lunes, 14 de enero de 2008

Chamaqueada...

Mi primo Oswaldo en ese entonces tendría unos 14 años. Vivía cerca del bosque de Chapultepec en un departamento que estaba un nivel abajo de donde vivía mi abuelita con mi tío Gustavo. Mi tío Gustavo practicaba deportes y su última adquisición había sido una bicicleta de montaña de buena marca con la cual salía a andar sobre el circuito de Chapultepec, mismo que meses después Oswaldo recorría con la bicicleta prestada sobre premisas de cuidado, responsabilidad y sentencias acusativas relacionadas con rayones a la pintura del flamante vehículo.

Una mañana de fin de semana, Oswaldo pedaleaba por la cuesta del circuito por quinta vez y al detenerse a tomar aire, un hombre de unos 30 años se acercó a él ofreciéndole $25 si lo llevaba en bicicleta de urgencia a una calle cerca de Chapultepec. Oswaldo accedió a prestar el servicio y en el camino fue platicando con el señor, quien le dijo que iban a recoger a su esposa embarazada para él de ahí tomar un taxi para ir al hospital.

Oswaldo había salido ya del circuito y del bosque haciendo gala de habilidad esquivando a las personas. -¡Híjole, qué envidia! controlas muy bien la bicicleta. Te vas a reír pero jamás aprendí a andar en bicicleta. Siempre me dio miedo aprender. -Mi primo lo consoló diciéndole que siempre había una primera vez para todo y que nunca se estaba demasiado crecido como para aprender a usar una bici. Se pulió con consejos sobre cómo guardar el equilibrio, cómo empezar a tomar confianza... vaya. Poco faltó para ofrecerse a enseñarle a andar en bici en Chapultepec todos los domingos, pero conforme se iban a cercando a la dirección a la que iban, el señor era más insistente en que le urgía llegar al hospital y que a esa hora tardaría mucho en encontrar un taxi.

Llegaron al edificio y el señor dijo: -Te voy a pedir un favorzote. El edificio no tiene elevador y me urge que mi esposa vaya preparando lo que necesita. ¿Podrías ir al 6to piso, al departamento 510 y avisar a mi esposa que estoy aquí abajo? -Oswaldo desconfió un poco. Titubeó y el señor dijo: -No te preocupes, yo aquí vivo. Es que no quiero perder tiempo para parar un taxi y tú que eres joven subes escaleras mucho más rápido que yo. Al fin que yo ni se andar en bicicleta. Ni modo que me la robe cargándola... -Y con esas palabras, Oswaldo, ingenuo como sus primos, corrió subiendo escalones de 3 en 3. Hasta que llegó hasta el 6to piso vio que los números de los departamentos no correspondían a lo que buscaba. No había un 510... es más... los departamentos iban numerados del 1 al 10 según el piso y "A" y "B" según la orientación. Cuando no encontró mas que un "3B" color ocre sobre una lámina vieja pegada en un azulejo mohoso, Oswaldo entendió que el señor seguramente sí sabía andar en bicicleta.

Ni siquiera bajó corriendo. Llegó a la planta baja del edificio en la cual obviamente ya no estaba nadie. Sólo le bastó el camino a casa de mi abuelita para inventar una convincente historia sobre cómo 3 jóvenes en bicicleta lo habían empujado, tirado de la bici y cómo se la habían llevado sin que él hubiera podido alcanzarlos... Bueno, convincente a medias, pues generalmente una caída de la bicicleta genera raspones en codos o rodillas y aquí no hubo piel raspada... Sólo un sabor amargo y un duro golpe a la inocencia de un niño que aprendió a no confiar en todas las personas.
Gustavo hasta la fecha cree que su bicicleta fue robada con cierto grado de violencia y Oswaldo cree que hasta la fecha su secreto no es del dominio popular y que fue bien guardado por mi otro tío, Jairo.

- el güey de junto -

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