Cuando mi primo se hizo novio de Andrea, nuestras salidas cambiaron. Ahora él sufría del punchis punchis (o tal vez en el fondo no le disgustaba tanto como a mí) mientras yo hacía mis propios planes. Llegábamos juntos al centro de Cuernavaca en el mismo taxi, pagábamos $12.50 por cabeza, nos separábamos, cada uno se iba por su lado y a cierta hora nos reuníamos para regresar en otro taxi a la casa. Ese día el plan era el mismo. Yo fui al bar de siempre a echar el palomazo con el grupo en turno y faltando diez para las dos salí hacia la banca del lado norte de la fuente donde me quedé de ver con mi primo. Pasaron cinco minutos de las dos y no había señales de Oswaldo. Yo me entretenía viendo pasar a los ebrios que iban a sus casas, a casas de los amigos, a un table dance o a una banqueta sombría para vomitar con menos público.
-¿Me puedo sentar? -Claro. Le respondí al señor... Resultado del escaneo: Traje elegante, pero pasado de moda. Cabello canoso y tal vez con entre 45 y 55 primaveras a cuestas. Modales finos y refinados... -¿Qué tal? ¿Estás tomando? -Ya me terminé mi última cerveza, gracias. -Ah, qué bien... ¿Vienes seguido? Respondí "más o menos" mientras empezaba a tener la impresión de que había algo curioso en el asunto. Las demás bancas estaban vacías y esa plática de elevador no parecía llevar a ningún lugar... Bueno, eso pensé... -Y... ¿Has hecho el amor con un hombre?... Mi yo psíquico se levantó de la banca y corrió aterrado, mientras que mi yo físico sólo pudo quedarse sentado en la banca aparentando serenidad. -No, la verdad es que no me llama la atención. Dije esto tratando de mostrarme en control, como si me hubiera preguntado la hora. -Qué bueno, nunca hagas el amor con un hombre... Dijo esto en lo que pareció un intento por aclarar la insinuación y mostrarla como un malentendido, aunque más bien sonó como línea de canción sobre despecho de Paquita la del barrio.
Pensé que eso era todo y que significaba un desistimiento en sus intenciones ligadoras, hasta que el breve silencio que reinaba, súbitamente fue interrumpido con otra pregunta aún más directa. -¿No se te antoja recibir sexo oral de otro hombre? A estas alturas ya me sentía francamente incómodo, pero también convencido de que tenía la capacidad de manejarlo sin llegar a mostrar pánico o alguna reacción irracional de agresión ante una situación que nunca había manejado. Nuevamente haciendo acopio de control y paciencia, sólo pude dar otra evasiva similar a la anterior. -En serio. Mira: ¿Quién mejor que un hombre para darle placer a otro hombre? Nosotros conocemos nuestros cuerpos y... -No, gracias... -Si quieres puedo ayudarte con un dinero, tu nada más tienes que dejar que te de sexo oral, nada más, en serio y... -NO, GRACIAS... Dije, ya con menos paciencia y esta vez sin esa mirada evasiva que no lograba disimular mi incomodidad. Esta vez lo estaba mirando a los ojos, tal vez con cara de enojo, o miedo, o de shock... Qué se yo... Pero de una forma que supongo me confirió cierta determinación. -Bueno, no hay problema, tú te lo pierdes...
El señor se paró con cierta impresión de prisa y se fue caminando a paso acelerado con rumbo errático. Percibí cómo fui recuperando el color y me sentí orgulloso de mi tolerancia ante tan inquietantes proposiciones, aunque honestamente fue una experiencia que me impresionó bastante. Me sentí como señorita con minifalda esperando el camión frente a una construcción poblada con un par de albañiles procaces... -¡Qué onda! ¿Por qué esa cara? -¡Cabrón! ¿Por qué te tardaste tanto? ¡Casi me propone matrimonio un ruco y tú en tu pedo echando desmadre! -Bájale, nada más llegué veinte minutos tarde... Y hasta después de que le conté todo a Oswaldo, entendió porqué esa veintena de minutos me pareció una eternidad... Y cuando uno está una eternidad sentado en una fría banca pública, se llega a dormir el trasero...
- el güey de junto -