viernes, 11 de enero de 2008

De paseo con mi hermano...

Típicamente este tipo de historias se cuentan haciendo alusión a épocas de la niñez... Normalmente inician mencionando la década en la que se llevó a cabo o la etapa escolar que se cursaba, pero esta anécdota de pasear a un hermano es poco ortodoxa...

Cuando murió Agustín, el mayor de los hermanos de mi mamá, la familia pasaba por una típica crisis de austeridad económica, de esas que son cada vez más típicas en el México de hoy. Con esfuerzo de los demás hermanos lograron pagar la incineración del cuerpo y parecía que lo único difícil sería lidiar con la pena y el duelo, pero no era así... Para que mi abuela estuviera tranquila las cenizas deberían descansar en un nicho dentro de una iglesia, cosa que se veía fácil, pues las cenizas de otro tío al que quiero mucho ya tenían un lugar en esa iglesia. Las cosas se complicaron cuando se enteraron del enorme costo que tenía meter otra urna a pesar de que el nicho ya estaba pagado.

Pagar esa gran suma, por la simple situación económica estaba más que descartado, pero no darle un lugar santo a las cenizas, también, por lo que supondría el dolor de mi abuela de no saber que su hijo descansaba en paz en la manera en la que ella lo creía correcto y necesario.

-¿Y si lo metemos a escondidas?... -Se sintió tensión... titubeo... y aunque más de uno se persignarían ante tal idea, la inminente ausencia de capital hizo que nadie rompiera el silencio sentenciando la iniciativa. Conforme pasaron los minutos en silencio, iba tomando más y más forma el plan de dar descanso a mi tío. Gustavo, el quinto hermano y más cercano a mi abuela, asumió el reto de llevarlo a su morada final.

A la mañana siguiente, Gustavo besó la Urna, la abrazó y con solemne aire se despidió de su hermano. Lo metió con mucho cuidado a una mochila y salió caminando hacia la Iglesia. Veintitrés minutos y nueve cuadras más tarde mi tío bajaba las escaleras para llegar frente a aquel muro de tapas cuadradas de mármol. Como las gavetas se encontraban un nivel abajo de donde se oficia la misa, Gustavo se encontraba solo. Ubicó la tapa de la gaveta de mi otro tío y cuando se disponía a retirarla, bajaron seis personas a visitar a un familiar difunto que descansaba a cuatro gavetas de la de mi tío. Gustavo esperó hasta que se hizo tarde y el vigilante pidió que salieran del recinto.

El día siguiente, Gustavo tomó la Urna, la abrazó y recordó momentos felices vividos con Agustín antes de salir de casa. Como el día anterior llegó a la iglesia, pero esta vez el vigilante estaba sentado en una silla leyendo un viejo libro y aunque no ponía mucha atención a lo que pasaba, abrir una gaveta era algo demasiado aparatoso como para hacerlo sin que se diera cuenta. Pasaron treinta, cuarenta, cincuenta minutos y el vigilante no daba esperanzas de salir pronto. Mi tío se desesperó y después de "rezar" frente a la gaveta decidió sacar un pañuelo y se puso a limpiar letra por letra de la tapa. Eso lo entretendría mientras esperaba a que el vigilante saliera... Sin embargo cuando las piernas se cansaron después de casi dos horas parado, Agustín y Gustavo regresaron a la casa.

-La tercera es la vencida. -Se dijo Gustavo. Tomó la Urna y con más familiaridad que antes le dijo: -Ahora sí Agus, a ver si ya se nos hace y te quedas a descansar... -Las manos de mi tío ya sabían cómo sostener la urna con gran maestría. El recinto de las gavetas estaba concurrido, aunque el vigilante no estaba. Cuando las últimas dos familias salieron de aquel lugar, Gustavo se apresuró a tratar de abrir la gaveta... titubeó, volteó a todos lados con aire de complicidad y cuando se disponía a retirar la tapa se escucharon pisadas... -¡Agustín! ¡Nos van a cachar!... -Pero las pisadas no iban hacia el recinto y poco a poco el sonido se fue alejando... Otro intento por abrir la tapa interrumpido por una voz que preguntaba a qué hora terminaban las visitas al recinto... -¡Agustín! ¡No seas malito! ¡Échame una mano!... -Cuando la voz del vigilante respondió al familiar de uno de los difuntos que descansaba dentro de una gaveta regresó el silencio... Eco de pisadas lejanas... Voces de mujer que provenían de lugares específicos que Gustavo ya con la experiencia de visitar el lugar tantas veces identificaba según la reverberancia del sonido... Finalmente pese a esa tensa sucesión de ruidos y bullicio del ambiente mi tío abrió la tapa del nicho de golpe.

Se escucharon pisadas que venían a lo lejos. Los dedos de Gustavo, torpes por los nervios alterados, luchaban por abrir los broches de la mochila. Conforme las pisadas se acercaban, los movimientos de mi tío Gustavo eran más torpes. Abrió la mochila, sacó la urna, le dio un beso, la puso junto con la otra urna de mi otro tío a quien saludó con respeto, pero con cierto gesto de culpa mezclado con travesura. Cuando cerró el nicho, el sonido de las pisadas le indicó a Gustavo que el vigilante ya estaba en un lugar desde donde le podía ver... El problema es que para entonces todavía tenía las manos sobre las orillas de la tapa y hacía instantes que la tapa había emitido un ruido ronco y pedregoso al cerrar. Lo único que se le ocurrió a Gustavo fue acariciar la tapa vigorosamente, cerrar los ojos y decir -"Adiós manito... Por fin se nos hizo"...

-Mi tío Gustavo llegó a la casa y al llegar vio a mi abuelita quien nuevamente lloró al recordar a Agustín, sin embargo se consoló con la idea de que desde hace 3 días sus restos descansaban en la iglesia. Eso la llenó de paz y Gustavo al ver eso, se convenció de que el fin justifica los medios... Incluso salir de paseo con un hermano hecho ceniza dentro de una pequeña urna.

- el güey de junto -

1 comentario:

Anónimo dijo...

La mezcla de emociones es realmente impactante. Aun no se si tu relato es basado en hecho de la vida real como lo acostumbras o simplemente una muestra de tu habilidad y Ta lento, perdon ese espacio vacio no existe! :).
Como quiera que sea! Te envio un fuerte, sincero y fraternal abrazo y ademas me quito el sombrero, como otras tantas veces.
QEPD tu tio y tambien el kiwi