Continuación de aquí...
... Yo asentía con la cabeza mientras pensaba: ¡¿QUÉ?! ¿Todos los días aquí?... ¡ME VA A DAR EL SOPONCIO!
Me quedaba el consuelo de que ese hecho estaba ligado a que el joven harapiento lograra acreditar el examen de admisión... No es que no quisiera que sucediera y juro que nunca le desee mal, pero yo seguía aterrada imaginando a mi hija viviendo el resto de sus días a lado de aquel ejemplar. Yo se que era muy prematuro pensar en eso... Seguramente estaba viendo moros con tranchete, pero una como madre no puede evitar que la imaginación se siga de frente ante cualquier señal de alerta.
Llegó el día en que el amigo de mi hija tenía que regresar a su casa. Para estas alturas, el coqueteo ya era muy evidente. Era lógico que habían pasado cosas de las que no me había enterado, ni me quería enterar... ¡Bueno, sí!... ¡Bueno, no!... El chiste es que cuando pasaron algunos días de que él se había ido, viendo a mi hija melancólica algunos días, me convencí poco a poco de que no se trataba de algo pasajero.
Después de ocho meses de línea ocupada durante varias horas en la noche por el chat, de cuarenta y seis minutos de llamadas de larga distancia, dos paquetes enviados por mensajería y tres pliegos de papel de colores, (todo eso pagado por mi) llegó el día del examen de admisión... Luego pasaron más días y una mañana ya había cuatro maletas, dos guitarras, tres amplificadores, dos cajas de libros, una bolsa de herramienta y un par de botas agujeradas entre el pasillo y la recámara de mis hijos. Yo le echaba más agua a los frijoles... Y me habían notificado oficialmente de su noviazgo.
Pronto consiguió trabajo. (¡No se cómo se lo dieron... ni siquiera se rasuró para la entrevista!) No me pagaría ningún tipo de renta para que pudiera ahorrar para el depósito de una renta de un departamento, pero después salió la necesidad de ahorrar para pagar una deuda que tenía con la universidad anterior en donde había empezado a estudiar, luego para comprar una computadora, luego para el enganche de un carro... Yo ya me había acostumbrado a que viviera con nosotros y ¡Caray! ¡Quién lo hubiera creído! ¡Hasta lo veía como parte de la familia! Así que se quedó a vivir aquí en la casa y con el paso del tiempo, fui encontrando cada vez menos ropa sucia sobre las sillas del comedor y sobre los sillones, fueron haciéndose raros los días en que abría la puerta para recibir visitas en calzones y aunque nunca logramos que saliera a sacar las bolsas de la basura con algo más que boxers, domesticamos un poco al muchacho...
Pasaron un par de años y todo estaba tranquilo. Salí de viaje a visitar familia y a un par de semanas de regresar, me llama mi hija para decirme que ¡Se casaba en dos semanas! ¡Por Dios! ¡Qué ocurrencia! Y no, no había ningún error... Me sorprendió que la premura de la boda o de la "juntada" (porque a esas alturas no sabía ni qué pensar) no se debiera a un embarazo, aunque días después pude enterarme que se debió a una repentina fiebre conocida como "Crédito hipotecario conyugal" a la que le debo que mi hija esté a un par de meses de irse de mi lado.
Se que siempre será mi hija, pero no puedo dejar de pensar en cómo cambiará mi vida, en cómo podría ser su vida... No dejo de preguntarme si comerán tortillas, huevo y frijoles por varios meses, si tendrán pequeños hijos greñudos que correrán en calzones por toda la casa y en las casas de sus amistades sin pudor alguno. Yo sólo diré con orgullo a la gente que conozca a mis nietos, que esas excentricidades no venían en los genes de mi hija.
* Diva enmascarada *
... Yo asentía con la cabeza mientras pensaba: ¡¿QUÉ?! ¿Todos los días aquí?... ¡ME VA A DAR EL SOPONCIO!
Me quedaba el consuelo de que ese hecho estaba ligado a que el joven harapiento lograra acreditar el examen de admisión... No es que no quisiera que sucediera y juro que nunca le desee mal, pero yo seguía aterrada imaginando a mi hija viviendo el resto de sus días a lado de aquel ejemplar. Yo se que era muy prematuro pensar en eso... Seguramente estaba viendo moros con tranchete, pero una como madre no puede evitar que la imaginación se siga de frente ante cualquier señal de alerta.
Llegó el día en que el amigo de mi hija tenía que regresar a su casa. Para estas alturas, el coqueteo ya era muy evidente. Era lógico que habían pasado cosas de las que no me había enterado, ni me quería enterar... ¡Bueno, sí!... ¡Bueno, no!... El chiste es que cuando pasaron algunos días de que él se había ido, viendo a mi hija melancólica algunos días, me convencí poco a poco de que no se trataba de algo pasajero.
Después de ocho meses de línea ocupada durante varias horas en la noche por el chat, de cuarenta y seis minutos de llamadas de larga distancia, dos paquetes enviados por mensajería y tres pliegos de papel de colores, (todo eso pagado por mi) llegó el día del examen de admisión... Luego pasaron más días y una mañana ya había cuatro maletas, dos guitarras, tres amplificadores, dos cajas de libros, una bolsa de herramienta y un par de botas agujeradas entre el pasillo y la recámara de mis hijos. Yo le echaba más agua a los frijoles... Y me habían notificado oficialmente de su noviazgo.
Pronto consiguió trabajo. (¡No se cómo se lo dieron... ni siquiera se rasuró para la entrevista!) No me pagaría ningún tipo de renta para que pudiera ahorrar para el depósito de una renta de un departamento, pero después salió la necesidad de ahorrar para pagar una deuda que tenía con la universidad anterior en donde había empezado a estudiar, luego para comprar una computadora, luego para el enganche de un carro... Yo ya me había acostumbrado a que viviera con nosotros y ¡Caray! ¡Quién lo hubiera creído! ¡Hasta lo veía como parte de la familia! Así que se quedó a vivir aquí en la casa y con el paso del tiempo, fui encontrando cada vez menos ropa sucia sobre las sillas del comedor y sobre los sillones, fueron haciéndose raros los días en que abría la puerta para recibir visitas en calzones y aunque nunca logramos que saliera a sacar las bolsas de la basura con algo más que boxers, domesticamos un poco al muchacho...
Pasaron un par de años y todo estaba tranquilo. Salí de viaje a visitar familia y a un par de semanas de regresar, me llama mi hija para decirme que ¡Se casaba en dos semanas! ¡Por Dios! ¡Qué ocurrencia! Y no, no había ningún error... Me sorprendió que la premura de la boda o de la "juntada" (porque a esas alturas no sabía ni qué pensar) no se debiera a un embarazo, aunque días después pude enterarme que se debió a una repentina fiebre conocida como "Crédito hipotecario conyugal" a la que le debo que mi hija esté a un par de meses de irse de mi lado.
Se que siempre será mi hija, pero no puedo dejar de pensar en cómo cambiará mi vida, en cómo podría ser su vida... No dejo de preguntarme si comerán tortillas, huevo y frijoles por varios meses, si tendrán pequeños hijos greñudos que correrán en calzones por toda la casa y en las casas de sus amistades sin pudor alguno. Yo sólo diré con orgullo a la gente que conozca a mis nietos, que esas excentricidades no venían en los genes de mi hija.
* Diva enmascarada *
No hay comentarios:
Publicar un comentario