Cuando estaba por iniciar el segundo semestre de la preparatoria abandoné mi faceta de "Soltero con depa" que ostenté durante meses pasados. La vida se hizo difícil y regresé a la comodidad de la vida de "Hijo de familia" aunque eso conllevó cambiar la ciudad por el pueblo. Los microbuses por las combis. Las quesadillas por... Por quesadillas más grandes.
Era el primer día en que iría a esa preparatoria y ya estaba aleccionado sobre qué combi tomar. "Agarras la que dice Xochitlán, porque si agarras la que dice Tepa te va a mandar para otro lado". Era un lunes y como todo lunes había qué llevar uniforme. Camisa blanca de manga larga, corbata azul marino, pantalón al mismo tono y flamantes zapatos negros que desentonaban un poco con mi cabello largo que pretendía gritar "¡Sí, soy rockero y qué!".
Me llevé una rara impresión cuando después de hacerle la parada a la combi, subirme y sentarme sobre una cubeta de cabeza con un cojín encima, todos los pasajeros me voltearon a ver, me sonrieron y dijeron "Buenos días" casi al unísono. Yo aunque no pude ver mi cara de extrañeza que seguramente puse, tímidamente devolví el saludo pensando en lo hilarante que sería subir a un microbus en Cuernavaca y gritar "¡Buenos días!" lo suficientemente fuerte como para que hasta los que van colgados de la puerta trasera pudieran escucharme y contestar mi saludo.
Unos días después, por una razón que ya no recuerdo iba a entrar casi dos horas tarde a la escuela. No era lunes y por lo tanto mi look distaba mucho de lo que podría esperarse en un lunes. Vestido todo de negro con pantalones rotos, chamarra de piel ya algo gastada, guitarra enfundada y colgada a la espalda y con placas de vacuna antirrábica canina colgadas de un collar de cuero negro que llevaba en el cuello. Tomé una combi y al sentarme y decir "Buenos días", noté una respuesta al saludo un poco menos efusiva de lo normal. No me pareció raro hasta que noté ciertas peculiaridades que compartían los pasajeros...
Las personas iban vestidas en colores claros. Algunos con elaborados sombreros tejidos de palma, huaraches y algunos cargaban flores, otros cestos con comida. Me impresionó cuando vi que empezaron a hablar otomí, (no lo conozco pero lo deduje por comentarios de mi papá que me habló sobre la lengua que hablaban las etnias de la región) cosa que me pareció muy interesante. Ellos empezaron a hablar entre ellos, a sonreír y a voltearme a ver. Era como si me integraran amistosamente en su plática... ¿O no?
Después las cosas se pusieron raras. Pude ver que había un patrón: Primero uno hablaba viéndome disimuladamente, luego cuando terminaba de hablar, el resto de la gente me volteaba a ver directa y descaradamente y se reían hasta que otra persona decía otra cosa. Terminaba y me volteaban de nuevo a ver y se reían cada vez más escandalosamente. Incluso intuí que el chofer que también reía, hablaba o al menos entendía el otomí. Unos minutos más tarde no había lugar a dudas. Era evidente que estas personas se reían de mí, en mi cara y yo no era capaz de entender ni una palabra. Yo sólo sonreía tímidamente pretendiendo aparentar que todo estaba bien.
Aunque en el país la mayoría hablamos castellano y muy pocos hablan otomí, en ese momento, dentro de ese espacio reducido, acojinado y propulsado por motor de vocho, yo era el extraño. Yo era la rareza digna de miradas y carcajadas. Fue una forma de vivir una pizca del fenómeno de la discriminación en una forma benigna. Nadie me agredió, nadie me golpeó, nadie violó mis derechos. Sólo se rieron de mí, de mi forma de vestir, de mi forma de hablar... Se rieron de mi inseguridad que me delataba como extranjero en aquellas tierras del Valle del Mezquital. Rieron hasta que les dolió la quijada y la panza.
Pasé varias horas imaginando qué podrían haber dicho para reírse tanto a mis costillas. También pensé en que a veces a las personas que hemos vivido solamente en la ciudad se nos hace fácil pensar que las pequeñas etnias se caracterizan por tener gente humilde, callada y tímida. Pocas veces nos ponemos a pensar que también pecan de compartir la condición de ser humanos y que casi por consecuencia de lo mismo también habrán necesariamente unos cuantos (o unos muchos) que son criticones, bromistas, pachangueros, sarcásticos y con dos o tres características más.
¡Arriba la diversidad! ¡Abajo los montoneros burlones que emboscan en el transporte público!
- el güey de junto -
Era el primer día en que iría a esa preparatoria y ya estaba aleccionado sobre qué combi tomar. "Agarras la que dice Xochitlán, porque si agarras la que dice Tepa te va a mandar para otro lado". Era un lunes y como todo lunes había qué llevar uniforme. Camisa blanca de manga larga, corbata azul marino, pantalón al mismo tono y flamantes zapatos negros que desentonaban un poco con mi cabello largo que pretendía gritar "¡Sí, soy rockero y qué!".
Me llevé una rara impresión cuando después de hacerle la parada a la combi, subirme y sentarme sobre una cubeta de cabeza con un cojín encima, todos los pasajeros me voltearon a ver, me sonrieron y dijeron "Buenos días" casi al unísono. Yo aunque no pude ver mi cara de extrañeza que seguramente puse, tímidamente devolví el saludo pensando en lo hilarante que sería subir a un microbus en Cuernavaca y gritar "¡Buenos días!" lo suficientemente fuerte como para que hasta los que van colgados de la puerta trasera pudieran escucharme y contestar mi saludo.
Unos días después, por una razón que ya no recuerdo iba a entrar casi dos horas tarde a la escuela. No era lunes y por lo tanto mi look distaba mucho de lo que podría esperarse en un lunes. Vestido todo de negro con pantalones rotos, chamarra de piel ya algo gastada, guitarra enfundada y colgada a la espalda y con placas de vacuna antirrábica canina colgadas de un collar de cuero negro que llevaba en el cuello. Tomé una combi y al sentarme y decir "Buenos días", noté una respuesta al saludo un poco menos efusiva de lo normal. No me pareció raro hasta que noté ciertas peculiaridades que compartían los pasajeros...
Las personas iban vestidas en colores claros. Algunos con elaborados sombreros tejidos de palma, huaraches y algunos cargaban flores, otros cestos con comida. Me impresionó cuando vi que empezaron a hablar otomí, (no lo conozco pero lo deduje por comentarios de mi papá que me habló sobre la lengua que hablaban las etnias de la región) cosa que me pareció muy interesante. Ellos empezaron a hablar entre ellos, a sonreír y a voltearme a ver. Era como si me integraran amistosamente en su plática... ¿O no?
Después las cosas se pusieron raras. Pude ver que había un patrón: Primero uno hablaba viéndome disimuladamente, luego cuando terminaba de hablar, el resto de la gente me volteaba a ver directa y descaradamente y se reían hasta que otra persona decía otra cosa. Terminaba y me volteaban de nuevo a ver y se reían cada vez más escandalosamente. Incluso intuí que el chofer que también reía, hablaba o al menos entendía el otomí. Unos minutos más tarde no había lugar a dudas. Era evidente que estas personas se reían de mí, en mi cara y yo no era capaz de entender ni una palabra. Yo sólo sonreía tímidamente pretendiendo aparentar que todo estaba bien.
Aunque en el país la mayoría hablamos castellano y muy pocos hablan otomí, en ese momento, dentro de ese espacio reducido, acojinado y propulsado por motor de vocho, yo era el extraño. Yo era la rareza digna de miradas y carcajadas. Fue una forma de vivir una pizca del fenómeno de la discriminación en una forma benigna. Nadie me agredió, nadie me golpeó, nadie violó mis derechos. Sólo se rieron de mí, de mi forma de vestir, de mi forma de hablar... Se rieron de mi inseguridad que me delataba como extranjero en aquellas tierras del Valle del Mezquital. Rieron hasta que les dolió la quijada y la panza.
Pasé varias horas imaginando qué podrían haber dicho para reírse tanto a mis costillas. También pensé en que a veces a las personas que hemos vivido solamente en la ciudad se nos hace fácil pensar que las pequeñas etnias se caracterizan por tener gente humilde, callada y tímida. Pocas veces nos ponemos a pensar que también pecan de compartir la condición de ser humanos y que casi por consecuencia de lo mismo también habrán necesariamente unos cuantos (o unos muchos) que son criticones, bromistas, pachangueros, sarcásticos y con dos o tres características más.
¡Arriba la diversidad! ¡Abajo los montoneros burlones que emboscan en el transporte público!
- el güey de junto -
2 comentarios:
Pues asi es... sin importar clase social, religion, color de piel, etc etc... todos comemos carne humana jeje.
Pobre de ti, ha de haber sido incomodo ke la gente se burle, y mas sin entender lo ke dicen!!
Hijole! como te lo digo de manera sutil!.... somos... "diferentes" no te sientas incomodo, mejor...acostumbrate! jejejeje!
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