martes, 8 de abril de 2008

Desempleada a los cincuenta

La cuestión del empleo es algo muy delicado para una mujer de mi edad. Hoy en día es muy fácil que una mujer con la mitad de tu edad y el triple de conocimientos técnicos se quede con lo que pensabas que podía ser tu oportunidad de empleo. Si a eso le sumamos que sólo tengo 4 años de experiencia laboral y además que no he ejercido desde hace más de 25 años, es muy fácil pensar que una no se puede sentir segura aunque sea muy buena con la máquina de escribir eléctrica ni aunque sea organizada, puntual y tenga bonita letra.

En un intento por acercarme a una mayor cantidad de ofertas de trabajo, se me ocurrió la fabulosa idea de ir a una Feria del Empleo que daría lugar en el Palacio de los Deportes. Armé cuidadosamente quince juegos de currículum actualizados, con foto a color y echándome más porras que una madre a su primogénito en su primer partido de soccer. Iba dispuesta a concertar varias entrevistas y a encontrar ese trabajo que me ayudaría a darle la vuelta a la ruta de mi vida. A tomar las riendas…

Creo que fui algo ingenua al pensar que el lugar no estaría repleto a reventar. Después de todo, ¿Qué se puede esperar de una de las ciudades más grandes del mundo ubicada en un país tercermundista con altos índices de desempleo? El lugar parecía una gran alberca, con la salvedad de que en lugar de moléculas de agua había desempleados. Jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, personas con capacidades especiales, profesionistas, analfabetas... Todos buscando oportunidades para subsistir o para mejorar su calidad de vida. Era tanto el aglomeramiento de gente que me fue imposible acercar a los módulos en los que las empresas estaban recibiendo papelería. Incluso llegué a pensar que se respira mejor en una estación de Metro a hora pico. No, no, no... Estábamos tan apretados en filas y pasillos que les juro que estuve a punto de hacerme una prueba de embarazo saliendo de ahí.

Mallugada, sofocada, despeinada... Prácticamente con mi elegante blusa de ombliguera y mis tacones altos (Qué inocente...) pisoteados. Salí corriendo. Me sentía desesperada y no sabía todavía si reír, llorar o hacer gala de indiferencia. A penas me había decidido a tomar el Metro para regresar a la casa cuando de pronto pasó una camioneta pick-up repleta de jóvenes en su caja. Cuando estaban lo suficientemente cerca de quienes estábamos a las afueras del Palacio de los Deportes, empezaron a chiflarnos y a gritarnos: "¡Adiós, desempleados!", mientras reían a carcajadas.

Algunos de los que estaban ahí les gritaron de groserías. Otros (como yo) sólo miraron cabizbajos hacia el piso. Misma postura, pero con la diferencia de que en los ojos de unos había rabia, en los gestos de otros llanto y en otros más, una risa ligeramente apenada. Yo me reí para no llorar. Estuve a punto de aventar mi papelería al piso, pero me contuve por respeto a la ecología. Cuando llegué al bote de basura más cercano, me contuve por no hacer el ridículo y me fui a mi casa. ¿"Adiós, desempleados"? ¡Mejor recuérdenme a mi madre!

¡Chicuelos! ¡Ahí les encargo una rezadita a mi nombre para que encuentre chamba!

* Diva Enmascarada *

No hay comentarios: