joven. "¡Bajan!" dijo el novio al chofer en forma tajante. El chofer, más nervioso que preocupado por el hecho de que se iba a detener en una zona no autorizada para descenso de pasaje, rápido se orilló y accionando el sofisticado sistema de cordón anudado a la chapa que abre la puerta lateral de la combi, los dejó bajar.
El tipo ya tenía a su pareja tomada del brazo y la sacudía levemente como una anticipación de zarandeo. Mis dos amigos y el puberto se voltearon a ver uno a otro y Guillermo le dijo a Miguel: "Qué onda. ¿Le hacemos el paro a la chava?" Y antes de que Miguel contestara algo, el puberto que daba por hecho que contaba con el respaldo de dos personas más, bajo de un brinco de la combi y al mismo tiempo en que le decía "¡Ya suéltala cabrón!" le dio un empujón al tipo que zarandeaba a su pareja quien la soltó e inmediatamente después, de cuatro puñetazos tiró al puberto para luego darle un par de puntapiés en el estómago.
Guillermo y Miguel se voltearon a ver y en un acuerdo implícito, coincidieron en no bajar de la combi y voltearse a ver hacia otro lado. El chofer los volteó a ver por el retrovisor y estuvo a punto de decir "Qué ojetes... ¿Porqué no le ayudaron?", pero como tampoco tuvo el valor de bajar a defender a la jovencita, sólo lo pensó para sí mismo.
La combi arrancó y todos voltearon a ver a través del vidrio trasero a la pareja que seguía discutiendo y forcejeando. El chofer deseó que alguien recapacitara y le pidiera hacer la parada para ir a defender a la señorita. El puberto empanizado todavía en el piso que seguía escuchando la pelea deseó que le dejara de punzar la nariz y le parara la hemorragia. La señora deseó que se secara pronto el barniz de uñas. Miguel y Guillermo desearon haber podido ayudar en algo... O por lo menos que el puberto hubiera tenido éxito en sus aires de justiciero... Pero esos sólo eran deseos.
- el güey de junto -
1 comentario:
jajaajaja pobre puberto!! se kiso hacer el héroe y salio todo revolcado.... tsssss... y si ke ogts tus amigos ehh!!, pero bueno, creo ke el puberto nunca volvera a hacerse el héroe.
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