Hace unos años, en Cuernavaca, mi primo Oswaldo y yo acostumbrábamos salir a algún bar con música en vivo o simplemente a pasar el rato en la mítica y antes divertida "Plazuela del Zacate". La plazuela y los bares cercanos eran un refugio para quienes además de escaso presupuesto, no gustamos de la monotonía del punchis punchis ni de los plastificados éxitos de moda empalmados con un beat bailable, así que cada 7 o 14 días acudíamos con la esperanza de lograr un encuentro agradable con alguna chica bohemia que pudiéramos conocer.
Cuando mi primo se hizo novio de Andrea, nuestras salidas cambiaron. Ahora él sufría del punchis punchis (o tal vez en el fondo no le disgustaba tanto como a mí) mientras yo hacía mis propios planes. Llegábamos juntos al centro de Cuernavaca en el mismo taxi, pagábamos $12.50 por cabeza, nos separábamos, cada uno se iba por su lado y a cierta hora nos reuníamos para regresar en otro taxi a la casa. Ese día el plan era el mismo. Yo fui al bar de siempre a echar el palomazo con el grupo en turno y faltando diez para las dos salí hacia la banca del lado norte de la fuente donde me quedé de ver con mi primo. Pasaron cinco minutos de las dos y no había señales de Oswaldo. Yo me entretenía viendo pasar a los ebrios que iban a sus casas, a casas de los amigos, a un table dance o a una banqueta sombría para vomitar con menos público.
-¿Me puedo sentar? -Claro. Le respondí al señor... Resultado del escaneo: Traje elegante, pero pasado de moda. Cabello canoso y tal vez con entre 45 y 55 primaveras a cuestas. Modales finos y refinados... -¿Qué tal? ¿Estás tomando? -Ya me terminé mi última cerveza, gracias. -Ah, qué bien... ¿Vienes seguido? Respondí "más o menos" mientras empezaba a tener la impresión de que había algo curioso en el asunto. Las demás bancas estaban vacías y esa plática de elevador no parecía llevar a ningún lugar... Bueno, eso pensé... -Y... ¿Has hecho el amor con un hombre?... Mi yo psíquico se levantó de la banca y corrió aterrado, mientras que mi yo físico sólo pudo quedarse sentado en la banca aparentando serenidad. -No, la verdad es que no me llama la atención. Dije esto tratando de mostrarme en control, como si me hubiera preguntado la hora. -Qué bueno, nunca hagas el amor con un hombre... Dijo esto en lo que pareció un intento por aclarar la insinuación y mostrarla como un malentendido, aunque más bien sonó como línea de canción sobre despecho de Paquita la del barrio.
Pensé que eso era todo y que significaba un desistimiento en sus intenciones ligadoras, hasta que el breve silencio que reinaba, súbitamente fue interrumpido con otra pregunta aún más directa. -¿No se te antoja recibir sexo oral de otro hombre? A estas alturas ya me sentía francamente incómodo, pero también convencido de que tenía la capacidad de manejarlo sin llegar a mostrar pánico o alguna reacción irracional de agresión ante una situación que nunca había manejado. Nuevamente haciendo acopio de control y paciencia, sólo pude dar otra evasiva similar a la anterior. -En serio. Mira: ¿Quién mejor que un hombre para darle placer a otro hombre? Nosotros conocemos nuestros cuerpos y... -No, gracias... -Si quieres puedo ayudarte con un dinero, tu nada más tienes que dejar que te de sexo oral, nada más, en serio y... -NO, GRACIAS... Dije, ya con menos paciencia y esta vez sin esa mirada evasiva que no lograba disimular mi incomodidad. Esta vez lo estaba mirando a los ojos, tal vez con cara de enojo, o miedo, o de shock... Qué se yo... Pero de una forma que supongo me confirió cierta determinación. -Bueno, no hay problema, tú te lo pierdes...
El señor se paró con cierta impresión de prisa y se fue caminando a paso acelerado con rumbo errático. Percibí cómo fui recuperando el color y me sentí orgulloso de mi tolerancia ante tan inquietantes proposiciones, aunque honestamente fue una experiencia que me impresionó bastante. Me sentí como señorita con minifalda esperando el camión frente a una construcción poblada con un par de albañiles procaces... -¡Qué onda! ¿Por qué esa cara? -¡Cabrón! ¿Por qué te tardaste tanto? ¡Casi me propone matrimonio un ruco y tú en tu pedo echando desmadre! -Bájale, nada más llegué veinte minutos tarde... Y hasta después de que le conté todo a Oswaldo, entendió porqué esa veintena de minutos me pareció una eternidad... Y cuando uno está una eternidad sentado en una fría banca pública, se llega a dormir el trasero...
- el güey de junto -
Cuando mi primo se hizo novio de Andrea, nuestras salidas cambiaron. Ahora él sufría del punchis punchis (o tal vez en el fondo no le disgustaba tanto como a mí) mientras yo hacía mis propios planes. Llegábamos juntos al centro de Cuernavaca en el mismo taxi, pagábamos $12.50 por cabeza, nos separábamos, cada uno se iba por su lado y a cierta hora nos reuníamos para regresar en otro taxi a la casa. Ese día el plan era el mismo. Yo fui al bar de siempre a echar el palomazo con el grupo en turno y faltando diez para las dos salí hacia la banca del lado norte de la fuente donde me quedé de ver con mi primo. Pasaron cinco minutos de las dos y no había señales de Oswaldo. Yo me entretenía viendo pasar a los ebrios que iban a sus casas, a casas de los amigos, a un table dance o a una banqueta sombría para vomitar con menos público.
-¿Me puedo sentar? -Claro. Le respondí al señor... Resultado del escaneo: Traje elegante, pero pasado de moda. Cabello canoso y tal vez con entre 45 y 55 primaveras a cuestas. Modales finos y refinados... -¿Qué tal? ¿Estás tomando? -Ya me terminé mi última cerveza, gracias. -Ah, qué bien... ¿Vienes seguido? Respondí "más o menos" mientras empezaba a tener la impresión de que había algo curioso en el asunto. Las demás bancas estaban vacías y esa plática de elevador no parecía llevar a ningún lugar... Bueno, eso pensé... -Y... ¿Has hecho el amor con un hombre?... Mi yo psíquico se levantó de la banca y corrió aterrado, mientras que mi yo físico sólo pudo quedarse sentado en la banca aparentando serenidad. -No, la verdad es que no me llama la atención. Dije esto tratando de mostrarme en control, como si me hubiera preguntado la hora. -Qué bueno, nunca hagas el amor con un hombre... Dijo esto en lo que pareció un intento por aclarar la insinuación y mostrarla como un malentendido, aunque más bien sonó como línea de canción sobre despecho de Paquita la del barrio.
Pensé que eso era todo y que significaba un desistimiento en sus intenciones ligadoras, hasta que el breve silencio que reinaba, súbitamente fue interrumpido con otra pregunta aún más directa. -¿No se te antoja recibir sexo oral de otro hombre? A estas alturas ya me sentía francamente incómodo, pero también convencido de que tenía la capacidad de manejarlo sin llegar a mostrar pánico o alguna reacción irracional de agresión ante una situación que nunca había manejado. Nuevamente haciendo acopio de control y paciencia, sólo pude dar otra evasiva similar a la anterior. -En serio. Mira: ¿Quién mejor que un hombre para darle placer a otro hombre? Nosotros conocemos nuestros cuerpos y... -No, gracias... -Si quieres puedo ayudarte con un dinero, tu nada más tienes que dejar que te de sexo oral, nada más, en serio y... -NO, GRACIAS... Dije, ya con menos paciencia y esta vez sin esa mirada evasiva que no lograba disimular mi incomodidad. Esta vez lo estaba mirando a los ojos, tal vez con cara de enojo, o miedo, o de shock... Qué se yo... Pero de una forma que supongo me confirió cierta determinación. -Bueno, no hay problema, tú te lo pierdes...
El señor se paró con cierta impresión de prisa y se fue caminando a paso acelerado con rumbo errático. Percibí cómo fui recuperando el color y me sentí orgulloso de mi tolerancia ante tan inquietantes proposiciones, aunque honestamente fue una experiencia que me impresionó bastante. Me sentí como señorita con minifalda esperando el camión frente a una construcción poblada con un par de albañiles procaces... -¡Qué onda! ¿Por qué esa cara? -¡Cabrón! ¿Por qué te tardaste tanto? ¡Casi me propone matrimonio un ruco y tú en tu pedo echando desmadre! -Bájale, nada más llegué veinte minutos tarde... Y hasta después de que le conté todo a Oswaldo, entendió porqué esa veintena de minutos me pareció una eternidad... Y cuando uno está una eternidad sentado en una fría banca pública, se llega a dormir el trasero...
- el güey de junto -
2 comentarios:
tsss ke mal pex... ha de haber sido muy desagradable, en fin, es bueno ke de vez en cuando los hombres sientan acoso de otros hombres, para ke sientan lo ke las mujeres sentimos.... no es nada agradable
Dándole seguimiento a lo que Mig escribió, sí ha de ser muy desagradable porque parece cuando un hombre le insunua a otro hombre suele ser más sucio y directo, qué trauma!! ¿por qué la mente se bloqueará ante esas situaciones?, no tenías porque haberle dicho "no gracias" gracias!!! méndigo enajenado!! se merecía que le cayera un rayo
Kitty
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