A mis 17 años tuve la fortuna de que cuando mis papás se mudaron, me dejaron el Vocho. Peculiar ejemplar modelo 1974 con algunos achaques mecánicos que si bien no me impedían usarlo, hacían que el transporte fuera algo impredecible.
Invité a mi novia de la Prepa a un antro en Mixquiahuala Hidalgo, que estaba pegado a Progreso de Obregón, pueblo donde vivíamos. Mi vocho se había quejado en el arranque días antes, por lo que procuraba siempre estacionarlo en alguna pendiente para poderlo arrancar de bajadita. Por lo mismo generalmente no era necesario molestar transeúntes para que ayudaran a empujar.
Unas horas antes de ir por mi novia, fui a un taller eléctrico y me dijo que el problema es que la batería se había descargado, pero que con una cargada quedaría como nueva. Le dejé el carro y en la noche fui a recoger el carro que encendió a la primera. Me sentía tranquilo con mi fiel corcel puesto casi a punto. Fui a recoger a mi damisela y salimos junto con su hermana que nos habría de acompañar durante la velada, ya que mi novia y yo estábamos haciendo un complot para que un amigo mío anduviera con ella (la hermana de mi novia).
Encendí nuevamente el carro. Como sedita... mil seiscientos centímetros cúbicos rugiendo en armonía... El humo que manaba del escape, esa noche era casi imperceptible. Los rechinidos de la suspensión maltrecha se habían silenciado. Yo iba feliz con mi chica y mi cuñada a pasar un buen rato a "Charros Discotheque".
Aunque mi vocho esa noche jalaba muy bien, la verdad es que no era un auto como para estacionarlo enfrente de un antro, así que como ya era costumbre bajo repetidas peticiones de mi novia, lo estacioné media cuadra antes y llegamos caminando. Ella decía que era más glamoroso llegar caminando que envueltos en una nube gris, dentro de un muégano metálico que titiritaba como si tuviera frío.
Aprovechamos el pase de "Chicas, No cover" y adentro empezamos a bailar, cantar, echar relajo... Lo de siempre. Mi amigo llegó después y puso manos a la obra sacando plática a la hermana de mi novia. Parecía que todo iba bien y que nuestro plan se había consumado, sin embargo, recibió una llamada y se tuvo que ir. Nos quedamos los tres hasta que entrada la noche y ya con sólo una cuarta parte de las personas en el antro, decidimos irnos.
Hice gala de caballerosidad. Abrí la puerta del copiloto, abatí el asiento, ayudé a subir a la hermana de mi novia tomándola de la mano, bajé el asiento, tomé de la mano a mi novia, la ayudé a subir al carruaje y casi con gracia bajé de la banqueta con un simpático brinco que delataba mi buen semblante. Abrí la puerta, tomé asiento, hice un par de audaces comentarios sobre la noche y le di marcha al motor.
¡Carajo! ¡La batería muerta! La pendiente era demasiado ligera como para arrancarlo sin ayuda, pero como todo un caballero me ofrecí a empujar para que una de las dos pudiera arrancar el carro de empujón. Ninguna de las dos tenían idea de cómo hacerlo y había muy poco espacio para andar haciendo intentos, pues lo que a toda costa querían evitar era llegar a la entrada del bar intentando arrancar al vochito.
Convenimos en que las dos empujarían y yo lo arrancaría. Una llevaba zapatos de tacón y la otra con plataforma. El pavimento tenía muchas piedritas y las dos eran delgadas. Aún así lo lograríamos. Empezamos a empujar los tres y cuando agarró vuelo, brinqué al asiento y cerré la puerta... Hice el primer intento y nada. Segundo intento igual, fallido. Me dijeron que frenara y lo hice aunque no sabía porqué. Lo aclararon cuando me pidieron empujar el carro hacia atrás para tomar vuelo y no llegar al antro, pero al intentarlo, la poca pendiente en contra hizo imposible dar marcha atrás. Sólo quedaba un sólo intento hacia adelante antes de rebasar a un camión estacionado que cubría la visibilidad entre el antro y nuestro lastimero intento por hacer arrancar el carro. Era nuestra última oportunidad para que mi novia y su hermana no perdieran el estilo frente a algunos desconocidos. (Yo ya estaba acostumbrado a vivir sin estilo).
Una... Dos... ¡Tres!... Y como si Chabelo hubiera dado el banderazo de salida, empujamos los tres con furia, deseo, desesperación, fe... Brinqué al asiento, vi la llave fijamente, esperé el momento justo para contar con todo el impulso. - ¡Pase lo que pase no dejen de empujar! -Grité motivando y advirtiendo. Estábamos a pocos metros antes de perder el privilegio de ser cubiertos con el camión, de las miradas de los curiosos. Saqué el clutch, el vocho se empezó a zangolotear... ¡Parecía que iba a arrancar! Pero... No fue así.
Si ustedes que están leyendo fueran una de las 28 personas que estaban fuera del antro en ese momento, hubieran escuchado un sonido como de motor destartaládose. Dentro, un tipo greñudo con cara de enojo golpeando el volante... Atrás, dos señoritas bien vestidas empujando el carro, trastabillando por las piedritas y los altos tacones. Con la cabeza agachada sin dejar de empujar. Instantes después de ser deslumbradas por las luces neón de la fachada del lugar, dejaron de empujar, se enderezaron y caminaron hacia la acera de enfrente, pero ya era tarde. El espectáculo ya estaba siendo admirado por todos y no había nada que hiciera creer que no eran ellas las que venían empujando.
Antes de perder el impulso, los cadeneros del antro se apiadaron de nosotros e hicieron el relevo empujando el carro, el cual arrancó casi instantáneamente. Me detuve, metí reversa emitiendo una densa neblina de tierra del asfalto combinada con el humo azulado que delataba las condiciones del motor y les abrí la puerta desde adentro. Se subieron y lo primero que escuché de boca de no novia fue: "No lo puedo creer. Sólo esto nos faltaba".
Si hay algo de lo que me puedo jactar con respecto la relación con mis antiguas novias es que soy una excelente forma de perder el pudor, la vergüenza y el glamour. Garantizado o les devuelvo sus mejillas sonrojadas.
- el güey de junto -
Invité a mi novia de la Prepa a un antro en Mixquiahuala Hidalgo, que estaba pegado a Progreso de Obregón, pueblo donde vivíamos. Mi vocho se había quejado en el arranque días antes, por lo que procuraba siempre estacionarlo en alguna pendiente para poderlo arrancar de bajadita. Por lo mismo generalmente no era necesario molestar transeúntes para que ayudaran a empujar.
Unas horas antes de ir por mi novia, fui a un taller eléctrico y me dijo que el problema es que la batería se había descargado, pero que con una cargada quedaría como nueva. Le dejé el carro y en la noche fui a recoger el carro que encendió a la primera. Me sentía tranquilo con mi fiel corcel puesto casi a punto. Fui a recoger a mi damisela y salimos junto con su hermana que nos habría de acompañar durante la velada, ya que mi novia y yo estábamos haciendo un complot para que un amigo mío anduviera con ella (la hermana de mi novia).
Encendí nuevamente el carro. Como sedita... mil seiscientos centímetros cúbicos rugiendo en armonía... El humo que manaba del escape, esa noche era casi imperceptible. Los rechinidos de la suspensión maltrecha se habían silenciado. Yo iba feliz con mi chica y mi cuñada a pasar un buen rato a "Charros Discotheque".
Aunque mi vocho esa noche jalaba muy bien, la verdad es que no era un auto como para estacionarlo enfrente de un antro, así que como ya era costumbre bajo repetidas peticiones de mi novia, lo estacioné media cuadra antes y llegamos caminando. Ella decía que era más glamoroso llegar caminando que envueltos en una nube gris, dentro de un muégano metálico que titiritaba como si tuviera frío.
Aprovechamos el pase de "Chicas, No cover" y adentro empezamos a bailar, cantar, echar relajo... Lo de siempre. Mi amigo llegó después y puso manos a la obra sacando plática a la hermana de mi novia. Parecía que todo iba bien y que nuestro plan se había consumado, sin embargo, recibió una llamada y se tuvo que ir. Nos quedamos los tres hasta que entrada la noche y ya con sólo una cuarta parte de las personas en el antro, decidimos irnos.
Hice gala de caballerosidad. Abrí la puerta del copiloto, abatí el asiento, ayudé a subir a la hermana de mi novia tomándola de la mano, bajé el asiento, tomé de la mano a mi novia, la ayudé a subir al carruaje y casi con gracia bajé de la banqueta con un simpático brinco que delataba mi buen semblante. Abrí la puerta, tomé asiento, hice un par de audaces comentarios sobre la noche y le di marcha al motor.
¡Carajo! ¡La batería muerta! La pendiente era demasiado ligera como para arrancarlo sin ayuda, pero como todo un caballero me ofrecí a empujar para que una de las dos pudiera arrancar el carro de empujón. Ninguna de las dos tenían idea de cómo hacerlo y había muy poco espacio para andar haciendo intentos, pues lo que a toda costa querían evitar era llegar a la entrada del bar intentando arrancar al vochito.
Convenimos en que las dos empujarían y yo lo arrancaría. Una llevaba zapatos de tacón y la otra con plataforma. El pavimento tenía muchas piedritas y las dos eran delgadas. Aún así lo lograríamos. Empezamos a empujar los tres y cuando agarró vuelo, brinqué al asiento y cerré la puerta... Hice el primer intento y nada. Segundo intento igual, fallido. Me dijeron que frenara y lo hice aunque no sabía porqué. Lo aclararon cuando me pidieron empujar el carro hacia atrás para tomar vuelo y no llegar al antro, pero al intentarlo, la poca pendiente en contra hizo imposible dar marcha atrás. Sólo quedaba un sólo intento hacia adelante antes de rebasar a un camión estacionado que cubría la visibilidad entre el antro y nuestro lastimero intento por hacer arrancar el carro. Era nuestra última oportunidad para que mi novia y su hermana no perdieran el estilo frente a algunos desconocidos. (Yo ya estaba acostumbrado a vivir sin estilo).
Una... Dos... ¡Tres!... Y como si Chabelo hubiera dado el banderazo de salida, empujamos los tres con furia, deseo, desesperación, fe... Brinqué al asiento, vi la llave fijamente, esperé el momento justo para contar con todo el impulso. - ¡Pase lo que pase no dejen de empujar! -Grité motivando y advirtiendo. Estábamos a pocos metros antes de perder el privilegio de ser cubiertos con el camión, de las miradas de los curiosos. Saqué el clutch, el vocho se empezó a zangolotear... ¡Parecía que iba a arrancar! Pero... No fue así.
Si ustedes que están leyendo fueran una de las 28 personas que estaban fuera del antro en ese momento, hubieran escuchado un sonido como de motor destartaládose. Dentro, un tipo greñudo con cara de enojo golpeando el volante... Atrás, dos señoritas bien vestidas empujando el carro, trastabillando por las piedritas y los altos tacones. Con la cabeza agachada sin dejar de empujar. Instantes después de ser deslumbradas por las luces neón de la fachada del lugar, dejaron de empujar, se enderezaron y caminaron hacia la acera de enfrente, pero ya era tarde. El espectáculo ya estaba siendo admirado por todos y no había nada que hiciera creer que no eran ellas las que venían empujando.
Antes de perder el impulso, los cadeneros del antro se apiadaron de nosotros e hicieron el relevo empujando el carro, el cual arrancó casi instantáneamente. Me detuve, metí reversa emitiendo una densa neblina de tierra del asfalto combinada con el humo azulado que delataba las condiciones del motor y les abrí la puerta desde adentro. Se subieron y lo primero que escuché de boca de no novia fue: "No lo puedo creer. Sólo esto nos faltaba".
Si hay algo de lo que me puedo jactar con respecto la relación con mis antiguas novias es que soy una excelente forma de perder el pudor, la vergüenza y el glamour. Garantizado o les devuelvo sus mejillas sonrojadas.
- el güey de junto -
1 comentario:
Hijole jajaja yo pensaba ke "habia una vez" un burgues ke realizaba su fantasia de saber ke se siente ser proletario. Ahora lo entiendo todo, pero... y las matematicas?
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