Siempre he sido una madre orgullosa de sus hijos. He procurado inculcarles valores que me inculcaron mis padres y creo que con buenos resultados, ya que considero que mis hijos son muy buenas y valiosas personas. Mi hija que en ese entonces tendría poco más de 20 años, me sorprendió con la puntada de que quería invitar a un viejo amigo a conocer la ciudad y que quería que se quedara en la casa.
Yo me considero una mujer muy abierta. Demasiado, si consideramos mi edad, y haciendo justicia a ese criterio que me caracteriza, le dije que sí, que lo podía invitar. Ellos hicieron sus planes y después de unas semanas ya había fecha para la visita.
Cuando por fin llegó a la casa, mi scanner de madre se puso a trabajar: Ropa rota, gorra, barba descuidada, bigote desaliñado, uñas de una mano crecidas, me hablaba de "tú", usaba los zapatos sucios... bueno, así son los jóvenes. Mis hijos pusieron la mesa y serví el desayuno. ¡El amigo de mi hija se sentó y empezó a comer como si no hubiera comido desde hace 3 días! Sólo se detuvo cuando comenté que era momento de decir la oración para dar gracias por los alimentos y le pregunté si tenía alguna objeción con quitarse la gorra mientras comíamos. Me dijo que no, pero titubeó al quitarse la gorra. Cuando lo hizo... ¡Virgen del huerto! ¡Su cabello era un desastre! Mechones chinos por todos lados que llegaban al nivel de la barbilla. Todo un ejemplar digno de algún barrio bravo de la ciudad. ¡Me imaginé una camada de pulgas y garrapatas apareándose en los cojines del sillón! En vez de llorar sólo pude reírme y creo que fue buena idea, pues no hubo ningún tipo de tensión a pesar de la cara de horror que seguramente puse.
Salieron mi hija y él al zoológico. Me mordí los labios para no decir "A ver si cuando salgan del zoológico, no piensan que tu amigo se escapó de una jaula", ya que ante las altas probabilidades de que eso ocurriera, más que una broma se hubiera visto como un presagio de muy mal gusto. Yo me dediqué a limpiar la casa. No pude evitar olfatear la mochila y la maleta, y aunque no percibí nada anormalmente desagradable, a lo del interior todavía le daba el beneficio de la duda.
Me llamó mi hija a media tarde para decirme que iban a llegar más noche, porque iban a pasar al centro para que su amigo viera los edificios de la ciudad. Yo le dije que no había ningún problema y el resto del día lo pasé tratando de distraerme pensando en otras cosas y aunque hice un esfuerzo para mirar pocas veces el reloj, después de unos cincuenta y cuatro vistazos y que el reloj marcaba las once con treinta y cuatro de la noche, escuché el ruido de las llaves de mi hija atrás de la puerta. Me extrañó que mi hija no viniera a mi recámara a saludarme ni a compartir el cómo le había ido, sin embargo me tranquilizó que alcancé a escuchar que reían. Ella se metió a su cuarto y él dormiría en una colchoneta en la misma recámara que mi hijo.
Al día siguiente, en mi papel excelente anfitriona, me levanté temprano con el pretexto de hacer el desayuno, aunque en realidad lo que quería era platicar con mi hija. Quería conocer los detalles y añoraba que me dijera algo que me dejara tranquila o que me hiciera entender porqué aquél reciente y repentino interés por un viejo amigo semi-callejero. Estábamos platicando cuando escuchamos pisadas. Las dos nos callamos con cierto aire de complicidad. Escuchamos el chirriar de la madera del sillón y cuando salimos ¡No podía dar crédito a lo que veían mis ojos! El amigo de mi hija, semidesnudo, con los cabellos parados, sólo tapado con unos boxers negros con caritas de colores, lleno de lagañas y saliva seca y con la guitarra eléctrica de mi hijo… Yo no supe qué hacer, si taparle los ojos a mi hija o correr al patán ese con el trapeador... estaba pensando en lo segundo cuando de pronto...
Continuará
* La Diva Enmascarada *
Yo me considero una mujer muy abierta. Demasiado, si consideramos mi edad, y haciendo justicia a ese criterio que me caracteriza, le dije que sí, que lo podía invitar. Ellos hicieron sus planes y después de unas semanas ya había fecha para la visita.
Cuando por fin llegó a la casa, mi scanner de madre se puso a trabajar: Ropa rota, gorra, barba descuidada, bigote desaliñado, uñas de una mano crecidas, me hablaba de "tú", usaba los zapatos sucios... bueno, así son los jóvenes. Mis hijos pusieron la mesa y serví el desayuno. ¡El amigo de mi hija se sentó y empezó a comer como si no hubiera comido desde hace 3 días! Sólo se detuvo cuando comenté que era momento de decir la oración para dar gracias por los alimentos y le pregunté si tenía alguna objeción con quitarse la gorra mientras comíamos. Me dijo que no, pero titubeó al quitarse la gorra. Cuando lo hizo... ¡Virgen del huerto! ¡Su cabello era un desastre! Mechones chinos por todos lados que llegaban al nivel de la barbilla. Todo un ejemplar digno de algún barrio bravo de la ciudad. ¡Me imaginé una camada de pulgas y garrapatas apareándose en los cojines del sillón! En vez de llorar sólo pude reírme y creo que fue buena idea, pues no hubo ningún tipo de tensión a pesar de la cara de horror que seguramente puse.
Salieron mi hija y él al zoológico. Me mordí los labios para no decir "A ver si cuando salgan del zoológico, no piensan que tu amigo se escapó de una jaula", ya que ante las altas probabilidades de que eso ocurriera, más que una broma se hubiera visto como un presagio de muy mal gusto. Yo me dediqué a limpiar la casa. No pude evitar olfatear la mochila y la maleta, y aunque no percibí nada anormalmente desagradable, a lo del interior todavía le daba el beneficio de la duda.
Me llamó mi hija a media tarde para decirme que iban a llegar más noche, porque iban a pasar al centro para que su amigo viera los edificios de la ciudad. Yo le dije que no había ningún problema y el resto del día lo pasé tratando de distraerme pensando en otras cosas y aunque hice un esfuerzo para mirar pocas veces el reloj, después de unos cincuenta y cuatro vistazos y que el reloj marcaba las once con treinta y cuatro de la noche, escuché el ruido de las llaves de mi hija atrás de la puerta. Me extrañó que mi hija no viniera a mi recámara a saludarme ni a compartir el cómo le había ido, sin embargo me tranquilizó que alcancé a escuchar que reían. Ella se metió a su cuarto y él dormiría en una colchoneta en la misma recámara que mi hijo.
Al día siguiente, en mi papel excelente anfitriona, me levanté temprano con el pretexto de hacer el desayuno, aunque en realidad lo que quería era platicar con mi hija. Quería conocer los detalles y añoraba que me dijera algo que me dejara tranquila o que me hiciera entender porqué aquél reciente y repentino interés por un viejo amigo semi-callejero. Estábamos platicando cuando escuchamos pisadas. Las dos nos callamos con cierto aire de complicidad. Escuchamos el chirriar de la madera del sillón y cuando salimos ¡No podía dar crédito a lo que veían mis ojos! El amigo de mi hija, semidesnudo, con los cabellos parados, sólo tapado con unos boxers negros con caritas de colores, lleno de lagañas y saliva seca y con la guitarra eléctrica de mi hijo… Yo no supe qué hacer, si taparle los ojos a mi hija o correr al patán ese con el trapeador... estaba pensando en lo segundo cuando de pronto...
Continuará
* La Diva Enmascarada *
1 comentario:
JAJAJA excelente!...excelente! esto esta mas interesante ke las novelas mi chavo jajajaja por favor no tardes mucho en seguir contando!
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