jueves, 13 de septiembre de 2007

Una razón más para preferir el metro...

Iba en mi pequeño auto circulando alegremente durante la hora pico hacia el centro de la ciudad de Monterrey. Todo era paz, felicidad, smog, ruido y sonidos de claxon. De pronto me veo en una encrucijada: Podía dar una vuelta prohibida (desde la izquierda, librar camellón y 3 carriles) o llegar 15 minutos tarde. No me enorgullece decir que preferí llegar temprano, así que al incorporarme a la siguiente vialidad, un oficial de tránsito me hizo señas para que me detuviera.

Después de la bienvenida de rigor, le mostré mis papeles con orgullo, pues acostumbro tener todo en regla. Mientras veía mi licencia y tarjeta de circulación, me dijo que me iba a infraccionar, hasta que luego de un rato me dijo que no me iba a poner ninguna multa. Me dio la libreta, me recalcó que no la firmara y me dijo: “Se lo dejo a su criterio”… Yo dudé, pues si no tenía que firmar la papeleta en blanco, ¿para qué diablos me la daba? Instantes después, mi mente infantil, inocente y sin malicia, comprendió que el oficial quería que le dejara algún billete entre las hojas del block de multas, cosa que no estuve dispuesto a hacer.

A estas alturas, ya sabía de qué se trataba la maroma, sin embargo fingí demencia (le llaman “navegar con bandera de… tonto) y le entregué el block tal cual me lo había entregando, poniendo cara de “No se qué para qué me lo diste, pero muchas gracias”. Me despedí amablemente, casi le di las gracias por haberme detenido y me retiré a velocidad prudente hacia mi destino.

Cuando regresé en la tarde al trabajo, estaba feliz de haberme librado de la multa sin haber contribuido a la corrupción con alguna mordida y todo transcurrió normalmente. Ya en la noche, abrí mi cartera y me di cuenta de que…. ¡No me entregó mi licencia ni mi tarjeta de circulación!

A primera hora del día siguiente fui a tránsito y me mandaron a “Multas”. No apareció nada y me mandaron a “Asuntos internos”. Ahí me dijeron que donde me pararon no era un “punto operativo”, así que no sabían ni qué oficial ni a qué horas había pasado por ahí y tenía que identificar al oficial de entre doscientas fotos. –¿Cómo era el oficial? –Medio chaparrito, moreno, con bigote, medio llenito. –Al empezar a pasar las fotos en un sofisticadísimo archivo Power Point, al ver al primero pensé: “¡Ese es!” Pero al ver al tercero, quinto, sexto, octavo, décimo y tres cuartas partes de los ciento noventa restantes, entendí que iba a ser imposible identificarlo. Todos coincidían con las únicas características que recordaba.

Después de un sentimiento de frustración y un “Disculpe, pero en estos casos sólo queda esperar a que aparezcan sus documentos, visitar el punto donde lo detuvo a la misma hora por si regresa el oficial o sacar duplicados de sus documentos”, me dirigí a mi trabajo con la moral baja.

Una semana después, resignado, perdí una mañana sacando una nueva licencia y un duplicado de tarjeta de circulación. A ver si aprendí la lección.

- el güey de junto -

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estabamos frente a alguna dependencia de gobierno, cuando te hice la observacion de ke la corrupcion, es una forma alternativa no institucional de la simplificacion administrativa de nuestro glorioso gobierno nacional, ademas de ke colabora al soporte de muchas familias de nuestra nacion...
moraleja! El ke la hace...la paga, pero pa ke esperar, aki nos podemos arreglar joven!

Anónimo dijo...

Perdiste esa mañana por wey! Con dinero baila el perro, el tamarindo, el oficial, etc, etc...

De qué te sirvió el sacrificio? cambiaste el mundo? eliminaste la corrupción?

Cuántos años tienes?

>> Grinch <<

Anónimo dijo...

Ay mijito! hiciste bien en no darle dinero, nadamás no seas tan despistado! En mis tiempos el oficial hubiera hecho lo imposible por entregarte tus papeles.

Señor Grinch, por gente como usted estamos como estamos...