viernes, 26 de diciembre de 2008

Navideña cruda interminable!


Hoy amaneci con cruda navideña, de esas crudas morales ke te dan después de ponerte a pensar en tu problemática personal y lo injusto ke son los dioses ke a pesar de todos tus esfuerzos y suplicas nomas no te cumplen dejandote ganar la loteria y mientras el mundo se debate entre la tambaleante bolsa de valores, el hambre y la guerra, los crímenes raciales y de genero, los pleitos religiosos, myspace, facebook y demas, sin dejar de lado los “blogs” porsupollo, la musica de moda y las “oldies” las luchas civiles y las de paises enteros por sobrevivir y hasta por vivir, mientras todas estas cosas a gran escala ocurren en nuestro kerido planeta, nosotros nos dedicamos a presumir nuestra nueva burka” intelectual bordada de todas nuestras miserias, las materiales y hasta las espirituales.
Hoy me vlvi a cuestionar acerca de akella vieja frase ke alguna vez lei de kiensabe kien y ke dice asi:

Los zapatos caros y de prestigiada marca, podrian ser los mas deshilachados huaraches de un alma miserable. A veces solo pensamos en nosotros mismos!

En la madre! Creo ke se me ha olvidado últimamente atender aquellas viejas macetas en las ke estaban sembrados los recuerdos aquellas fuertes raices que actualmente hacen florecer el jardin ke ahora hay en el lugar en ke antes se encontraba mi conciencia y se agolpan todos y de pronto como si kisieran escapar de un embudo, raices con nombres de hombres y de mujeres, con rostros sin luz publica y con nombres chikitos y grises en los periodicos de mis ciudades. Genaro Vazquez, Lucio Cabañas, Ruben Jaramillo hasta Digna Ochoa, Lydia Cacho, Manuel Buendía, Marcos y la comandanta Ramona… uta madre! Y si le sigo? Y si ya no paro? Y si me sigo sintiendo igual? Mejor hago como antes…si igualito ke en los viejos tiempos! …Lista de amigos, preparate! Vas a recibir una larga cadena con links…

No os preocupeis, solo pica por 7 minutos!...

jueves, 25 de diciembre de 2008

Crepes au fromage e chorize


Como que no tuvimos espiritu navideño? Eso dista muchisimo de la realidad, de hecho nuestro espiritu de la temporada se alarga tanto en nuestros corazones que la sensacion de que el dia en que vivimos es navidad nos dura todo el año. Si claro, la cruda y el doloron de cabeza por la sidrita y los brindis y hasta el mal estado de nuestros estomagos por aber abusado de la cena navideña. Segun sea el caso claro esta.
Por eso y para bordear con oro el regreso a estos vagones hoy les tengo una receta delicada y ligera para un suave amanecer del 25 de diciembre, osease... navidaaa!
Crepes au fromage e chorize o lo que es lo mismo pa la banda
quecas de choriqueso (6)

ingredientes

250 gr de queso para derretir ( pal que te haya alcanzado)
100 gr de longaniza de cerdo ya frita
6 Champignones grandes
6 tortillas de harina de tamaño regular ( no para burritos )

elaboracion

ya deberias tener el queso rayado, la longaniza frita y los hongos cocidos, digo, pa' obviar algo de tiempo al estcribir la receta no? mezcla todo en un recipiente y separa 6 porciones. El secreto en el exito de esta receta es usar el queso con mas grasa que puedas y que la longaniza no este tan dorada para que pueda soltar aun algo mas de su grasita. Ah por cierto, ni se te ocurra usar servilletas o toallas de papel para absorber el exceso de grasa de las quezadillas, eso es sacrilegio.

en el sarten precalentado a temperatura como para hot cakes, colocas en el centro una porcion, no importa si los ingredientes no se mezclaron bien. Permite que se derrita el queso y empiece a separarse de la grasa que se ira mezclando con la de la longaniza y tomara un color naranja o rojizocunado las orillas de la mancha de queso derretido empiecen a dorarse, coloca la tortilla de harina sobre la mezcla tratando de absorber toda la grasa, de inmediato y usando una espatula o pala, voltea la quezadilla de un solo golpe. ( Aguas! eso que escurre es liquido aceitoso muuy caliente!) al voltearla permite unos segundos para que la otra cara absorba la demas grasa y doblala a la mitad. y listo! solo deja dorar tu queca al gusto y sirvelas con una guarnicion de frijoles refritos con tocino o una salsa de Chilpotle!
No olvides tener a la mano tu sal de uvas! Hasta la proxima

martes, 23 de diciembre de 2008

El extraño regreso!


Ke onda?... Perdon ke salude de manera tan personal, pero es ke el olor de estos vagones me hace sentir realmente en casa y asi como ke entre "amigos de... atras tiempo"

ke el extraño regreso? ... bueno el titulo original era "el extraño regreso de akel ke andaba ausente, pero no precisamente de parranda" sin embargo, me creaba conflicto con mi etapa de
"ya llego el ke andaba usente y se le concedio volver" asi ke opte por una opcion mas austera y de facil lectura, por ke ...ya me la se! ... mucha letra mucha letra y poco contenido!

en fin ahora si! he vuelto por quiensabecuantanesima vez! haciendole honor al mote! "problemas" ke por cierto! he usado hasta como apellido en mis "nicknames" mas formales en mi vida laboral.

Asi ke, me pregunto como estaran todos akellos viejos camaradas de andanzas aki en los anaranjados vagones de la memoria? Por lo pronto, permitanme con todo respeto y sin kerer hacer menos a nadie! Levantar mi copa y hacer un brindis por toditita, pero toditita la banda!...






P A S A J E R O S ! Ke kiere el seguro social? ... SALUD!!!

lunes, 22 de diciembre de 2008

Incapacitado

Siempre me he considerado una persona cariñosa con mi pareja. Por ejemplo, a mi esposa Aída la beso, abrazo y le digo lo mucho que la quiero a cada oportunidad que tengo… Incluso al grado en el que fácilmente podría ser calificado de encimoso o empalagoso, conducta que para mi buena fortuna, ella ve con agrado.

En un día normal la abrazo varias veces al día y hace poco tras uno de esos abrazos me hizo una pregunta que me llamó muchísimo la atención: ¿Por qué no me abrazas como la gente normal?

Caray, pues ¿Cómo es un abrazo de gente normal? “Sólo abrazar”, me dijo Aída. ¿Pero a qué te refieres con eso de sólo abrazar? Y entonces me dijo que siempre que la abrazo juego con su cabello, o la muerdo, o le hago cosquillas, o le digo cualquier cosa o simplemente muevo mi mano con movimientos circulares frotando su espalda… Que nunca la había abrazado sin hacer algo más.

“Abrázame… Y disfruta solamente del abrazo.” Me dijo en un tono que pese a lo cariñoso sonaba como un reto. Entonces me acerqué a ella, la tomé entre mis brazos y traté de darle el abrazo que ella me pedía, pero sentí algo curioso. Conforme pasaron los primeros segundos sentí el impulso de querer hacer algo más y la sensación de desesperación por no estar haciendo algo en específico. Interrumpí el apenas breve silencio que habíamos formado con el abrazo con una risa que delataba que eso del abrazo puro y sin hacer nada más, no estaba funcionando del todo.

La solté y le expliqué que no podía simplemente abrazarla y que en cuando lo intentaba me distraía pensando en una multitud de cosas: Un poco en la postura incómoda por amoldarme al abrazo de alguien que mide doce centímetros menos de estatura y que te quiere abrazar por encima de lo hombros, otro poco en su cabello alborotado picándome la nariz o simplemente en saber que no estoy haciendo nada y que eso choca sistemáticamente con mi compendio de manías. Soy la clase de persona que se levanta de la cama porque se aburre de tratar de conciliar el sueño un domingo a las nueve de la mañana.

Ese día aprendí que soy incapaz de dar un abrazo sin sentir el impulso infantil de entretenerme durante ello. Descubrí que no puedo disfrutar de un abrazo sin ponerme a pensar sobre cuánto ha durado o sobre la inmortalidad del cangrejo. Por alguna razón no tengo esa capacidad de sentir un abrazo y no es que sienta que el puro abrazo no me es suficiente o que crea que es una pérdida de tiempo, simplemente cuando lo intento me gana la risa, me da comezón o termino refugiándome en aquel apapacho extra que me hace sentir que el abrazo ya tiene un razón y un propósito… De hecho… ¿Será eso? ¿Será que busco una razón o un propósito en la acción de abrazar o simplemente estoy incapacitado para dar un abrazo y sólo eso?

- el güey de junto -

viernes, 28 de noviembre de 2008

Tercia de patanes ( 2 )

Continuación desde aquí...

A plena luz de día y sin una décima de grado de alcohol en la sangre las señoritas se veían diferentes. Menos interesantes por no decir más comunes, pero no le dimos importancia y después de las formalidades del saludo caminamos hacia el departamento.

Me apena decir que la luz del día nos hizo evitar ir abrazados de las señoritas que si bien no las consideramos tan poco agraciadas, pensamos que no era conveniente irlas presumiendo por nuestros rumbos, así que con paso disimuladamente acelerado llegamos pronto al departamento y empezamos a platicar hasta que pronto llegó la hora de la comida.

Oswaldo hizo gala de habilidad preparando la pasta con su toque de hojas de laurel y aceite de oliva y yo la boloñesa con su pizca de orégano, pimienta blanca y chorizo estilo Cantimpalo. Jorge en su papel de anfitrión, aprovechó para no hacer nada en la cocina y se quedó platicando con ellas, aunque al final le tocó poner la mesa. Nos esmeramos cocinando, sazonando y sin sonar presuntuoso puedo asegurar que el espagueti a la boloñesa que preparamos se veía y sabía muy bien. Lo servimos en los seis platos, pasamos a la mesa y como niños pequeños, Oswaldo y yo esperábamos una muestra de atención hacia el platillo, algún comentario sobre lo agradable que resulta que un hombre sepa cocinar o algo por el estilo, pero esperamos en vano. Las tres comieron el platillo como si fuera sopa de fideo de fonda corriente servido en plato de plástico.

Terminando de comer, saqué la guitarra y me puse a tocar, así que pese al desaire que sufrimos Oswaldo y yo ante la indiferencia de las chicas hacia nuestro arte culinario, el ambiente se empezó a poner romántico. Después de decirle algo en voz baja, Jorge se llevó a su pareja a su cuarto entre risas y miradas de complicidad. Instintivamente Oswaldo y yo hicimos lo mismo.

La siguiente hora transcurrió con cada pareja en una habitación entre caricias, besos, manos aquí, labios acá, risas, piel erizada y uñas surcando la piel de la espalda… Pero sin llegar al sexo explícito. Aunque debo aclarar que el hecho de que la ropa siguiera ahí no era por mi iniciativa. Al contrario. Yo lo último que quería era que la ropa estuviera ahí estorbando y aunque no la pude convencer de darme ese gusto, nos la estábamos pasando bien.

Supe que ella estudiaba Biología, que iba en séptimo semestre, que le gustaba salir a bailar y que le gustaba de todo tipo de música. Ella supo que yo estudiaba arquitectura, que sólo bailaba en defensa propia y que era melindroso con ciertos géneros musicales. Seguíamos con nuestra plática de elevador cuando de pronto proveniente de la habitación contigua escuchamos la voz de la pareja de Oswado que decía entre risas: “Qué onda sister… ¿Estás ocupada?” Y desde el cuarto de Jorge se escuchó: “Más o menos sister… ¿y tú?”… Entonces nosotros nos echamos a reír y entendimos que no éramos los únicos que estábamos vestidos ni ella la única cohibida por la falta de una buena puerta.

Cuando nos dimos cuenta los seis estábamos platicando entre nosotros como si el ver simultáneamente hacia el techo nos conectara. Hablábamos en voz alta y reíamos aunque mis primos y yo entendíamos que el sexo tendría que esperar. Conforme la plática seguía nosotros recuperábamos compostura y nuestras manos regresaban a lugares más decorosos.

La “novia fugaz” de Jorge rompió el aislamiento yendo a tomar un vaso de agua a la cocina. Poco a poco los demás volvimos a la sala, platicamos otros minutos y cuando llegó la hora de que se fueran a sus casas no las tratamos de persuadir a que se quedaran ni las acompañamos a sus casas… Sólo las dejamos abajo del edificio hasta que subieron a un taxi y nunca más las volvimos a ver. Mientras el taxi se alejaba, nosotros como buenos patanes de dieciocho años nos divertíamos comentando que la compañera de Jorge parecía secretaria de oficina de escasos recursos, la de Oswaldo vendedora de flores y la mía parecía despachadora de tortillería.

Cinco días después por una llamada de Jorge a la chica que lo había acompañado, se enteró de que las tres querían que las acompañáramos a un reconocido antro de buena fama, cosa que Jorge rehusó con un par de pretextos y mentiras. Me dijo divertido: “¡Cómo ves! ¡Nos han de querer llevar para presumirnos!” y entre risas y comentarios a la orden de “Se tragaron el espagueti como puercos que no ven lo que comen” dimos punto final al asunto ya no supimos nada más de ellas, aunque en el fondo sabíamos que no había nada de qué enorgullecerse, pues más allá del hecho de que de noche todos los gatos son pardos, todos sabemos que con la vara que mides algún día serás medido.

- el güey de junto -

jueves, 27 de noviembre de 2008

Tercia de patanes ( 1 )

Cuando vives solamente con un primo, ir de cacería sabiendo que tienes un departamento dispuesto a todo es motivador. Pero cuando otro primo tuyo llega de visita, esas salidas toman tintes más interesantes y los resultados pintan más prometedores... Esto sucedió en Cuernavaca por ahí del año dos mil uno.

-¿Entonces a dónde llevamos a Jorge para darle su bienvenida? -No se, para variar hay poca lana, así que tendríamos que ir a algo más populachero... -Contesté a mi primo Oswaldo. -¿Como al Calabozo? -Sí, a ver si encontramos chavas que valgan la pena en ese bar Kareoke. -Entonces habrá qué llegar temprano para que no nos ganen a las más pasables. -Sentenció Oswaldo.

A las diez de la noche estábamos bajando del camión y fuimos hacia la entrada del lugar. Después de la respectiva revisión de rigor, el tour del mesero guiándonos hacia nuestra mesa y después de revisar la carta y elegir invariablemente la bebida embriagante más económica del lugar (cerveza), pusimos manos a la obra. Como si se tratara de un regimiento de aviones de caza, cada uno tomó una ruta estratégica para peinar el lugar y converger en un mismo punto para darnos los pormenores del lugar:

-Hay pocos grupos de chavas solas y hay un grupo de cuatro que están dos dos... Al menos les vi “buen lejos”, así que es cosa de ver si se hace o no. –Terminó diciendo Jorge con seguridad.

Dejamos pasar unos minutos que aprovechamos para tantear el terreno, buscar contacto visual, tomar yo el micrófono para cantar Santa Lucía y de pronto acordamos que era momento de nombrar a un embajador para ir a hacer el primer contacto. Después de deliberar, Jorge se puso de pié y se acercó a las cuatro damas de la mesa del fondo. Intercambiaron palabras, miradas, vimos cómo Jorge a lo lejos nos señaló a nosotros y como si de su dedo provinieran hilos de marioneta articulados a las narices de las cuatro, voltearon a vernos a Oswaldo y a mí, que para entonces ostentábamos ademanes de hombres de mundo que degustan un fino licor mientras hablan de la Bolsa de Valores.

Jorge nos hizo una seña con la que nos dijo que todo estaba hecho. Fuimos con ellos, ellas se pusieron de pié y pasamos a la pista a bailar. Al pasar la pista, cada quién asumió que a quien tenía enfrente sería su pareja… Bueno, casi, porque ellas eran cuatro y nosotros tres, y porque finalmente decidimos bailar en forma que visto desde arriba a veces parecería un círculo perfecto y a ratos una línea. Como una boca que se abre y cierra y en un momento nos ponía a cada uno de nosotros a bailar con una, después con una y media espalda de otra, luego con dos y en ocasiones con una y un cuarto de cadera de otra.

De inmediato noté que la chica que geográficamente me correspondía sólo a mí por estar los dos a la orilla, volteaba mucho hacia atrás, motivo que de inmediato quedó aclarado al hacerme saber que ahí estaba su novio con sus amigos, que estaban peleados, que la habían seguido o algo así. El punto es que cuando pensé que todo se iba al caño cuando dijo que iba a ir con él para no armar problemas, llegó su relevo y entonces sí, después de una breve reorganización cada oveja con su pareja.

Cuando nos sentamos en la mesa de ellas, empezamos a platicar y después de un rato de “Mira, yo…” “Y me gusta…” “Y por lo regular yo…”, Oswaldo y yo vimos con sorpresa que mi primo Jorge ya se estaba besando con su pareja, cosa que Oswaldo y yo le aplaudimos en forma de gestos levantando las cejas mientras telepáticamente nos decíamos: “Mira a ese güey… Nosotros como locales no debemos quedarnos atrás”.

Y entonces como si se tratara de una carrera, Oswaldo y yo decidimos aplicarnos para vernos en las mismas circunstancias. Yo tomé de la mano a la señorita que estaba conmigo, empecé a hablarle un poco más cerca del oído y cuando pensé que estaba todo listo para emparejarme con las habilidades de Jorge, volteé a mi izquierda y vi a Oswaldo besándose con su pareja, así que me desesperé, me salí de mi plan persuasivo y rompí la pasividad con un beso que fue bien correspondido.

El resto de la velada se concentró en besos, caricias, plática más personal, en persuadirlas de continuar la velada en mi departamento y en escuchar que no podían, que tenían los permisos bien medidos y que tendríamos qué vernos al día siguiente.

Cuando nos dijeron que tenían que irse, las acompañamos a la salida y el plan era simple. Sugirieron dividir la cuenta en seis partes iguales y tras pagar cada quién se iría por su lado y nos veríamos el día de mañana cerca del departamento para invitarlas a comer. Cuando estábamos por decir adiós y dar el último beso de la noche, Jorge dijo “Si quieren las acompañamos a su casa” y los cinco dijimos “¿En serio?” Sólo que mientras las tres jóvenes lo dijeron en voz alta mirándonos con gesto agradecido, Oswaldo y yo lo dijimos en voz baja o más bien sólo lo pensamos con tono incrédulo mientras que con la mirada le recriminábamos a Jorge su desconsideración hacia nuestros escasos fondos, pero el ofrecimiento ya estaba en la mesa y era peor retractarnos que pasar penurias económicas.

Paramos un taxi y después de casi hora y media de camino y noventa pesos de aquel entonces y de llevar a cada señorita a su casa llegamos los tres al departamento refunfuñando por la tarifa del taxi y por la mala fortuna de que las tres vivieran tan lejos entre sí, pero también haciendo planes para el día siguiente antes de irnos a dormir.

Al despertar hicimos cálculos: Tres parejas y tres recámaras. Lo que no embonaba era que sólo el cuarto que le tocaba a Jorge tenía puerta que aunque esta ya no abría y cerraba bien, podía cumplir con su trabajo de dar privacidad. Oswaldo y yo tuvimos que ser creativos, así que mientras yo clavaba tachuelas en la pared para improvisar un tendedero y colgar una sábana, Oswaldo aprovechó el tubo en el que hacía ejercicio y que estaba empotrado justo en el marco donde iba la puerta de su recámara.

Para celebrar la improvisación de mi “puerta” di un brinco a la cama y entonces justo a caer surgió una nueva preocupación, ya que en lugar de escucharse exclusivamente mi impacto contra el colchón, se escuchó un sonoro rechinido… Entonces recordé que en la mudanza me habían robado unas botas dentro de las cuales guardé una bolsa de plástico con los tornillos que servían para armar la base de mi cama. Las tablas de la cama estaban simplemente apoyadas sobre cajas y revistas viejas y como consecuencia la cama rechinaba en exceso. Era algo que tenía qué solucionar de inmediato, pues la falta de puerta y el intenso rechinido podría cohibir a la susodicha y arruinar todo el plan.

Salí corriendo a la ferretería sólo para encontrarla cerrada, así como las otras tres que había en la colonia. Fui al supermercado y como ahí tampoco encontré tornillos como los que necesitaba llegué resignado a la casa y cuando estaba por meterme a bañar, vi el tendedero en el patio de servicio y todo tomó forma dentro de mi cabeza: Puse trapos y toallas entre las uniones de cada tabla y pasé cordón de tendedero a través de las perforaciones por donde debían pasar los tornillos, hice varios nudos para asegurarlos y el resultado fue perfecto. Brinqué en la cama, me acosté, me paré, me volví a acostar y hasta imité peculiares movimientos pélvicos a modo de prueba de fuego y el veredicto fue el mismo: Insonorización perfecta.

Me bañé y me vestí en tiempo record. Salimos los tres primos al punto de reunión que convenientemente era una farmacia cerca de donde vivía, pues nos surtimos de parque y cuando nuestros bolsillos estaban repletos de látex nos paramos sobre la banqueta y estuvimos al pendiente por si las veíamos llegar. Cinco minutos después las tres bajaban de un taxi justo frente a nosotros. A plena luz de día y sin una décima de grado de alcohol en la sangre las señoritas se veían diferentes. Menos interesantes por no decir más comunes, pero no le dimos importancia y después de las formalidades del saludo caminamos hacia el departamento...

Continuará...

- el güey de junto -

sábado, 8 de noviembre de 2008

¡Y que me cortan la cola! ( 3 )

Continúa de aquí...

¡No!, ¿Cómo cree? No daría tiempo usando pura anestesia local. Va a ser raquea. –Ay no… -Dije con voz trémula. –No se preocupe, le voy a poner un tranquilizante. Ahorita vuelvo.

-Me resigné. Me quedé boca abajo mirando el monitor de signos vitales al que estaba conectado por medio de una pincita colocada en mi dedo y de inmediato escuché pasos. Volteé y reconocí al Cirujano que me había revisado días antes, quien me saludó sonriente: -¿Listo? –Sí… Oiga Doctor, me dijeron que la anestesia va a ser raquea… -No, le voy a decir a la anestesista que la ponga local. –Oiga me ayudaron a rasurarme, espero que no sea necesario rasurar más… -A ver... –Dijo mientras abría la bata y dijo: -¡Muy bien compadre! ¡Quedaste como pa película porno! –Y mis nervios me hicieron participar tímidamente con las carcajadas del resto del personal que ya se encontraba para entonces en el quirófano.

-Lili, póngale local. -¿Local? Oiga, pero ¿le dará tiempo de terminar?Sí, Usted no se preocupe. –Y en ese momento, su despreocupación, su estúpido chiste sobre mi trasero rasurado con calidad de pornstar y su plática informal con el resto de la gente del quirófano me hicieron dudar de la capacidad del Doctor... Me lo imaginé dándome un golpe con un tubo en la cabeza para noquearme en caso de que estuviera pasando el efecto de la anestesia local, pero ya era demasiado tarde... Me sentía adormilado por el tranquilizante que Lili puso en la línea que me habían canalizado minutos antes.

Esperaba sentir la inyección de la anestesia local, el bisturí cortando mi piel que según palabras de conocidos míos se sentiría como si me estuvieran pasando un pincel mojado con agua fresca, pero no sentí nada. Ni bisturí, ni inyección, ni el tiempo ni nada. De pronto sentí que recuperé lucidez, según yo a pocos minutos de iniciada la operación y vi que todos salían del quirófano. Yo bastante más alegre de lo habitual, como si estuviera bajo el efecto de cuatro cervezas pregunté: –Doctor ¿qué pasó? –Ya acabamos, compadre. –¿Y de qué tamaño era el quiste? –Como del tamaño de un limón. –Oiga doctor… -¿Qué pasó? –Gracias… -No hay de qué, compadre.

-Pecho-tierra me pasé a otra camilla. Bueno, más bien pecho-sábana, porque tierra era lo último que necesitaba mi herida que dejaron abierta para que cerrara de adentro hacia fuera. Recorrí pasillos del hospital en la camilla que empujaba un paramédico, sintiéndome Superman volando horizontal con respecto al piso. Llegamos a un cuarto donde me dejaron esperando unos segundos hasta que vi que me pusieron un plato con comida frente a mí, aunque no tan cerca como para poderlo tomar con mis manos.

-¡Hola Amorcito! ¿Cómo te fue? –¡Bien! –Le respondí a Aída cuando pude reconocer su voz. –¿Me acercas ese plato? –Ah, si tienes hambre entonces no estás tan mal… -Y todavía boca abajo, cuando me acercó el plato le quité el plástico transparente que cubría la comida y devoré la ensalada, el pollo con papas, el arroz y hasta las galletas Marías que se llenaron de la salsa del guisado de pollo. –Oiga, acaba de salir de operación y come que da gusto, ¿eh? –Dijo una enfermera que pasaba por ahí. –Sí, así es él. –Dijo Aída con una mezcla entre orgullo y pena. Cuando me terminé la comida Aída me acercó la bolsa con mi ropa y me dijo que era hora de irnos y yo con una sonrisa de oreja a oreja y todavía animado en exceso por el efecto de la anestesia pregunté cual niño pequeño que si no nos podíamos quedar otro rato… -No, ya pasó mucho rato, estuvo larga la operación, ¿eh? Para lo que te hicieron, no era para tres cuartos de hora. –¿Tres cuartos de hora? A mí me parecieron cinco minutos a lo mucho.

-Salí de la clínica caminando lentamente del brazo de mi suegra y vi que Aída para entonces ya estaba en el carro frente de la salida. Como no debía viajar sentado para no correr riesgo de infección, decidí acostarme boca abajo en el que me pareció un microscópico asiento trasero de un Ford KA, pues cuando pude dejarme caer, mis rodillas estaban tocando un extremo del asiento y mi nariz el otro. “Hasta parece secuestro express”, les dije cuando arrancamos hacia la casa. Cuando llegamos, subí las escaleras sin separar las rodillas y me dejé caer boca abajo sobre la cama para empezar a vivir mi convalecencia: Dormir boca abajo, comer boca abajo, trabajar y entretenerme con mi Laptop boca abajo y agarrarme de una toalla enredada en el toallero con una mano y apoyarme del tanque del excusado con la otra cuando quería ir al baño... ¡Caray! ¡Y todo por un triste pelo al que le dio la gana crecer hacia dentro!

- el güey de junto -

viernes, 7 de noviembre de 2008

¡Y que me cortan la cola! ( 2 )

Continúa desde aquí...

Me miré al espejo antes de ir a dormir y me fui a acostar sin que los nervios se manifestaran todavía…

Desperté veinte minutos antes de que sonara el despertador, me metí a bañar y me lavé cuidadosa y dedicadamente cada centímetro cuadrado de piel. Al salir del baño me vestí, bajé a la cocina, abrí el refrigerador, vi todo lo que no podía qué comer por tener qué llegar en ayunas a la operación y sin embargo moría de hambre. Cincuenta y cinco minutos después de cerrar el refrigerador ya estaba yo en la recepción de la clínica mostrando un papel a una señorita que me dijo: "Espere en aquellas sillas un momento. Yo le hablo en un par de minutos".

Cuando ese par de minutos se convirtieron en once, escuché mi nombre, me puse de pié, pasé junto con otras dos personas que habían sido nombradas al mismo tiempo que yo y como si nos estuvieran equipando para ir a la guerra nos dieron a cada uno una bolsa con provisiones de supervivencia: Una bata, un par de algo que parecían bolsas hechas del mismo material de la bata para calzar como si fueran pantuflas y direcciones de dónde pasar a cambiarnos.

Entre a un pequeño cubículo, me desvestí rápidamente, me puse la batita ridícula y luego intenté guardar mis pertenencias en la bolsa… Y digo “Intenté” porque lo que me dijeron que era una bolsa, no parecía más que un cuadro de plástico transparente. Abrí la puerta del cubículo y tímidamente llamé a la enfermera que nos había dado “el equipo” y le comenté del incidente. Ella con cierto gesto de impaciencia tomó el plástico, lo frotó vigorosamente y ante mi expresión de extrañeza que le provocó una sonrisa me demostró que sí era una bolsa, que simplemente no había sabido despegarla.

Salí de ahí con una mano sosteniendo mi bolsa que contenía mi ropa pulcramente doblada y con la otra sosteniendo la bata para que no se abriera de par en par por la parte de atrás. Instintivamente me paré cerca y de espaldas a la pared y cuando las otras dos señoras salieron de sus cubículos hicieron lo mismo que yo, hasta que otra enfermera nos pidió que la siguiéramos.

Ahí íbamos los tres caminando, intimidados por las ráfagas de viento que se nos colaban por debajo de la bata y por el frío suelo que íbamos pisando sin más protección que la telita del remedo de pantuflas que nos dieron. Finalmente llegamos a una sala donde habían dos personas en cama, frías bancas de metal, atriles para sostener suero, biombos y cosas por el estilo las cuales yo escudriñaba con detenimiento para matar el tiempo, hasta que me sacaron de trance: -A ver, deje le pongo la aguja para el suero. –Este… ¿A-aguja? –Sí, ¿no me diga que le tiene miedo a las agujas? –Pues, sí le digo… ¿Es muy necesario el suero? –Sí, porque si tenemos qué administrarle un medicamento durante la operación lo hacemos a través de esa línea. –Híjole y de necesitarlo, ¿no me podrían poner eso hasta entonces? –No, señor. Además no duele. Es un piquetito nada más… En todo caso es más dolorosa la raquea que le van a poner. –Pero el Doctor me dijo que no iba a ser raquea, que iba a ser local. –¡No!, ¿Cómo cree? No daría tiempo usando pura anestesia local. Va a ser raquea.

-Conforme la mano de la enfermera se iba acercando a la mía, me fui poniendo pálido y tuve un mareo muy fuerte. Sin querer, me empecé a escurrir por el respaldo de la banca y sólo escuché que la enfermera gritó: -Mirna, ¿tienes camillas a la mano? Este señor se va a desmayar y no va a poder llegar caminando al quirófano… -Y de pronto escuché las llantitas de la camilla, me paré lentamente y me recosté sin importar que la maniobra me pudiera descubrir mis partes pudendas. Sólo extendí la mano, sentí un ligero piquetito y escuché: “¿Ya vio? Fue todo”. E instantes después ya iba yo sobre la camilla en movimiento, viendo lámparas, cirujanos, enfermeras y asistentes yendo de un lado a otro hasta que llegué al quirófano. No podía parar de pensar en la raquea, en el sonido que hace la aguja al abrirse paso entre los cartílagos que separan las vértebras según la versión de mi papá vía telefónica la noche anterior…

-Ruédese. –Me dijo una voz de mujer mientras que con la mano me hizo señas de cómo rodas rodar de la camilla a la plancha. –Nada más tenga cuidado con la manguerita del suero. Yo voy a ser su anestesista. –Oiga, ¿verdad que es anestesia local lo que va a usar? –Y como si escuchara una reproducción grabada de hace unos minutos, dijo: –¡No!, ¿Cómo cree? No daría tiempo usando pura anestesia local. Va a ser raquea. –Ay no…


-Continuará...

- el güey de junto -

jueves, 6 de noviembre de 2008

¡Y que me cortan la cola! ( 1 )

Hace unos tres años estaba harto de un granito que me salía seguido justo en la región sacra de la espalda… O dicho en una forma menos propia; justo arriba de donde termina la raya que divide el trasero por la mitad.

La sensación de tener un granito infectado era sumamente molesta, especialmente durante los entrenamientos de Kung-Fu al momento de hacer flexiones o abdominales acostado sobre el piso, sin embargo me las arreglaba para capotear la molestia.

Un día durante una plática, mi papá me dijo que seguramente no era un granito, sino un quiste y que a mi primo Raúl lo habían operado de lo mismo. Yo no estaba convencido del veredicto que sonaba bastante aparatoso como para tener síntomas de grano en la cola, sin embargo decidí salir de dudas e ir a consultar a la clínica del Seguro Social.

-¿Y dice que el dolor es esporádico? –Sí, Doctor. Va y viene por temporadas, pero últimamente es más frecuente. –A ver, déjeme revisarlo. –Sí. –Descúbrase… -Está bien. –Inclínese y separe sus glúteos. –Para ese entonces yo ya había repasado mentalmente todos los chistes de proctólogos que me sabía y por alguna razón imaginaba lo peor: El sonido del elástico de un guante de látex ajustándose con dificultad sobre una grande, tosca y masculina mano, pero en vez de ese sonido escuché al doctor hablar: –Sí, es un quiste pilonidal. Le voy a dar cita con el cirujano para que valore y de ser necesario programar la cirugía. –¿Quiste pilo qué?...

-Yo todavía no acababa de asimilar que lo que yo había percibido como un grano en realidad era un triste pelo al que le dio la gana crecer hacia dentro de mi piel, para formar con el paso de los meses una maraña que terminó convirtiéndose en una cápsula que ahora había qué sacar. Supe que hombres caucásicos de veinte a treinta años y con mucho vello somos los más propensos a generar uno y aunque renegué de cada uno de los pelos que tengo y nunca pedí, no había nada qué hacer.

Mi cita con el cirujano fue similar a la que tuve con el médico general: Buen día, ¿Cuál es su nombre?, Descúbrase, empínese, ¿Quiere que le diga palabras bonitas?, No se preocupe, soy un profesional… A los veinte minutos ya tenía yo un pase a quirófano programado para dentro de ocho días, una lista de antibióticos qué tomar desde tres días antes de la operación, un pase para análisis de laboratorio preoperatorios y una recomendación: “Le sugiero que venga con el área rasurada, porque si no, las enfermeras lo tendrán que rasurar y a veces son un poco toscas”. ¡Caray! ¡Qué poder de convencimiento! Siendo así, más me valía llegar con pompis rasuradas que salir con pompis tasajeadas.

-Oiga y ¿Qué onda con la anestesia? –Va a ser local –¿No me pueden dormir completo? –No, para nada, no es necesario. En todo caso te pondríamos raquea. –¿Y eso qué es? -Es una inyección que va en la parte baja de la espalda, justo entre dos vértebras y te duerme de la cintura para abajo, pero no tiene caso. Genera mareos, es más dolorosa, etcétera. Mejor te ponemos local. –Me sentí aliviado de saber que sería anestesia local después de saber en lo que consistía la otra opción.

Le comenté a mi novia sobre lo que me dijo le Doctor, sobre la anestesia, sobre el procedimiento, día y hora de la operación y le pedí ayuda con la rasurada, a lo que me respondió que sí, pero que aprovechando la experiencia que su mamá había adquirido como enfermera hace casi treinta años, lo harían entre las dos.

Y ahí estaba yo la noche antes de la operación. Con mi futura esposa y mi futura suegra sentadas a un lado mío, que estaba boca abajo con rabo al aire. Después de carcajadas, comentarios como “Estás bien peludo”, “Trae mejor la podadora”, “No sabía que eras de barba partida” y demás cosas que ya veía venir, sentí el toque suave fresco de la espuma para rasurar y luego el rastrillo que al principio se deslizaba con dificultad, poca precisión y lentitud.

Poco después, tras el fallido intento de Aída y con un relevo, su mamá resultó más diestra con el rastrillo… Seguramente era gracias a su experiencia previa en hospitales y a haberse acostumbrado a contener la risa por tener a su futuro yerno en tan “poco decorosa” situación. Ahora el rastrillo se deslizaba con mayor decisión y contundencia y unos minutos más tarde escuché: “Hicimos lo que pudimos”.

Cuando la mitad de mi trasero quedó suavecito como el de un bebé, supe que estaba todo listo para el día de siguiente… Me miré al espejo antes de ir a dormir y me fui a acostar sin que los nervios se manifestaran todavía…

Continuará...

- el güey de junto -

martes, 4 de noviembre de 2008

Submarinos

Sin intenciones de causar lástima ni de sonar repetitivo, (aunque el resto de mis textos induce a creer lo contrario) el contexto de esta crónica se ubica alrededor de mis quince años, cuando vivía en una total austeridad económica, ya que fueron los primeros meses después de que mis papás se mudaron a otro estado y yo me quedé viviendo en Cuernavaca a expensas del raquítico sueldo de mi primer empleo y una módica ayuda económica semanal por parte de mis papás.

Invariabilidad… Monotonía… Palabras así describirían mi dieta diaria de aquel entonces (y unos tres o cuatro años después), ya que el pequeño margen de maniobra económica y escaso tiempo disponible para cocinar requerían de sintetizar el día a día en fórmulas que sólo se alteraban sustituyendo eventualmente algún “ingrediente”…

Todos los días al levantarme, un plato del mismo cereal barato. Todas las mañanas en el bachiller unos Submarinos Marinela y agua del bebedero. Todas las tardes en el trabajabo, pollo Kentucky, puré de papas y ensalada traído a domicilio. Todos los días a media jornada una bolsa de Cheetos. Todas las noches una sopa instantánea.

Lo estricto de mi dieta iba en proporción a la exactitud con la que Marinela, Kentucky y Sabritas dosificaban sus productos y aunque el cereal era servido por mí, siempre lo hacía procurando llegar a la misma marca del plato. Esas dosis estaban calculadas cuidadosamente para llegar aunque fuera de panzazo a mi nivel de saciedad y era por eso que la idea de reducir alguna cantidad implicaba quedarme con hambre el resto del día.

Una mañana a la hora del descanso en el cual tenía lugar mi ritual de comerme mis Submarinos, abrí con ansias la bolsita de plástico que contenía mi ración. Mi amigo Hugo que me acompañaba en ese momento me dijo angustiado que no traía dinero ni algo para comer. Se le quedó viendo a mis submarinos cual niño pobre que no ha comido en días y ve tras una ventana a unos niños malcriados comiendo una pizza y sin dejar de verlos fijamente me dijo: -¿Me das uno? –Me sentí mal tras sentir mi primer impulso de negarle una parte importante de lo único que tendría para comer de ahí a la tarde, sin embargo la cara que tenía, el tono en el que lo preguntó y sobre todo la amistad que había entre nosotros me arrancó un gesto de generosidad y solidaridad. –Claro, agarra. –Hugo tomó un submarino, se lo acercó a la boca, lo detuvo frente a él, me volteó a ver y ante mi atónita mirada lo dejó caer e inmediatamente después lo pisó. –¡Qué te pasa güey! -¿De qué? -¿¡Cómo que qué!? Ves que casi no traigo para comer y tiras mi pinche submarino. –No, tú me lo regalaste y yo puedo hacer lo que yo quiera con él. –¡Ya ni la friegas, cabrón! –Era broma güey, no te enojes… Ven te invito unos tacos… Eso si es un desayuno, no que tus pinches submarinos…

-Al menos el coraje me valió un rico desayuno y afortunadamente el susto no me causó diarrea, porque con lo caros que están, hubiera sido una pena haber tirado esos tacos antes de tiempo…

- el güey de junto -

jueves, 16 de octubre de 2008

Oda al ocio

¡Qué rollo carnales!

Estaba metido bien denso en el rollo de la ociosidad... Tanto, que ni un buen churro de la buena me hizo distraerme, aunque de haberlo hecho, no habría hecho mi recién magnífico descubrimiento... He he he...

Me da mucha pena con la raza el no haberlo hecho antes, ya que al menos así, el fruto de mi ocioso descubrimiento hubiera servido más tiempo, pero pues... Ya ni llorar es bueno... he he he...

Iba caminando cuando pasé por un pasillo en el cual colgaba un calendario del dos mil tres con imágenes bien chidas de la capilla Sixtina... Lo empecé a hojear... Le di una fumada al churro... Seguí hojeando... Le di otra fumada... Entonces cedí ante el ocio que me hizo preguntarme por la fecha de hoy y cuando unas neuronas se pusieron en plan camarada y apoyaron a la causa dije: "Jueves dieciséis"... ¡Y cuál va siendo mi sorpresa cuando descubro que en el calendario que venía hojeando coincidía con Octubre, Jueves, dieciséis!

Así que raza, ya saben cómo está el rollo... ¡A quitarle las telarañas a sus calendarios del dos mil tres pa usarlos de aquí a fin de año!... He he he he...

♠ Hommo Cannabis ♠

lunes, 13 de octubre de 2008

Ojos que no ven...

Cuatro compañeros de la oficina tuvimos que asistir a una reunión del trabajo que por cuestiones de logística tuvo lugar en la fábrica de la empresa, ubicada en el municipio de Los Ramones, un pueblo pequeño ubicado a casi noventa kilómetros de Monterrey.

Cuando llegó la hora de la comida suspendimos temporalmente la reunión para salir a comer, así que los cuatro decidimos ir a comer a un establecimiento que vendía tacos tras escuchar un par de comentarios positivos sobre el lugar... Y que posiblemente era el único lugar abierto ese día a esa hora.

Lupita y Juan Pablo se adelantaron con alguien que los llevaría al lugar, mientras que Víctor y yo los tuvimos qué alcanzar en mi carro siguiendo sencillas instrucciones de cómo llegar. Cuando llegamos, vimos que el establecimiento era una especie de local rodante que ostentaba algunas décadas de uso.

Para cuando Víctor y yo nos terminamos de acomodar nuestro banquito, Lupita ya le estaba poniendo salsa a sus tacos y Juan Pablo dándole los primeros tragos a su refresco, así que para no atrasarnos de más, Víctor y yo tratamos de pedir nuestras órdenes al instante. -¿De qué son los tacos? –El señor que atendía a quien fácilmente le calculé más de setenta años no contestó… -¿De qué son los tacos? –Pregunté más fuerte, a lo que con ronca y cansada voz: –De pollo y picadillo. –Bueno, me da tres y tres, por favor. –Para mí igual –Pidió Víctor también.

El señor, que se movía con la lentitud típica de la gente de su edad, tomaba con toda la mano el jitomate o la cebolla y con un cuchillo que limpió con un trapo que no se veía muy limpio que digamos empezó a picar apoyándose sobre una tabla soportada sobre dos ménsulas de metal que alguna vez estuvieron pintadas de blanco. Yo prestaba atención mientras veía cómo la altura de la tabla que le quedaba muy arriba y cerca del pecho sumada a la falta de precisión de sus manos le hacía apachurrar el jitomate antes de partirlo, pero no me importó… “Al fin que lo voy a masticar”, pensé.

Cuando el señor sacó los tacos del aceite los distribuyó sobre dos platos que “limpió” con el mismo trapo que usó con el cuchillo. Acomodó cuidadosamente los seis tacos de cada plato y cuando les empezaba a esparcir el tomate y ante nuestra mirada, el señor empezó a toser de manera aparatosa sobre los tacos, sobre sus manos y por poco y sobre nosotros. Mis compañeros y yo nos mirábamos atónitos sin que nadie atinara a hacer o decir nada. Después mientras el señor les ponía la cebolla y el repollo (así le llaman aquí en el norte a la col) de nuevo sufrió otro ataque de tos que pasó sin hacer un intento por taparse la boca o toser en otra dirección. Yo sin ser quien tosía, por el puro sonido sabía que al toser se le removían todas las flemas y demás fluidos corporales de su garganta.

El señor con toda naturalidad nos entregó nuestros platos como si no lo hubiéramos visto, escuchado y casi sentido toser… O más bien como si toserle a la comida de los clientes haciendo alarde de congestión bronquial fuera algo de lo más normal. El señor se estaba dando la vuelta cuando de pronto se detuvo, volvió hacia nosotros y preguntó: -¿Qué quieren de tomar? –Refresco de naranja. –Uno de toronja… -Namás hay Coca… -Nos dijo. –Pues Coca. –Dijimos encogidos de hombros.

Todavía con restos de cebolla, jitomate, pollo y la brisa de su tos en las manos, destapó nuestras botellas tomándolas muy cerca de la corcholata para colocarlas frente a nuestros platos. El cuello de mi botella tenía un pedacito de pollo… O de algo así, por lo que pedí inmediatamente un popote. –No hay… -¿Y servilletas? –Tampoco… -Quité el pedazo con las manos, terminé de limpiar la botella con mi playera y traté de comer sin pensar en todo lo que vi o lo que escuché. Hice acopio de toda la paciencia posible para no devolverle los tacos, el refresco y quedarme con hambre y la impotencia de estar a pocos minutos de que terminara la hora de comer, así que decidí comer y tomar mi refresco mientras disfrutaba del hermoso paisaje desértico norestense de Los Ramones… Total… Ojos que noven… Estómago que no se enferma. ¿O cómo iba ese refrán?

- el güey de junto -

lunes, 6 de octubre de 2008

Primera vez ( 3 )

Continua de aquí...

… Me imaginaba saliendo a escondidas del lugar antes de que él me viera, pero era tarde. Me miró con gesto adusto y me hizo señas para que me acercara a él…

“Ahorita regreso” dije a mis compañeros de farra mientras me levantaba de mi silla. Caminé con dirección a la mesa donde se encontraba mi actual maestro de historia de la preparatoria tomándose unas cubas con otros tres tipos… Me acerqué hasta llegar a un par de metros de él, quien a su vez, con ojos entrecerrados y un gesto que no le conocía, me hizo señas para que me acercara más. Señas que repitió Incluso cuando estaba a metro y medio y después a un metro de él. Fue cuando ya estábamos a una distancia un poco incómoda y yo inclinado hacia él cuando pude percibir el fuerte vapor etílico que se filtraba entre sus dientes mientras me dijo: “Tú no me viste aquí”… A lo que yo respondí asintiendo con la cabeza. Entonces él me puso la mano en la espalda y en una actitud propia de un borracho necio y con tintes de déjà vu me repitió: “Tú no me viste aquí… Si sueltas la sopa, cjjjj” dijo, acompañando la onomatopeya con un movimiento de su dedo índice que se deslizó de costado atravesando su cuello de lado a lado. –No se preocupe, yo no vi nada. –Y me levanté viendo cómo mi ilustre maestro que siempre se dio baños de pureza ahora apenas podía articular palabras y pese a que ya me empezaba a retirar seguía diciendo “Tú no me viste aquí”, sólo que ya no lo podía escuchar… Sólo le leía los labios.

Regresé a la mesa después de hacer escala en el baño e instantes después llegó la chica de rosa que se sentó entre Alberto y yo. Iniciaron una charla en la cual el Guillermo y yo participábamos muy esporádicamente, pues por alguna razón no se me ocurría nada interesante qué decir y Guillermo ya estaba demasiado tomado como para poder articular palabras a la velocidad a la que Alberto y nuestra acompañante lo hacían. Hablaron de la clase de cosas que generalmente se hablan con una chica de variedad, pues empezaron desde el “Yo lo hago para dar un mejor futuro a mis hijos” hasta el “Estoy ahorrando para poner una papelería”, sólo que a diferencia de lo que ocurría en muchas otras mesas, Alberto no le propuso matrimonio ni le ofreció sacarla de trabajar. Él era un viejo lobo de mar, ella lo sabía y se limitaron a disfrutar de los tragos y esporádicas caricias en las piernas.

Cuando llegó la hora de irnos y sugerí a Alberto que alguien menos alcoholizado debía manejar de regreso, tras lo cual de inmediato Guillermo se aferró a la idea de que podía manejar en cualquier estado y aludió a haberlo hecho muchísimas veces. Balbuceando Guillermo dijo: –Alberto, ¿Cómo me pides que les suelte el carro cuando precisamente me dijiste hace un par de horas que mujeres, autos y caballos no se prestan? –Resignados más por la necedad que por el argumento de película de Vicente Fernández, decidimos correr el riesgo… Alberto medio ebrio y yo completamente sobrio subimos al carro y tras ver mi cara de preocupación, Alberto me trató de tranquilizar: -No te preocupes, es tu primera vez, así que no te puede pasar nada… La suerte de principiante es my poderosa… -Y yo, pese a la carencia de fundamentos en sus palabras, decidí aceptar el hecho como cierto, aún en contra de mi lógica. Sin embargo no me tranquilicé del todo.

Tomamos carretera hacia Mixquiahuala y algo inusual sucedió. Un espeso banco de neblina redujo notablemente la visibilidad, lo que sumado al estado de Guillermo, le hacía rectificar la dirección del carro con más frecuencia que antes, como si esquivara obstáculos. La neblina nos devolvía la luz de color blanco amarillento de los faros del pequeño escarabajo hasta que empecé a distinguir destellos de luz roja y naranja que cada vez se hacían más presentes…

-¡Frena! ¡Hay algo enfrente! –Alcancé a decir con voz de alarma. Guillermo a diferencia del Capitán del Titanic, sí pudo frenar y desviarse oportunamente de la trayectoria de colisión. Al frenar a fondo y después de un sonoro rechinido nos detuvimos ante un volumen que rápidamente tomó forma de caja de trailer. Guillermo ahora con más susto que sueño, reanudó la marcha y rodeó la mole que estaba detenida con la cabina parcialmente fuera del acotamiento y cuyas luces intermitentes parecían hacer encandecer la neblina. El resto del trayecto lo hizo más despacio, con los ojos más abiertos y en silencio.

Después de dirigir a Guillermo sobre cómo llegar a mi casa, nos detuvimos sin apagar el motor. Alberto se bajo del carro para reclinar el respaldo de su asiento y dejarme bajar y después de un apretón de manos nos despedimos, entre a la casa y me fui a dormir.

-No, yo creo que me estás cuentiando. –No, es en serio güey –Le dije a Miguel Ángel. –Chale, pinche niño, ya te imagino ahí de calenturiento con la teibolera… No, se me hace que sí es puro cuento… -Oh, que la… -Y así terminó la narración de mi anécdota que fácilmente se podría camuflagear entre el repertorio de experiencias ficticias de cualquier otro exquinceañero, a las cuales de ahí en adelante tendría que darles el beneficio de la duda no importando lo hilarante o increíble de las mismas. Si me pasó a mí, ¿Por qué no habría de pasarle a alguien más?

- el güey de junto -

domingo, 5 de octubre de 2008

Primera vez ( 2 )

Continúa de aquí...

Entonces nos dejaron pasar bajo ese misterioso y casi lujurioso velo de luz roja que por primera vez no vi desde lo lejos. Ahora por primera vez me bañaba de esa luz que vaticinaba nuevas experiencias...

Entramos y me desilusioné un poco por no ver inmediatamente a alguna mujer desnuda y llevando una charola con bebidas como en las películas. Sólo vi parejas en una pista de baile de las cuales sólo unas pocas eran conformadas por una mujer ligeramente atractiva, porque el resto más bien me recordaba a una feria de pueblo donde la señora de las tortillas bailaba con el chofer o a la señora cuarentona que atendía el mostrador de la tienda (y que más bien rayaba en los cincuenta) bailaba con el compadre del vecino.

Atravesamos gran parte del lugar y nos sentamos en una mesa y de inmediato Alberto, el líder de la manada y quien pagaría la cuenta de nuestro consumo, pidió una botella de Whiskey acompañada con varias botellas de agua mineral. Tras recibir y abrir la botella me descubrió volteando hacia todos lados y me preguntó: -¿Es la primera vez que vienes a un putero, verdad? –Sí. –Respondí con cierta reserva, pero sin mostrar pena. –Está bien, para que vayas conociendo… -En ese momento todas las parejas en la pista de baile, sin excepción, pasaron a sentarse a su lugar.

Tras una pintoresca presentación narrada por el encargado de luz y sonido del lugar, salió la chica de la variedad, la cual por comentarios que escuchamos, supimos que era “La especial” de ahí… La “Mera mera” de la Camorra… Afortunadamente era bastante más atractiva que el resto de las mujeres que había visto en el lugar y en medio de un ritual de coquetería, comenzó su baile.

La chica, de estatura regular, cuerpo estético y cabello lacio pintado de rubio claro, tenía un pequeño y entallado vestido de color rosa que frotaba con sus manos levantándolo poco a poco de la parte de abajo y conforme la música continuaba iba haciendo ademanes que delataban que se lo quitaría. Yo para entonces cruzaba la pierna para disimular la tienda de campaña que se alzaba bajo mi pantalón…

Como parte de la variedad, la chica iba interactuando con los clientes, lo cual era facilitado por el hecho de que la pista de baile estaba a nivel del piso. Noté que el tiempo que dedicaba a “seducir” a los presentes era directamente proporcional al consumo que se reflejaba por la cantidad de botellas bebidas o bien, por la calidad de las mismas. También pude notar su habilidad para identificar al individuo clave de cada mesa, pues dedicaba toda su atención al que venía mejor vestido o que daba alguna señal de poder económico…

Seguían pasando las canciones y el vestido terminó de escurrir por sus muslos para dejar ver un diminuto traje de baño de color blanco en dos piezas. Yo estaba muy emocionado por estar viviendo mi primera experiencia en un lugar así y tal vez gran parte de esa emoción venía de la clandestinidad… Del contraste entre mi edad y la del resto de los clientes que visiblemente tenían mucha más primaveras vividas que yo.

Cuando la música dejó de tener aires bailables y empezó a tornarse más y más sensual, la pieza de arriba del traje de baño cayó al suelo entre alaridos y chiflidos… Yo estaba tan concentrado en el espectáculo que pasé por alto lo vulgares de los comentarios y piropos que le gritaban... Veía embelesado cómo la luz ahora violeta de la pista de baile le daba un toque etéreo e inmaculado a la piel de la dama que ahora ya se encontraba dedicando sus encantos a las mesas de las botellas más caras… Tres mesas después, la chica regresó a la pista y después de un par de movimientos coreográficos que la dejaron gentilmente recostada en el duro suelo de azulejo, terminó de desvestirse por completo.

Mi respiración se agitó cuando sentí que se dirigía a nuestra mesa y yo, a pesar de estar viendo fijamente su vello púbico, su pecho y el contraste del entorno oscuro con su piel lechosa, pude percibir cómo sus ojos escudriñaban la mesa. Era interesante ver cómo toda una artista de la seducción, tenía la capacidad de conservar esa mirada seductora y al mismo tiempo tener a su cerebro haciendo apresuradas cuentas para determinar qué tan redituable sería dedicarnos tiempo.

Caminó sigilosamente alrededor de la mesa rozando nuestras espaldas, cabello y orejas con sus uñas… Guillermo sólo la seguía con la mirada, mientras que el Alberto seguía tomando Whiskey con gesto de Don Juan mirando al infinito. Yo en cambio, estaba siguiéndola con la mirada, el pensamiento y con la cabeza al grado de casi torcerme el cuello a pesar de su indiferencia hacia mí.

Cuando la chica estaba a punto de empezar el toqueteo con Alberto que denotaba rápidamente ser el más adinerado, él la detuvo y le dijo mientras me señalaba: -No, conmigo no. Quiero que vayas con mi sobrino. Hoy cumple dieciocho años y lo trajimos aquí para festejarlo… -Entonces súbitamente su indiferencia hacia mí se transformó en un ritual de cortejo: Empezó a caminar alrededor de mi silla acariciando mis hombros, mi cuello y mi cabeza hasta que se detuvo enfrente de mí, se sentó a horcajadas sobre mis piernas viéndome a la cara, tomó mis manos y con ellas empezó a frotar sus piernas, su cadera, su cintura y su pecho mientras me decía. “Hola sobrino, feliz cumpleaños… No seas tímido, no te voy a comer”…

Y entonces todo se nubló…

No precisamente porque me fuera a desmayar, sino porque perdí visibilidad cuando ella pegó su pecho contra mi cara mientras ponía mis manos en su cadera y luego en su trasero mientras me guiaba a acariciarla con movimientos circulares… Yo sólo escuchaba chiflidos, gritos, carcajadas y música, pero no entendía ninguno de aquellos sonidos que estaban mezclados como en una especie de plasta acústica... Incluso no entendía las señales que recibía mi cerebro por medio del tacto, pues no podía concentrarme en la textura que sentían mis manos, en la suavidad y temperatura que percibía mi rostro, en lo que captaba mi olfato…

No se cuánto tiempo pasé inmerso en esa suavidad, oscuridad y bullicio… Pudieron ser veinte segundos o tal vez tres minutos… Lo que sí sé es que cuando se levantó de mis piernas me dejó con la mente en blanco... Como si al despegarse de mí, el aire frío hubiera me hubiera dado una bofetada en el rostro causándome un shock. Cuando recuperé la conciencia, ella estaba saliendo de la pista de baile hacia los vestidores.

Empezamos a platicar los tres en la mesa. Hablamos sobre la vida de las bailarinas, de las sexo-servidoras y demás variantes… Hablamos también sobre a lo que nos dedicábamos cada uno de nosotros y festejamos la coincidencia que descubrimos al saber que Alberto tenía treinta y seis, Guillermo veintiséis y yo dieciséis. De pronto me enteré que Alberto ya había hecho arreglos para que la estrella de la variedad viniera a tomarse unos tragos en nuestra mesa.

En ese momento mientras gozaba de mi experiencia clandestina vi a alguien que me pareció conocido… ¿Acaso era él? ¿Era posible?... ¡Sí, era él!... Parecía que todo estaba por perder su toque de crimen perfecto… Me imaginaba saliendo a escondidas del lugar antes de que él me viera, pero era tarde. Me miró con gesto adusto y me hizo señas para que me acercara a él…

Continuará...

- el güey de junto -

martes, 30 de septiembre de 2008

Primera vez ( 1 )

El primer beso, el primer día de clases, la primera vez que uno se va de pinta, la primera vez que uno come tacos y huye sin pagarlos… Todas esas primeras veces son sucesos que permanecen en nuestra memoria por muchísimos años. Especialmente si son hechos formidables que cambian nuestra vida o nuestra perspectiva… O también si se trata de situaciones con tintes de clandestinidad…

A los dieciséis años, es bastante común alardear sobre todo lo posible y hasta lo imposible. Solemos jactarnos ante nuestros contemporáneos de haber hecho cosas que no sólo no hicimos, sino que sólo sabemos que existen por turbias referencias que muchas de las veces son realidades viejas condimentadas con exageraciones que rayan en la irrealidad e hilaridad… Pero cuando uno tiene la oportunidad de materializar aquellas cosas que cuando se platican no se creen, es cuando uno duda de todo y da por hecho de que si lo que se esá viviendo es real y posible, todo lo que hemos escuchado lo puede ser.

Por esos años, mi amigo Rafael y yo fuimos a un antro de mala muerte en Progreso de Obregón, Hidalgo (creo que se llamaba Calypso) el cual más bien era una bodega con bocinas, luces, mesas y sillas de calidad llanera, cosa que finalmente no nos inhibió para tratar de pasarla bien. Yo iba estrenando mi recién adquirida filosofía de “Cero alcohol”, así que mientras Rafael tomaba cerveza, yo tomaba refresco de toronja a cuentagotas, pues iba con un presupuesto limitado... Para variar.

Sacamos a bailar a un par de señoritas con quienes platicamos un rato hasta que ellas se tuvieron que ir y cuando Rafael y yo buscábamos a otro par de “chicas disponibles”, atravesamos la pista de baile y nos encontramos en una mesa a un conocido suyo y a otro señor que tomaban una botella de tequila. Estuvimos platicando con ellos; con Guillermo, el amigo de Rafael y Alberto, el señor que lo acompañaba. Después nos separamos para buscar a otras candidatas para bailar, platicar o lo que fuera.... Sin embargo, minutos más tarde Rafael recibió una llamada y tras colgar me dijo que iba a pasar por unas amigas. Me pidió que lo esperara para seguir la fiesta.

Me percaté de que los siguientes minutos pasaron casi en estampidaal notar que mi segundo y último trago de la noche amenazaba con terminarse. No tenía dinero para más bebidas y no había alguna otra fémina disponible para sacarla a bailar, ambos síntomas de que mi noche estaba por terminarse. Rafael seguramente no regresaría y yo tendría que regresar caminando a la casa, así que iba de salida cuando me encontré a Guillermo y a Alberto que también iban de salida.

-¿Y el Rafa? ¿Dónde anda? –No pues yo creo que ya no regresa, aunque dijo que ahorita venía. –Le dije a Guillermo. -Oye, vamos a ir a ver pelos, ¿Quieres venir?... –En ese momento, totalmente ajeno a una invitación de ese tipo en mi vida, no pude mas que aceptar… No me importó no traer dinero… Sólo pensaba en que todo eso de lo que un adolescente de mi edad hacía alarde, podría hacerse realidad… Al final de mi trance casi hipnótico, sólo les pedí que al finalizar la vuelta me hicieran favor de llevarme a mi casa.

Salimos del lugar tras el rechinido de un portón blanco rotulado con publicidad de una cerveza para caminar una cuadra hasta donde Guillermo tenía estacionado su auto. Subimos, inició la música y mis dos acompañantes proponían alternativas de lugares… Al final se optó por ir a “La camorra”, en el municipio de Tlahuelilpan que se encontraba a unos treinta minutos de Progreso.

-¿Traes identificación? –Me preguntó Alberto. –No. –Dije con naturalidad, como si esperara que ellos tuvieran qué lidiar con el hecho. -¿Y cuántos años tienes? –Dieciséis. –Híjole, vamos a ver si no nos la hacen de pedo en la entrada.

-Entramos al lugar con tanta naturalidad que ni siquiera me pidieron identificación. Sólo nos dieron la revisión de rigor para descartar que viniéramos armados de algo más que dinero y ganas… Entonces nos dejaron pasar bajo ese misterioso y casi lujurioso velo de luz roja que por primera vez no vi desde lo lejos. Ahora por primera vez me bañaba de esa luz que vaticinaba nuevas experiencias...

Continuará...

- el güey de junto -

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Patriotismo auténtico

Cuando yo iba en cuarto de primaria y mi hermana en tercero de preescolar, estudiábamos en una escuela particular en Guadalajara, Jalisco… Creo que se llamaba Colegio Columbia, el cual como en toda escuela del país, se celebraban las fiestas patrias las cuales se festejaban o representaban de acuerdo al presupuesto económico y a la imaginación disponible.

Ese año el programa consistió en un largo homenaje de una hora con veinte minutos en las cuales tras cantar el himno nacional, presenciamos representaciones teatrales muy sencillas sobre el grito de independencia, sobre un Pípila que se cubría la espalda con un pequeño pizarrón con un ábaco integrado en un costado y un Juan Escutia que se arrojó envuelto en papel crepé desde una vieja banca de madera pintada de azul tras gritar “¡Yuju!”…

Pese a lo improvisado del programa, los niños disfrutábamos con singular alegría el espectáculo y estábamos pendientes de todo; de lo que narraba la maestra de segundo año por el micrófono, de los sombreros de utilería que usaban los niños que actuaban, de los bigotes de peluche que tenía puesto el conserje y hasta de los avisos escritos en el pizarrón afuera de la dirección que tenía escritos avisos para la junta de padres de familia.

Para cuando el programa llegó a su fin, todos seguíamos acomodados por grupos tal cual lo hacíamos durante los honores a la bandera y así como cada lunes, alcanzaba a ver a los mismos niños sacándose los mocos, a los mismos hermanos empujándose y a mi hermana siendo el habitual foco de atención entre los niños de preescolar.

Mientras reflexionaba sobre lo que veía en el homenaje, sobre juguetes, sobre la tarea que no hice y las risas de mis compañeros de junto, la voz de la maestra que sonaba más fuerte de lo normal me sacó de concentración y todavía más el hecho de que la mayoría de los presentes gritaron “¡Viva!”… -Viva Hidalgo… -¡Viva!... -Viva Allende… -¡Viva!... -Viva Doña Josefa Ortiz de Domínguez… -¡Viva!... -Viva Aldama… -¡Viva!... -Viva Morelos… -¡Viva!... -Viva Vicente Guerrero… -¡Viva!... -¡Viva México! -¡Viva!... -¡Viva México! -¡Viva!... -¡Viva México! -¡Viva!...

-Y después de esa serie de gritos llegó la calma… Reinó un silencio que se apoderó del entorno, sólo hasta que mi hermana a todo pulmón y con la característica “sinvergüenza” de una niña de cinco años que no distingue un país de otro, gritó: -¡Viva China! –Y ante el desconcierto de los maestros, todos los demás niños gritamos “¡Viva!”…

Los maestros echaron a reír y mi hermanita tuvo la satisfacción de dar rienda suelta a su recién estrenado instinto que le decía que algo más debía gritarse y que si bien México era un país, China también lo era y merecía su grito.

- el güey de junto -

martes, 9 de septiembre de 2008

Amor de madre

Durante unos años de mi niñez cuando viví en Cuernavaca, era bastante frecuente que viajáramos el fin de semana a la Ciudad de México a quedarnos en casa de mi abuelita. Ahí me entretenía yo con mis primos y mi mamá salía de la rutina.

Ese día en especial, contando yo con tal vez siete años de edad insistí para que me compraran un juguete que consistía en una especie de pelota pegajosa de color azul translúcido que se podía dividir en dos, cual naranja partida. La dichosa pelota se adhería a prácticamente cualquier superficie lisa y era extremadamente entretenido aventarla contra la pared y verla bajar rodando -casi escurriendo- por la pared mientras dejaba un casi imperceptible rastro cristalino.

El fin de semana terminó y acorde a la ya cíclica letanía de domingo por la noche, cargados de maletas, algunos juguetes y mi mamá sosteniendo a mi hermana Lorena que apenas tendría unos tres años, bajamos los cinco pisos desde casa de mi abuelita para llegar a la planta baja y subir a nuestro Vocho naranja.

Cada vez que regresábamos de nuestro viaje de fin de semana, viajábamos casi dos horas en el carro para llegar hasta la planta baja del edificio donde vivíamos y de la misma forma en la que llevábamos las cosas de casa de mi abuelita hacia el Vocho, pero ahora de manera ascendente, subíamos siete pisos para llegar al ochocientos veinte del edificio veintitrés.

En esos momentos los escalones se iban haciendo gigantes. Los pasos pesados y los dedos enrojeciéndose por cargar las maletas, bolsas y mochilas y para rematar, yo con los ojos entrecerrados producto de la somnolencia que nos aquejaba a los niños de mi generación desde las once de la noche. Mi mamá me alentaba a no parar a descansar mientras seguía subiendo con su brazo dormido por ir cargando a Lorena mientras que con el otro brazo sostenía una maleta. Los últimos tres escalones se sentían como si conquistáramos el Everest.

Llegamos a la casa, acomodé mi maleta sin arrugar mi uniforme que mi mamá había planchado desde el viernes antes de salir de viaje y mientras mi mamá daba su típico rondín buscando cucarachas o alacranes, yo con ánimos renovados por la novedad, me puse a jugar con mi pelota pegajosa. La hice bajar rodando por los muebles, por el costado del librero, por la pared texturizada de yeso y para rematar, decidí aventarla fuerte contra el techo esperando que se pegara y poco a poco se fuera despegando para caer nuevamente en mi mano.

Lo desfavorable del asunto es que la dichosa pelota no cayó… Al menos no completa, ya que sólo la mitad se desprendió de su contraparte para caer sobre mi mano exponiendo su cara lisa… Esa cara lisa que me recordaba que había otra cara lisa de otra mitad pendiendo del techo.

Hice un drama pasional. Le expliqué de varias maneras a mi mamá lo vacía que sería mi vida si no tenía mi pelota completa, así que ella conmovida cual madre abnegada, tomó una silla, un paraguas y al subirse sobre la silla y extender su brazo sosteniendo el paraguas se dio cuenta de que para nuestra desgracia, por vivir en planta alta en un departamento con losa inclinada, la bola aún era inalcanzable por encontrarse en una de las zonas con más altura del techo…

Fue entonces que tomó un banco de plástico y lo puso sobre la silla. Me aleccionó sobre cómo detener el banco y con porte tembloroso llegó a la cima del banco sobre la silla. Cuando recuperó la confianza, lentamente se paró de puntas y extendió su brazo para alcanzar el pegoste con la punta del paraguas, pero en ese momento las patas del banco se abrieron y la osada estructura salvadora de pelotas pegajosas se colapsó…

Vi en cámara lenta cómo mi madre rasguñaba con la punta del paraguas la losa, descarapelando un poco del yeso. Fue perdiendo la vertical en sentido contrario al banco que también caía para finalmente rematar con un lastimero quejido al momento en el que su pierna y luego su costilla se embarraron literalmente en el respaldo de la silla. Cuando todo llegó a una momentánea quietud, sin dejar de mirar fijamente y con espanto a mi mamá, rompió el silencio con una especie de llanto mezclado con reproches que recuerdo vagamente… Algo sobre “¡Porqué no me detuviste!” y yo para justificar mi parálisis, me llevé las manos a la cabeza diciéndole que en su caída me había pegado con el paraguas en la cabeza… Cosa que no había sido verdad, pero que ayudó a que me dejara de regañar y me abrazara, como si hubiera una relación solidaria entre una madre y un hijo aquejados por el mismo dolor.

Para mi fortuna, durante la aparatosa caída de mi mamá, alcanzó a despegar aquella gelatina azul del techo devolviéndome mi alegría… Alegría que tuve que disimular mientras me sobaba un golpe inexistente en la cabeza y mi mamá se reincorporaba antes de salir de mi cuarto e ir a dormir…

Llegar cansada de un viaje el domingo en la noche, cargando maletas, hijos y encima ponerte a rescatar los estúpidos juguetes de tu hijo es hacer alarde de amor de madre.

¡Gracias!

- el güey de junto -

viernes, 5 de septiembre de 2008

Metrosexual

Salí de la regadera cerca de las siete con cincuenta de la mañana, escurrí el exceso de agua que tenía en el cuerpo y enseguida tomé mi toalla azul marino. Me sequé, salí del baño y entré a la recámara donde estaba mi esposa todavía recostada pero despierta, ya que se disponía a meterse a bañar.

Me miré al espejo y agradecí tener el cabello tan corto… Al grado en que no tenía ni siquiera qué peinarlo. Mientras me miraba al espejo, Aída me dijo con cierto tono acusativo: -Yo creo que tú eres metrosexual. –Yo un poco extrañado pero sin dejarme de mirar en el espejo le pregunté: -¿Tú crees? –Y fue cuando Aída soltó una carcajada para después decir: -¿¡Cómo crees!? Estoy jugando… ¡Si muy apenas te bañas!

-A pesar de la puñalada proferida a mi autoestima, no pude evitar sonreír festejando el sarcástico humor negro que he fomentado en mi adorada esposa.

- el güey de junto -

jueves, 4 de septiembre de 2008

Se me quitó la sed

Hace precisamente un par de días, justo después de terminarme mi yogurt para beber, mi media dona con glaseado sabor a maple y mi galleta de avena con pasitas, continué trabajando sobre mis pendientes.

Mis compañeros Juan Pablo y Lupita me ofrecieron traerme algo de la tienda, sin embargo les dije que no me apetecía nada, les di las gracias y me quedé trabajando.

A los diez minutos, llegaron con refrescos, una cara de complicidad cada uno y con una docena de tamales de carne de los cuales me ofrecieron para almorzar. -Bueno, nada más uno, porque acabo de desayunar. -Dije mientras los dos se sentaban compartiendo mi escritorio. Tomé un tamal, lo deshojé y me lo empecé a comer.

Cuando me estaba terminando el tamal, Lupita fue hacia su escritorio para contestar una llamada telefónica. En ese momento sintiendo un poco de sed, estiré el brazo para alcanzar mi botella de agua la cual estaba llena en una tercera parte, tal cual la había dejado el día anterior, pues tengo la costumbre de rellenar mi botella de agua en el despachador de agua fresca que tenemos en la oficina.

Le di un trago y bajé la botella. En ese momento Juan Pablo con gesto de asombro y con un tono de voz como el de alguien que no puede creer lo que está viendo me preguntó: -¿Te estás tomando esa agua? –A lo que yo, con gesto despreocupado aunque con cierta extrañeza le respondí: -Sí, ¿Por qué? –Y al decir eso, volteé a ver la botella de agua para descubrir una cucaracha gigante como de panadería nadando con singular alegría dentro de mi botella de agua…

Juan Pablo pasó del asombro y de la incredulidad hasta la risa en una forma escandalosa. Cuando llegó Lupita y le contamos lo sucedido tampoco lo podía creer… Yo todavía no lo podía creer… En ese momento le marqué a mi esposa a su celular, no por dudar sobre si las cucarachas estaban dentro de mi dieta, sino para preguntarle si debía comprar algún tipo de medicamento, purgante, laxante, vomitivo o pastillas de insecticida… -No, no hagas nada… Ya qué… A ver si no te da diarrea.

-Y heme ahí. Sentado, frente a la computadora con sensación de cosquillas en la garganta… Con la idea de que pude haber bebido un par de decenas de huevos de cucaracha que bien podrían ahora estar incubando en mis amígdalas… A ver cómo me va en los siguientes días. Sólo les comparto que por el día de hoy, se me quitó la sed.

- el güey de junto -

martes, 2 de septiembre de 2008

Desde chiquito

A los cinco años entré a tercero de kinder en una escuela particular de Cuernavaca. Ahí las jornadas eran divertidas, el material didáctico muy entretenido y los juegos del patio bastante llamativos. Sin embargo, lo mejor de tercero de kinder fue que ahí descubrí a mi segundo amor… La Miss Betty.

La Miss Betty es una mujer alta, esbelta, de cabellera rubia y abundante y con unos hermosos ojos claros. Nadie como ella para repartirnos equitativamente la plastilina, para apilar los palitos de paleta en montoncitos virtualmente idénticos y para motivar a dibujar sin salirnos de los contornos del dibujo. Es la clase de maestra que hace que las más tediosas planas de palitos y bolitas, de gusanos y de casas de campaña sean una fiesta por el simple hecho de saber que serán revisadas por ella.

Un día como otros, Miss Betty nos explicó en qué consistiría la tarea de ese día y nos dio una hoja tamaño carta de papel revolución para llevarla a cabo sobre ella.

Al día siguiente entregué mi tarea flamante y puntual. Las figuras recortadas cuidadosamente estaban pegadas sobre la hoja con tal meticulosidad que bien pudiera haber sido confundida con la tarea de la más ñoña niña de tercero de primaria. Yo me sentí muy orgulloso.

Pasaron los días y los juegos. Mañanas de hacer montañas rusas de plastilina o catapultas con palitos de paleta. Momentos de jugar con los cubos de madera y tantos otros construyendo alebrijes con las coloridas piezas de plástico que embonaban unas con otras…

El día en que la Miss Betty nos haría entrega de trabajos y tareas pasadas, recibí mi impecable tarea de recortes que había hecho junto con una gran anotación hecha por la maestra, la cual aunque yo no entendía, sí sentía que tenía rasgos que delataban una buena nota, un halago o una felicitación... Llegando a la casa mi mamá sacó la hoja y soltó una carcajada al leer el comentario que la maestra había puesto en mi tarea y que decía: “Juan Carlos: Te pedí que recortaras frutas y verduras… No esto…”.

El comentario de la maestra estaba escrito sobre la hoja, justo debajo de los recortes de Verónica Castro en traje de baño, de las hermosas rubias que modelaban lencería y alguna que otra imagen sensual recortada de las revistas de “Vanidades” de mi mamá. -¿Ya ves? Desde chiquito eres así… -Me dice ahora mi mamá cuando recordamos la anécdota.

- el güey de junto -

miércoles, 27 de agosto de 2008

Minimalismo gastronómico

Trabajaba yo en Cuernavaca como vendedor en una empresa que se dedicaba a los créditos personales con intenciones de ahorrar para irme a estudiar a Monterrey… Ganaba el salario mínimo como base y el resto del sueldo se componía por comisiones que debido a mi pésimo seguimiento a los clientes y baja iniciativa para buscar prospectos, generalmente oscilaba entre raquítico y nulo.

A pesar de eso, el trabajo era sumamente enriquecedor aunque no precisamente porque consistiera en calcular capacidades de pago, sellar volantes que apilaría en meticulosos montones de cien, sacar copias de recibos de nómina o vivir los tediosos minutos de seguimiento telefónico… No. La riqueza de aquel empleo manaba de las interminables pláticas que sostenía con mi jefe Ernesto que se prolongaban por horas pese a que el simple hecho de estar juntos, implicaba que no estaba cumpliendo con el plan de trabajo diario que él tenía que supervisar.

Tal vez cuatro de los cinco días de la semana laboral comíamos juntos y aunque él tenía un mejor sueldo por ser el gerente de ventas, cumplir con sus compromisos y responsabilidades le dejaban un estrecho margen de maniobra económica que se equiparaba al mío… Dicho coloquialmente: “Estaba tan fregado como yo”.

Nuestras comidas cada día hacían mayor gala de austeridad y minimalismo. Fui pasando gradualmente del sofisticado sushi con pepino y surimi que aprendí a preparar, envasado en un TupperWare, hasta el simple arroz con salsa de soya y vinagre de arroz, pasando por tortitas de papa que comía sin guarniciones. Todo esto porque conforme el tiempo de migrar a Monterrey se iba acercando, en misma medida iba ampliando el margen de ahorro, lo que reducía más y más el presupuesto para cada desayuno, cada comida y cada cena.

El clímax de nuestro precario modelo de alimentación fue alcanzado durante algunos días en los que entramos a una panadería a comprar cuatro bolillos, luego a otra tienda a comprar ocho rebanadas de mortadela y en los días menos crudos, también dos refrescos de los más económicos. Tras hacer esas compras nos íbamos a sentar a las jardineras de la presidencia municipal de Temixco donde con nuestras llaves cortábamos cada bolillo por la mitad para rellenarlo con dos rebanadas de mortadela, con lo que concluía la preparación del bocadillo.

Pese a las miradas de los transeúntes que nos miraban comer en la calle, Ernesto y yo devorábamos siempre nuestra comida con singular alegría... Incluso hoy lleno de orgullo puedo decir que jamás nos atragantamos por la falta de bebidas en los días en los que no hubo para pagar una… Eso hubiera sido cosa de principiantes o vivencias de recién llegados a las tierras de las vacas flacas… Nosotros ya éramos viejos habitantes de aquellas desoladas pero pintorescas tierras.

- el güey de junto -

martes, 19 de agosto de 2008

Licuadote nutritivo

Aquellos domingos de niñez en los que uno se encontraba motivado por el crecimiento, el desarrollo, la buena alimentación y a falta de Danoninos, era relativamente fácil que nuestros padres nos convencieran de tomar cuanto menjurje prometiera ayudar con nuestro desarrollo, con tal de crecer grandes y fuertes.

El favorito de mis papás, era el licuado de plátano con avena cuyo ingrediente secreto era… (Música de suspenso) ¡Un huevo crudo!... El cual después de agregar un poco de azúcar, un chorrito de vainilla y suficiente canela, era prácticamente imperceptible.

Viví muchos años con aquél ícono de proteínas y buena nutrición en un gran pedestal. Incluso me sentía orgulloso de que mis padres me hubieran preparado esos licuados con huevo sin los cuales seguramente el día de hoy estaría más chaparro, más enclenque, más loco y probablemente hasta más deforme del jorobado de Notre Dame.

Años más tarde me casé con Aída, que entre sus curiosidades tiene una licenciatura en nutrición. Me ha enseñado que los camarones tienen igual o más colesterol que unos chicharrones de puerco, que la papa se considera cereal y no verdura y que (¡Háganme el favor!) ¡El aguacate es una fruta!... Así como otros mitos, realidades y demás datos interesantes que me hacen ver que Aída y el brócoli se hablan de tú, y que las calabazas y el pescado a la plancha se llevan de a piquete de ombligo con ella.

Entre las pláticas rubricadas con “Y mis papás, cuando yo era chiquito…”, descubrimos que ambos tomábamos esos ostentosos licuados con huevo crudo, sólo que mientras yo se lo platicaba con orgullo, ella lo hacía con cara de fuchi… Cosa que me extrañaba, pues dentro de todo, ella mejor que nadie por ser nutrióloga, debería admitir que aunque no le gustaban, constituyeron una poderosa fuente de proteína básica para nuestro desarrollo… O al menos eso pensaba…

-¿Sabías que el huevo y la carne cruda no te sirven de nada? –Dijo Aída, lo cual en principio no entendí… Ante mi desconcierto, ella afirmó: –¡En serio! Sin cocinarse, los huevos y la carne no te sirven como fuente de proteína… -Y después de explicármelo con términos científicos, bioquímicos, bromatológicos, musicales y un par de actuaciones acompañadas de curiosas onomatopeyas, me hizo entender que todos esos licuados habían sido innecesariamente espesos… Por decir lo menos…

Todavía recuerdo a mi mamá que orgullosa se jactaba de que la consistencia del licuado se asemejaba al concreto y que eso me motivaba a tomármelo pese a la amenaza de que se solidificara en mi garganta ahogándome de manera fulminante. –Te lavaron el coco. –Me dijo Aída… -Yo al menos tengo el consuelo de que nunca estuve de acuerdo con la faena del huevo en el licuado. –Y mientras Aída me decía eso, yo recordaba a mi madre haciendo ademanes de fortachón mientras me servía el licuado que se desprendía de la licuadora en espesos grumos… No cabe duda que desde niño soy altamente manipulable…

Y pensar que así como mis padres me trataron de nutrir con placebos y remedios caseros, miles de personas que van a gimnasios o se dejan persuadir por sus padres, siguen ingiriendo todo el colesterol del huevo, pero sin su preciada cantidad de proteína… Caray… De haber sabido… Al menos me queda el consuelo de que cada huevo que vertieron en la taza de la licuadora, iba cargado de amor, grandes expectativas y de sus mejores intenciones.

- el güey de junto -