Mientras el mundial de Football de hace muchos años estaba en su apogeo, mi familia (Mis papás, mi hermana y yo) estaba económicamente muy apretada. Casa de dos recámaras, yo dormía en la sala sobre una colchoneta, nuestro comedor era una mesita de servicio y nos sentábamos en cubetas volteadas de cabeza con alguna toalla doblada para no abollar innecesariamente la retaguardia.
Mi papá siempre ha sido creyente religioso de la cultura de los pronósticos, específicamente del "Melate" el cual ha jugado de una gran variedad de formas: Al azar, con números mágicos, por método estadístico, radioestecia (pseudo ciencia basada en la energía canalizada a través de un péndulo) y seguramente cartomancia y rituales paganos. Acostumbrados a eso, cuando mi papá nos dijo con el mismo optimismo de siempre que nos íbamos a volver ricos con aquella quiniela de Football que guardaría celosamente en la bolsa de su camisa, nuestra primera reacción fue la indiferencia hasta llegar a la burla... “¿De cuándo a acá sabes de Football?”
Pasaron los días y mi papá festejaba fervorosamente cada final de partido y nos repetía que llevaba la quiniela perfecta. Nosotros le empezamos a tomar importancia a la dichosa quiniela después del quinto partido acertado en la quiniela. De ahí en adelante, presas del interés carroñero típico durante la lectura de un testamento, cada uno de nosotros estaba imaginando una realidad donde cada uno tenía su cuarta parte del premio. ¡Yo hasta estaba indeciso sobre el color de mi nueva flamante camioneta! -¡Adiós! ¡Pinches jodidos! -Gritaría al ver a la gente que caminaba como yo lo había hecho hasta entonces todos los días...
La suerte de mi papá lo acompañó. Fue como ver al hombre noble y honesto que se encuentra un billete de a quinientos pesos para alimentar a su familia. ¡No lo podíamos creer! ¡Seguía acertando todos los juegos de la quiniela!... Todo marchaba de maravilla hasta que Nigeria venció a España tres a dos... ¡No lo podíamos creer! ¡Españoles estúpidos! ¿Cómo pudieron perder ante un equipo como Nigeria?
Reflexionando más tarde, un segundo lugar no está nada mal. Mi mamá, mi hermana y yo, neófitos en la materia de los juegos de estadística preguntamos a mi papá sobre cuánto ganaba un segundo lugar... -Si le atinan muchos, como veinticinco mil pesos... Si son pocos o no hay primer lugar, más de ciento cincuenta mil... -Mi flamante camioneta se convirtió en un modesto Golf usado, pero era mucho mejor que la bicicleta.
No perdimos tiempo y nos mudamos de casa, Rentamos una casa de mil pesos al mes en lugar de la pocilga de quinientos... Y digo pocilga porque a estas alturas, ya la veíamos como una pocilga. Un segundo lugar de la quiniela merecía vivir en un lugar de mucha más categoría.
Al fin llegó el día del partido catorce. El final. Doce aciertos de trece en la quiniela... Nos dimos el lujo de ir a comer a una fonda de comida económica y ver ahí el partido en una televisión más grande... Si Alemania ganaba, nuestras vidas cambiarían. Saldríamos de deudas... Del maldito hoyo... Ya no cabalgaríamos sobre las quijadas del hambre...
Alemania anotó el primer gol y mis papás, mi hermana y yo nos levantamos como locos gritando “gol”. La gente nos miraba atónita... Ni por error parecíamos alemanes. Con tan tremendo nopal grabado en la frente de cada uno de nosotros, era difícil para los demás comensales adivinar las razones de nuestro exaltado júbilo ante el avance de la escuadra alemana... Después, Alemania recibió un gol. ¡No podía ser verdad! ¡El premio se nos iba de las manos! Nuestras caras mostraban la angustia. Se nos revolvía el estómago… ¡El destino se reía de nosotros!...
El segundo tiempo se acababa y nuestros sueños también. Pero cinco minutos antes del fin del partido ¡Alemania logró anotar! ¡Sí! Y así cerró el partido. Nos paramos, nos abrazamos, ¡Hasta dejamos propina! Ahora sólo restaba esperar a que salieran los resultados en el periódico del domingo para saber qué tan ricos seríamos.
Llegó el domingo y como nunca... nos levantamos temprano. Acordamos que nadie compraría el periódico hasta que desayunáramos juntos como una familia modelo. Al terminar fuimos al puesto de periódicos que estaba cerca de la explanada de la iglesia. Compramos el dictamen de nuestro destino y antes de abrirlo fuimos a la iglesia a dar gracias a Dios. Rezamos y agradecimos con más fervor que nunca. Éramos los más agradecidos en toda la iglesia... ¡Qué va!... ¡Los más agradecidos en el pueblo! Salimos y como todas las bancas estaban llenas, nos sentamos en una jardinera. No nos importó que las piedras estuvieran filosas... Tampoco las hormigas... Sólo pensábamos en cantidades de dinero... ¿Cuánto sería? ¿Veinticinco mil pesos? ¿Trescientos mil?... Pasamos las hojas y llegamos a la página donde anunciaron los premios... Al segundo lugar le corresponden... ¡Trescientos veinticinco pesos! ¿Trescientos veinticinco? ¡Algo debe estar equivocado! ¡No puede ser tan ridículamente miserable el premio! Pero no había error. Poco más de dos mil seiscientas personas habían obtenido el segundo lugar y trescientos ochenta y ocho personas el primer lugar ganando poco más de tres mil pesos... ¡Carajo! ¿Somos un país de adivinos, o qué?
Y así, nuestro sueño de riqueza se fue al caño... Mi flamante camioneta, mi Golf usada... Todo al caño... Seguía siendo un peatón... Un peatón jodidísimo cuya única ganancia fue vivir desde ese día en adelante en una casa que endeudaría aún más a mi familia, pero donde al menos ya tenía mi propia recámara.
- el güey de junto -
Mi papá siempre ha sido creyente religioso de la cultura de los pronósticos, específicamente del "Melate" el cual ha jugado de una gran variedad de formas: Al azar, con números mágicos, por método estadístico, radioestecia (pseudo ciencia basada en la energía canalizada a través de un péndulo) y seguramente cartomancia y rituales paganos. Acostumbrados a eso, cuando mi papá nos dijo con el mismo optimismo de siempre que nos íbamos a volver ricos con aquella quiniela de Football que guardaría celosamente en la bolsa de su camisa, nuestra primera reacción fue la indiferencia hasta llegar a la burla... “¿De cuándo a acá sabes de Football?”
Pasaron los días y mi papá festejaba fervorosamente cada final de partido y nos repetía que llevaba la quiniela perfecta. Nosotros le empezamos a tomar importancia a la dichosa quiniela después del quinto partido acertado en la quiniela. De ahí en adelante, presas del interés carroñero típico durante la lectura de un testamento, cada uno de nosotros estaba imaginando una realidad donde cada uno tenía su cuarta parte del premio. ¡Yo hasta estaba indeciso sobre el color de mi nueva flamante camioneta! -¡Adiós! ¡Pinches jodidos! -Gritaría al ver a la gente que caminaba como yo lo había hecho hasta entonces todos los días...
La suerte de mi papá lo acompañó. Fue como ver al hombre noble y honesto que se encuentra un billete de a quinientos pesos para alimentar a su familia. ¡No lo podíamos creer! ¡Seguía acertando todos los juegos de la quiniela!... Todo marchaba de maravilla hasta que Nigeria venció a España tres a dos... ¡No lo podíamos creer! ¡Españoles estúpidos! ¿Cómo pudieron perder ante un equipo como Nigeria?
Reflexionando más tarde, un segundo lugar no está nada mal. Mi mamá, mi hermana y yo, neófitos en la materia de los juegos de estadística preguntamos a mi papá sobre cuánto ganaba un segundo lugar... -Si le atinan muchos, como veinticinco mil pesos... Si son pocos o no hay primer lugar, más de ciento cincuenta mil... -Mi flamante camioneta se convirtió en un modesto Golf usado, pero era mucho mejor que la bicicleta.
No perdimos tiempo y nos mudamos de casa, Rentamos una casa de mil pesos al mes en lugar de la pocilga de quinientos... Y digo pocilga porque a estas alturas, ya la veíamos como una pocilga. Un segundo lugar de la quiniela merecía vivir en un lugar de mucha más categoría.
Al fin llegó el día del partido catorce. El final. Doce aciertos de trece en la quiniela... Nos dimos el lujo de ir a comer a una fonda de comida económica y ver ahí el partido en una televisión más grande... Si Alemania ganaba, nuestras vidas cambiarían. Saldríamos de deudas... Del maldito hoyo... Ya no cabalgaríamos sobre las quijadas del hambre...
Alemania anotó el primer gol y mis papás, mi hermana y yo nos levantamos como locos gritando “gol”. La gente nos miraba atónita... Ni por error parecíamos alemanes. Con tan tremendo nopal grabado en la frente de cada uno de nosotros, era difícil para los demás comensales adivinar las razones de nuestro exaltado júbilo ante el avance de la escuadra alemana... Después, Alemania recibió un gol. ¡No podía ser verdad! ¡El premio se nos iba de las manos! Nuestras caras mostraban la angustia. Se nos revolvía el estómago… ¡El destino se reía de nosotros!...
El segundo tiempo se acababa y nuestros sueños también. Pero cinco minutos antes del fin del partido ¡Alemania logró anotar! ¡Sí! Y así cerró el partido. Nos paramos, nos abrazamos, ¡Hasta dejamos propina! Ahora sólo restaba esperar a que salieran los resultados en el periódico del domingo para saber qué tan ricos seríamos.
Llegó el domingo y como nunca... nos levantamos temprano. Acordamos que nadie compraría el periódico hasta que desayunáramos juntos como una familia modelo. Al terminar fuimos al puesto de periódicos que estaba cerca de la explanada de la iglesia. Compramos el dictamen de nuestro destino y antes de abrirlo fuimos a la iglesia a dar gracias a Dios. Rezamos y agradecimos con más fervor que nunca. Éramos los más agradecidos en toda la iglesia... ¡Qué va!... ¡Los más agradecidos en el pueblo! Salimos y como todas las bancas estaban llenas, nos sentamos en una jardinera. No nos importó que las piedras estuvieran filosas... Tampoco las hormigas... Sólo pensábamos en cantidades de dinero... ¿Cuánto sería? ¿Veinticinco mil pesos? ¿Trescientos mil?... Pasamos las hojas y llegamos a la página donde anunciaron los premios... Al segundo lugar le corresponden... ¡Trescientos veinticinco pesos! ¿Trescientos veinticinco? ¡Algo debe estar equivocado! ¡No puede ser tan ridículamente miserable el premio! Pero no había error. Poco más de dos mil seiscientas personas habían obtenido el segundo lugar y trescientos ochenta y ocho personas el primer lugar ganando poco más de tres mil pesos... ¡Carajo! ¿Somos un país de adivinos, o qué?
Y así, nuestro sueño de riqueza se fue al caño... Mi flamante camioneta, mi Golf usada... Todo al caño... Seguía siendo un peatón... Un peatón jodidísimo cuya única ganancia fue vivir desde ese día en adelante en una casa que endeudaría aún más a mi familia, pero donde al menos ya tenía mi propia recámara.
- el güey de junto -
1 comentario:
Jajajaja cuantos no nos hemos visto ya con el dinero en la bolsa y despertamos para saber ke estabamos babeando sobre la almohada.....esta cultura del milagro nos tiene atorados, pero al menos muchos no tememos arriesgar para ganar.... bueno arriesgo pokito pa perder pokito ..... ok juego a la segura y que!!!
Diablo Jodido
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