lunes, 3 de diciembre de 2007

Hot Hot wheels...

No... No hay un error de sintaxis en el título ni es una alteración a la conocida línea de juguetes Mattel. Realmente hablo de "Hot Wheels" calientes. Ahora verán...

Mis primos y yo, aunque teníamos pocos Hot Wheels, teníamos un número importante de carritos "chafas". Nos aburrimos de jugar a "¡Amigo! ¡Voy a pasar por los topes, amigo!"... También de jugar a "¡No puedo controlarlo! ¡Me voy a ir por el barranco!"... Después llegó la luz... Se nos ocurrió jugar a chocar carros uno contra otro.

Los Hot wheels de metal, lejos de ser cuidados por su elevado valor económico y sentimental, eran los auténticos caballos de batalla por lo pesado del metal. Chocar contra un Hot Wheels usando un cochecito corriente era una derrota segura.

Cuando los choques nos aburrieron... Bueno... Corrijo: Cuando los choques dejaron inservible nuestra colección de carritos, nuestro espíritu piromaniaco nos empezó a ofrecer interminables horas de diversión. Pasábamos carros a toda velocidad sobre papel prendido pegado al azulejo del piso del balcón o en el cemento de la azotea. Después les metíamos cerillos en las ventanas y los prendíamos bajo los tanques de gas estacionarios del edificio (pues el tanque de gas rompía las corrientes de aire y así no se apagaba el fuego). y cuando no sabíamos cómo dar más rienda a nuestro apetito pirotécnico, mi primo Jorge y yo decidimos entrar a las grandes ligas: Incinerar carritos de plástico usando alcohol.

El plan era simple y puse manos a la obra. Fui a la cocina y tomé un trastecito con forma de taza de acero inoxidable en el que mi abuelita colaba el aceite para reciclarlo en otra comida. Ahora sólo tenía que escabullirme en la recámara de mi abuelita mientras ella con la luz apagada veía su novela, luego entrar a su baño, abrir el botiquín y sacar el alcohol. Así lo hice y después saqué el alcohol sin ser descubierto metiendo la taza helada de acero adentro de mis pantalones y sujetándolo con el elástico de los mismos. Abulté mi sudadera por el frente para que no se notara la increíble protuberancia bajo la ropa y salí sigiloso... Con la gracia de un hipopótamo como los de la película de Fantasía de Disney y llegué al balcón con mi primo.

Un chorrito de alcohol sobre el auto con forma de tiburón... Cerillo... -¡Frup! -Envuelto en una gran llama azul... Y la misma suerte para el Jeep, para el Ferrari amarillo (el rojo era sagrado), la patrulla, el trailer y cuando el segundo jeep estaba ardiendo vimos que la flama era muy pequeña para nuestras expectativas vandálicas, así que mientras yo pensaba cómo avivar el fuego, mi primo Jorge vació el alcohol sobre la flama. El fuego trepó sobre el chorro e incendió la taza de acero que mi primo Jorge dejó caer. Lo más inteligente hubiera sido dejar que se apagara la taza sola, pero ¡No! ¡No podíamos desperdiciar el preciado combustible! Y como si mi lógica se encontrara desconectada o ausente, me puse a retacar la taza ardiendo con carritos para que se chamuscaran dentro. Grave error...

Cuando terminó la orgía de ejes de metal y plástico de colores derretido, descubrimos que no podíamos sacar los restos de la taza. -¿Qué vamos a hacer?... -Yo no sabía qué contestarle a mi primo. ¡Si mi abuelita veía así su preciosa taza nos iban a colgar del tendedero más áspero! Lo único que se me ocurrió fue tomar el cacharro y aventarlo hacia atrás del edificio con todas mis fuerzas. Escuchamos silencio y cuatro segundos y cinco pisos después, un ruido como de lata vieja. Iba a hacer lo mismo con la tapita cuando mi primo me la arrebató. -¡Esa me toca a mi! -Y hasta la fecha no se en qué estaba pensando Jorge, que aventó la tapa hacia la calle de enfrente. Como si creyera que con una fuerza sobrehumana pudiera lanzar la tapa por encima del edificio de la acera de enfrente. Yo sólo vi cómo la tapa iba bajando... Golpeó un vidrio de un apartamento y cayó rayando el cofre de un carro, además de haber activado su escandalosa alarma.

Entramos corriendo. Al día siguiente los cerillos y los azulejos ahumados delataron nuestras actividades flamígeras que fueron reprendidas con sermones y coscorrones, sin embargo pasaron años antes que mi abuelita se enterara que su trastecito que tanto echó de menos al preparar milanesas empanizadas acabó en una banqueta... A unos 50 metros de la reja del bosque de Chapultepec.

- el güey de junto -

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